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Mis Historias Urbanas
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Mis Historias Urbanas: Laxante imaginario
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10 de enero, 2016
El día en que a Tania le ofrecieron probar ayahuasca, había viajado al Oriente con un grupo de chicos de esos que aman la naturaleza y prenden inciensos en casa para buscar su yo interior. Decidió probar, documentada ya sobre las bondades de esta antigua bebida alucinógena, con la que supuestamente se alcanzan nuevos niveles de conciencia.
Caminó por horas hasta el lugar adonde se llevaría a cabo el ritual. Era tan remoto, que incluso debió montarse en una canoa por casi media tarde. Un chamán era guía de la jornada. Tras una serie de cantos y bailes, bebió. Esperaba el trance acostada en una hamaca, pero la jornada fue interrumpida por ganas incontrolables de hacer ‘popó’. Pidió un baño y fue a lo suyo.
Al pasar el efecto, horas después, Tania escuchaba cómo todos contaban historias increíbles. Alguien vio a su abuelita muerta, otro casi toca fuego del cielo, otro viajó en el espacio... Todas las versiones la dejaban boca abierta. Admitió con vergüenza que a ella solo le dio por ‘hacer del dos’. El shamán, extrañado, le aclaró que ella no se paró en toda la noche de la hamaca, que solo durmió y que, además, nunca pidió ir al baño. Es decir, a Tania la ayahuasca solo la hizo pensar que hizo caca.
Al pasar el efecto, horas después, Tania escuchaba cómo todos contaban historias increíbles. Alguien vio a su abuelita muerta, otro casi toca fuego del cielo, otro viajó en el espacio... Todas las versiones la dejaban boca abierta. Admitió con vergüenza que a ella solo le dio por ‘hacer del dos’. El shamán, extrañado, le aclaró que ella no se paró en toda la noche de la hamaca, que solo durmió y que, además, nunca pidió ir al baño. Es decir, a Tania la ayahuasca solo la hizo pensar que hizo caca.