Decirle sinvergüenza es como alabarlo, pero ya es cosa del pasado. Todo pasó hace años, él era un jugador de esos que salía en los programa deportivos casi todos los días.

Era una estrella de fútbol y yo el amor de su vida, el amor de la escuela, el amor del equipo de segunda categoría, la que le lavaba la ropa antes de que se comprase una lavadora.Sí, yo, la que le cortaba las uñitas antes que tuviera plata para irse al spa.

Todo iba bien hasta que llegó al equipo grande. En la quincena y fin de mes se me perdía, dizque iba a cobrar, pero llegaba tipo medianoche.

Recuerdo las palabras repetidas: “Amor, hoy pagan y hay reunión con el presidente, él nos brinda una comida, nos habla y terminamos con una charla y hasta el psicólogo nos habla”. En los primeros seis meses pensé que era verdad.

Dos veces al mes se perdía todo el día, se iba al entrenamiento en la mañana, y se quedaba en el club la tarde y en la noche la reunión. ¿Saben lo que en realidad pasaba? El amor de mi vida estaba ‘jugando’ en otras canchas.

Verdad era que se reunía, pero con la otra y en su otra casa. Al final de la temporada las ‘reuniones con el presidente’ terminaron en una clínica, donde nacía un bebé.

Un año después estábamos cada cual por su camino, lo descubrí, lo único que no me gustó es que mis familiares me pusieron de apodo ‘la presidenta’.

Han pasado los años y lo que aún me hace reír es que tiene una escuela de fútbol, donde enseña a los pequeños a no hacer lo que él hizo conmigo, es decir, mentir.

Una vez lo vi en una cancha, me pidió disculpas y el atrevido hasta me dijo que quería volver, pero ya era tarde. Solo le dije que “siga en las reuniones con el presidente”.