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Esmeraldas: Atacames y el último ministro de la fiesta

Repaso nostálgico de la época dorada de este balneario esmeraldeño. Sobre sus arenas bailaron y disfrutaron políticos, artistas, futbolistas y muchos más famosos.

La mirada nostálgica del Ministro sobre Atacames, el otrora balneario del sol, fútbol y rock and roll.
La mirada nostálgica del Ministro sobre Atacames, el otrora balneario del sol, fútbol y rock and roll.Cortesía

Las ramadas de las palmeras tocan la arena gris. Sus enormes hojas destellan un degradé de color verde, que pasa del oscuro al limón. En su copa, de estas gigantes cuelgan enormes cocos, que brillan como pintados de intenso tomate.

Cae la tarde en el caserío de Atacames (Esmeraldas). El mar acude a su cita con la orilla. Las olas, caballitos de espuma, aún mueven la canoa del pescador. A su tripulación se suman vecinos y contados turistas. Y la pesada balsa vara en tierra firme.

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Del cielo, como aviones suicidas, se clavan pelícanos y gaviotas: capturan pececitos que flotan en el verde lomo marino. Otras van por sobrantes de la faena, que los pescadores arrojan al mar. Una que otra atrevida, lo hace entre la repleta atarraya: pican y se van.

Dorado. Pargo. Picudo. Sierra. Langosta. Carita. Negrita. Pulpo. Corvina. El jefe reparte la pesca a sus ayudantes. Rápidos regateos, los vecinos vacían la pesca. Los niños toman misteriosos caracoles, restos de coral, un erizo, una que otra extraña criatura. Los pescadores han vuelto a casa: hay fiesta en la cocina.

Al fondo, se incendia el confín de los mares, el rey sol procura el sueño. Y se derrite, como una enorme bola de helado de naranja. En la noche, un recién llegado y su guitarra animan una fogata, donde se relajan turistas gringas y europeas, marineros, policías rurales, aventureros.

Los Guaduales y Sanbayé

Atacames, años 70 y primeros 80. Todo era camping: carpas a la sombra de palmeras, algún foco, lamparitas de kerosene, un par de pozos de agua. La camioneta componía la foto, junto a tachos de agua, un cordel para la ropa, un par de sillas plegables de madera.

Apenas el sol y la marea bajaban, fútbol playero: reñidos partidos a solo balón. Por ahí un par de trompones, pero todo quedaba en la arena de juego. Luego, cervezas y camaradería, que se sellaban en trepidantes noches de antros de sabor y rock and roll.

El Ministro disfrutando de la tranquilidad de la playa de Atacames en la década del 90.
El Ministro disfrutando de la tranquilidad de la playa de Atacames en la década del 90.Cortesía

Todo quedaba a la vista: balón, ropa, chanclas. Nadie robaba nada. El incipiente turismo descubría delicias culinarias afro, como el tapao y el encocado. O el pescado del día, arroz modo costeño, verde asado y menestra; tomate y pepinillo para añadir color.

Los primeros hoteles: el Atacames, en el pueblo; el Tahití, Los Bohíos, Chavelito; el Chagra Ramos, en Súa. Luego el Juan Sebastián, Los Rogers. Restorantes legendarios, como Walfredo, orgullo de un negro -copia tropical de Louis Amstrong- dueño de un canchón a la sombra de cocoteros, con cocina descubierta al ojo del comensal.

Una omnipresente banda sonora: Bob Marley, Led Zepelin, Grand Funk, Jimmy Hendrix, Eric Clapton, Santana, Los Beatles. Y dos antros memorables: a la vuelta de la Tenencia Política, con un policía barrigón y una celda sin reos, Los guaduales: su piso de tablas y arena, para marimberos y bailadores bravos, modo Héctor Lavoe o Fruko y sus Tesos.

Camino a la bocana, la inolvidable Sanbayé, hervidero de gringas y quiteños aniñados: música disco, esferas de colores; sicodelia, probanas de porritos. Conciertos de rock, con Alex Alvear y The Band, del colegio Americano. Más tarde, el son de Ataulfo Tobar, con ‘Café con leche’ o ‘Rumbasón’ y Héctor Napolitano, refuerzo guayaco.

Personajes como el Ministro Carolando, consumado artista del coral; el flaco Cuá Cuá, guapuleño que llegó con las caipirinhas; Gilmar el brasileño, primer DJ de estas playas; Gonzalo Jaramillo, el creador de Sanbayé. Las gringas, tomando el sol en tanguita roja y galanes criollos, untándoles aceite de coco. ¡Supercool!

Los 80-90: el asedio al paraíso

Avanzan los 80: algo crece Súa y surge Castelnovo, ordenadito, con bellas casonas playeras. Pero Atacames enfila hacia un caótico crecimiento urbano y el viajero cambia: ya no se llega en la camioneta de papá, sino en buses repletos de serranos, locos por emborracharse y armar broncas; comer en la tienda, vomitar o chumarse en la playa.

