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Crónica
Conoce a los héroes y los villanos de Guayaquil
EXTRA comparte los testimonios de cuatro ciudadanos: dos nacidos en el Puerto Principal y dos adoptados de corazón. La debilidad de ellos es... ¡ayudar al prójimo!
Así como Ciudad Gótica tiene a Batman y al Guasón; Metrópolis a Superman y a Lex Luthor; Guayaquil también tiene a sus superhéroes y a sus respectivos villanos y sinvergüenzas. Con los primeros, el Puerto Principal saca pecho.
Son ciudadanos (nacidos y adoptados por la urbe) que no tienen capas ni máscaras; tampoco cuentan con poderes sobrenaturales, solo poseen la determinación de querer aportar a la sociedad desde sus valores, como la solidaridad, honestidad y valentía.
A continuación le presentamos a héroes anónimos, cuya debilidad es ayudar al prójimo, aunque esto implique que sus vidas corran peligro; se queden ‘chiros’ por dar una mano o queden como ‘giles’ por devolver cosas ajenas.
Los siguientes personajes no son ficticios (como los que aparecen en los cómics y las películas), son reales y buscan contagiar a los demás con su forma de vivir y testimonios.
Honradez sobre ruedas
Mauricio Moreno es operador de taxis y cuando le toca deja a un lado el ‘fono’ y se pone tras el volante.
El guayaquileño, de 46 años, cuenta que en 2019 aplicó a una carrera, pues el chofer que él asignó no pudo llegar a una distribuidora farmacéutica, en Urdesa, al norte.
Una joven fue trasladada por él hasta la Prosperina y como era medianoche, la pasajera se quedó dormida del cansancio, se bajó del auto, pero se olvidó de un bolso, en el cual estaban una laptop y documentos de la empresa.
Al llegar a su vivienda, uno de los hijos de Mauricio se dio cuenta del bulto y al día siguiente fue a devolverlo a la compañía.
Lo primero que pensó fue que le iban a descontar el equipo a la chica y en las manos del dueño del negocio entregó el bolso.
“Es de admirar, porque en estos tiempos no se ven esas cosas, hoy en día lo contratamos para toda carrera”, dice Jaime Astudillo, propietario de la distribuidora.
En el mismo año, Mauricio recoge a un cliente ‘pluto’, que no podía ni abrir la puerta de su casa.
“No había nadie en su vivienda y tenía un llavero de carcelero (full llaves). Hasta que logré abrir la puerta, lo dejé en el interior, cerré la puerta y lancé las llaves por la ventana”, narra. Nunca se le ocurrió ni siquiera ‘sapear’ qué había en el sitio.
En una ocasión, su hija se encontró un iPhone en el baño de un restaurante, se lo entregó a Mauricio y él lo comunica a la cajera. “La vi muy interesada, cuando vio el aparato se le abrieron los ojos y me insistía que se lo diera. Yo le dije que el teléfono se quedaba conmigo, si alguien iba a reclamarlo le dé mi número. Ella no quedó contenta, pasaron dos días y llamó la dueña, me dijo que me iba a dar algo a cambio. Respondí que no se preocupe, que solo nos encontremos. “No sabe cuánto le pedí a Dios que me devolviera el teléfono, me dijo la muchacha”, rememora el chofer que no frena su honradez.
El gusto por la generosidad
Óscar Constante (66) y Emilia Pinto (77) afirman que tienen dos ángeles, sus nombres son Alicia Mora (oriunda de Cuenca) y su esposo José Luis Orellana (Balao).
Él es chef y su único sustento es la venta de almuerzos, y pese a su limitación financiera ambos, hace un año, se han hecho cargo de los abuelitos, como si fueran sus familiares.
Los adultos mayores viven en la Entrada de la 8, en el noroeste porteño. Su casa era de planchas de cartón y plásticos, y José, pidiendo ayuda a amigos, familiares y personas solidarias, logró ‘pararle’ la vivienda con bloques y encementó el piso de tierra. Cuando los visita les lleva alimentos, asimismo les ha proporcionado colchones, una radio, con la cual oye pasillos (por una hora) con don Óscar.
Les han donado pañales a doña Emilia, a quien le dio un derrame cerebral, hace cuatro años. “La hemos ayudado con lo poco que tenemos, pero requiere de más ayuda, si alguien quiere sumarse se lo agradeceríamos”, dice José.
Los esposos supieron del caso de los abuelitos por Facebook. “No pedimos dinero, sino materiales, incluso un arquitecto nos ayudó con los planos”, manifiesta Alicia, quien junto a su pareja sazonan sus vidas dándole la mano al prójimo.
Sin miedo al peligro
Fernando Garzón es de perfil bajo y pocas palabras, es que sus acciones hablan por él. Sin ser policía ha espantado a ‘choros’, sin ser bombero ha apagado incendios y ha rescatado a niño y perro de serios riesgos.
El guayaco, de 37 años, se hizo viral en un video que circuló el año pasado en el que se ve rescatando a una perrita chihuahua en una zanja de Mucho Lote 1. “El body fue el héroe del día domingo”, esa fue la frase que un camarógrafo dijo al grabar la hazaña.
Pero esta no ha sido la única vez en la cual Fernando se ha lanzado a ayudar a alguien sin pensar en los peligros que pudiera correr.
Cuenta que hace 17 años, en Sauces 8 (su antiguo barrio), evitó que un carro aplaste a un niño de unos dos o tres años de edad, que en un descuido se había salido de su casa. El conductor estaba dando retro y por la estatura del menor no alcanzó a verlo. “Su madre gritó, yo me di cuenta y como estaba más cerca del niño, sin pensarlo lo agarré”.
Él sostiene que no hace mayor cosa, que solo ha estado en los lugares indicados, que Dios lo ha puesto allí.
El año pasado ayudó a uno de sus vecinos de Mucho Lote 1 a apagar un incendio, que se inició con la chispa de una soldadura, la cual cayó sobre un colchón.
“Todos colaboramos, una vecina dio la alerta, los demás pasaban los baldes, el dueño y yo ingresamos al inmueble y controlamos el fuego. Cuando llegaron los bomberos ya se había consumido una habitación. Salí escupiendo hollín”.
Hace tres meses pasaba en su taxi por el Parque Samanes, en la avenida Francisco de Orellana, a las 12 de la noche. Vio a una chica de unos 20 años. Circulaba lento porque la veía indecisa si tomaba o no el taxi. Avanzó unos 10 metros y por el retrovisor vio que dos adolescentes en ‘bici’ le caían a patadas para robarle.
“Retrocedí y me bajé del carro y los puteé, abrí el maletero para ver si sacaba un fierro, los cobardes huyeron. Ella recién salía de su trabajo. La subí a mi vehículo y la llevé hasta su casa”.
Fernando es un nombre con un gran significado: hombre valiente y este guayaco le hace honor.