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Farándula
Guayaquil en sus fiestas: Se extraña el peloteo y el palo ensebado
Tres generaciones de artistas se sumergen en los recuerdos de las fiestas de Guayaquil de sus tiempos. Extrañan el peloteo y el palo ensebado
Son historias de emoción y nostalgia. A través de sus recuerdos, tres generaciones de artistas reconstruyen sus vivencias en las fiestas guayaquileñas.
Héctor Napolitano, el cantante de 68 años, rememora con emoción los espléndidos festejos en el emblemático barrio Las Peñas, el peloteo, las carreras de coches y los festivales del pasillo.
"Eran tiempos mágicos", asegura Lila Flores, de 49 años, que se sumerge en las fiestas julianas de su infancia evocando el sabor de la celebración en los barrios, en las ferias y los parques de diversiones, mientras que Lucas Napolitano, de 28, asegura que su tiempo también tiene su encanto
Héctor Napolitano, quien nació y creció en el cerro del Carmen, recuerda que lo primero que aprendió fue a cantar en sus plazoletas. “Pasaba con mis primos jugando al trompo, cantando, fregando y no hacía los deberes. En la escuela me castigaban por eso”.
“En las fiestas, yo era experto en trepar el palo ensebado y no me perdía las carreras de coches en la parte de atrás, que da para el colegio Santistevan. Los partidos de pelota dura eran también mis favoritos. Ahí era la rivalidad entre la gente del cerro del Carmen y los del Santa Ana. ¡Era cosa seria!”.
Después del peloteo y como todavía era ‘pelado’, cuenta que se refrescaba con un prensado de rosa (hielo raspado con esencia saborizada). “Ya de noche, para el frío, era el morocho con tortilla de verde”.
“Se hacían los concursos del pasillo en el teatro al aire libre Bogotá, ahora conocido como José de la Cuadra. Los aficionados cantábamos acompañados por Juan Naranjo, Pedro Chinga y Wacho Murillo, papá de la artista Hilda Murillo. El cerro era una fiesta, como que existía más ánimo. Donde está ahora el faro había cañones que disparaban salvas; para verlos nos tocaba subir arrastrando, porque no había escalinatas”.
Treparse a los árboles a coger ciruelas, pechiche o tamarindo, eran también diversiones de la época, indica. "La mitad del cerro hacia arriba estaba lleno de esos frutos. Así se crearon los mitos, los cuentos de la viuda del tamarindo y del ahorcado del molino. La gente tenía terror pasar por ese molino. A los chicos, en la cervecería que antes quedaba en el sector, nos regalaban melaza y mi mamá hacía la famosa gelatina de pata de vaca. Había mucha más pertenencia, más cariño, había menos gente mala".
Para Lila Flores, el corazón de la diversión se encontraba en los animados barrios y sus desafiantes competencias.
“El juego de equilibrio del huevo en una cuchara, las carreras de ensacados y el palo ensebado eran lo máximo. Me daba risa ver cómo luchaban por subirse en ese palo grasoso, por un premio que era una funda de azúcar o de avena”.
Su papá, el cantante Daniel Flores, dice que nunca le permitió a ella y sus hermanas hacerlo. “Nunca, las niñas de la casa no, eran machonadas para nosotros”.
Pero no solo eso, las ferias que se hacían en el colegio Guayaquil, en el que ella estudió, y la de Durán, las define como mágicas.
“Con mi familia recorría toda la feria desde temprano. Ya más grande me iba con mis amigas a la feria de Durán, a ver el show de los artistas internacionales”.
Los juegos en el parque de diversiones que llegaba a la ciudad es otra de sus añoranzas. “Un día mi papá nos subió en la montaña rusa y se me terminó todo el gusto. ¡Nunca más! Lo que sí no dejé de hacer fue comer la manzana acaramelada, me lastimaba hasta los dientes. Otra cosa rica era el llapingacho que vendían en los puestos. Me encantaba”.
Con 20 años, comenzó su carrera y las cosas cambiaron. “Ya era la artista que contrataban para poner música en las fiestas”, ya veía la diversión desde la tarima.
Lucas, de 28 años, es el hijo, ‘pana’ y compinche del Viejo Napo. De él heredó su gusto por la música y comporte su amor por Guayaquil.
“En las fiestas de julio y octubre no salgo de la ciudad porque me gusta disfrutar de las festividades. Aprovecho para recorrer el Malecón 2000 tomándome un agua de coco bien helada”.
“Soy amante de la buena gastronomía y voy a las ferias que realizan, a comer encebollado y sánduches de chancho con una ‘biela’ bien fría”.
Por su padre, admite que conoce y comparte muchas actividades que otros jóvenes de su edad ni se imaginan que existen.
“Con Viejo Napo nos vamos a ver a los lagarteros (músicos) de las calles Lorenzo de Garaicoa y Sucre, hacemos un poco de música con ellos. A mi papá eso es algo que le gusta mucho y yo lo acompaño, él dice que esa hermandad es propia de los guayaquileños”.
Pero no todo es paseo y diversión, por lo general, también son fechas de trabajo.
“A medida que crecí y adquirí responsabilidad en la música, comencé a trabajar con mi papá, en su acompañamiento musical. Ya la joda con los amigos es más limitada. Este año, el 22 de julio estaremos presentándonos en Sports Garden y en el Festival de la Calle Córdova. Con nuestra música hacemos que disfruten y también disfrutamos las fiestas”.
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