El paraíso desbarranca hacia una precaria barriada: se multiplican pequeños comercios, zaguanes, trastiendas y comederos. En una de esas, los puestitos y covachas de mega parlantes se tragaron el malecón: silenciado el mar, Atacames deja oír cañonazos bailables y, tapando al rey sol, abundan mesas y sillas plásticas.

Carolando aprendió el coral de artesanos locales. De una abrió su propio quiosco.
Carolando aprendió el coral de artesanos locales. De una abrió su propio quiosco.Cortesía

Hacia los 90 y primeros 2000, nuevos edificios, de la noche a la mañana. Ya cuando esquivé al quiteñote Gusanito dando vueltas por las calles convertidas en lodazales, mejor me persigné: la nostalgia, lo que pudo ser y no fue. Un tsunami: todo se fue para el carajo.

Atacames -salvo excepciones en la selva de cemento- es el caos urbano. Un barrio enorme y mal parado: escenario para la rabiosa conducta de propios y extraños y, últimamente, para escenas propias de peli tipo ‘La muerte viaja en moto 3: la venganza’.

Cuando se fueron las gringas

“Charlar con Oswaldo Hurtado, el Bomba Rodríguez, Oswaldo Guayasamín, en su casa. Calzar suecos, zapatos italianos, sudar camisa de seda. Y uno ‘modelando’. Era otro nivel”, recuerda Mario ‘Ministro Carolando’ Torres, caminante y pionero en Atacames.

“Venía Liga de Quito, la de don Rodrigo Paz. El gran Manuel Pellegrini, Jorge Fosatti, Edgardo Bauza, el Chinto Espinoza, Polo Carrera. Corríamos la playa, compartimos charlas, compraban mis joyas de coral: ese era el nivel de juego”, sigue el querido personaje local.

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En la década de los 80 y primeros 90 llegaban numerosos turistas colombianos, a veces favorecidos por el cambio entre pesos y sucres. Llenaban hoteles e incluso, se hicieron de restaurantes y negocios; a tal punto, que la dieta local empezó a incluir la bandeja paisa. “Vendía todo mi coral, tuve un taller con ocho aprendices”.

Carolando llegó a Atacames desde Manabí a los 17 años. Se hizo famoso entre los turistas gringos y europeos.
Carolando llegó a Atacames desde Manabí a los 17 años. Se hizo famoso entre los turistas gringos y europeos.Cortesía

Pero también llegaron olas cruzadas. “En el 88 vaciaron mi local”, dice el Ministro y calla: primera traumática señal de que todo se iba perdiendo. “Humildad, volver a empezar cada día. Los 90: no hay fiesta de Atacames sin cabalgata de potros finos. Recién, ‘vacunas’ y notas densas; pero en ese idioma no te hablo”, se abre el Ministro.

Hazme llorar con tu cebolla

“El coral, el mar: me dio mi casa, bien parada ya 50 años; a Isabel Quiñónez, madre de mis hijos: Gilmar (31) y Romario (35). Mis mujeres e hijas europeas: Astrid, sueca (42), Marlis, holandesa (44) y Brigitte, italiana (40). El que prueba miel de abeja no la deja”, ríe, guapeando con su verso. “Mejor hazme llorar con tu cebolla”, invita a seguir la charla.

En su alma no murió el niño. Ese, que una noche en el Hogar Indígena Corina Parral, oyó hablar de un maremoto hacia el año 1906 en Esmeraldas y, a sus 16 años, a ver qué pasa, cometió el viaje: halando dedo, caminando, entrando por las playas de Manabí. Hasta que una mañana de 1973, a sus 17 años y rayando el sol, se paró delante del paraíso.

Del viejo Atacames queda   muy poco que resaltar. La selva de cemento invadió a este paraíso donde gringas y galanes criollos disfrutaban en sus playas.
Del viejo Atacames queda muy poco que resaltar. La selva de cemento invadió a este paraíso donde gringas y galanes criollos disfrutaban en sus playas.Cortesía

Los Quiñónez, Estupiñán, Aparicio, Olaya, Escobar. Ahí se fajó la vida, ahí su alma le fue fructífera. Carolando se entiende en inglés, italiano, francés y alemán. Los paisas le decían ‘gasolina de avión’, los cercanos ‘el hijo del mar’; los embajadores, ‘ministro’; un tiempo fue el ‘emperador’. Campeón de baile disco, casanova, conoció la prosperidad y la compartió con el montón de amiguitos de sus hijos.

“Ahora la gente compra fantasías”, le duele. Y calla. Cincuenta y tres años más tarde, cuando el Ministro ronda a su Atacames, una marejada de nostalgia le revuelca el alma: el cocal de Walfredo es un garaje de buses, el puente de madera se cayó, le volaron el mangle, la acuarela se borró, a Sanbayé se le metió el monte. Y de luto, Atacames calló la música disco: forever and ever.

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