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Los últimos momentos de Nelson Serrano: El ecuatoriano condenado a muerte en EE.UU.
Amigos y familiares de Nelson Serrano lo visitaron por última vez en abril de 2023. Luego de eso habría pasado varias penurias, maltrato y enfermedades
No ha comido ni bebido durante dos semanas. Permanece en una silla de ruedas dentro de su celda. Petrificado. El olor nauseabundo de sus excrementos derramados traspasa los muros y penetra, a la fuerza, por las fosas nasales de otros reos. Suplican que alguien haga algo. Se quejan con los guardias. Llaman a gritos a las enfermeras. Los ignoran…
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Un año y tres meses antes, en abril de 2023, el ecuatoriano Nelson Serrano atraviesa una puerta e ingresa a la sala de visitas del corredor de la muerte en Florida, EE. UU. Hay mesas, sillas de metal y asesinos confesos. Con 85 años, el anciano recibe a los visitantes. Uno de ellos es Oscar Vela, su amigo y abogado. Son las 09:00. No hay tiempo que perder. A las 15:00 termina el vis a vis. Y será el último.
– “¡Oye, te veo bien!”, le dice Oscar.
– Nelson sonríe y contesta: “¡Imagínate, si vengo de una familia centenaria. Me quedan todavía algunos años”.
Estaba equivocado. Ese momento empezaba la pasión de un hombre que había resistido 22 años en una prisión, luego de haber sido condenado a muerte por un cuádruple homicidio que siempre negó haber cometido (ver infografía).
¿Por qué murió Nelson Serrano?
En Ecuador, hace pocos días Nelson Serrano fue, otra vez, noticia. El pasado 7 de agosto volvieron a hablar de él, cuando se conoció que había fallecido. No por una inyección letal, sino por un infarto. Y este Diario contactó a Oscar para revivir la última vez que compartió con él.
“Es una prisión grande. Imponente. Tétrica”, relata Oscar, quien debió franquear varias seguridades para llegar a la sala de visitas, abarrotada de guardias. Lo acompañaban su esposa, una periodista y Francisco Serrano, el hijo de Nelson. Recuerda que había espacio para unas 16 familias de reos. Todos salían por la misma puerta por donde apareció el ecuatoriano, quien inmediatamente los abrazó y pronto se inició una larga conversación: nuevos datos sobre el caso, pruebas, investigaciones, su inocencia, política, libros.
En los años que estuvo preso, Nelson leyó más de 1.000 libros, cuenta Oscar. Su angustia más grande era perder la visión. Tenía una degeneración en la mácula (enfermedad ocular), pero no permitieron que lo operaran, así que cada vez leía menos. La mayor parte del tiempo pasaba adormecido debido a sus otras dolencias en la cadera, en la piel (escaras).
Oscar regresa a ese instante del vis a vis en el que almorzaban un sánduche de pollo. Notaba que su amigo perdía la esperanza. “Asumo que el tiempo se le veía corto, sobre todo, porque tenía tantos problemas de salud, achaques, molestias”, lamenta. A pesar de ello, aquel fue un momento gratificante. Francisco, el hijo, veía en su rostro el gusto que le había provocado encontrarse con sus amigos. “Fue algo emotivo. Era tan miserable su historia que ese encuentro fue el más alegre”, detalla el hijo a este Diario desde Estados Unidos.
Mientras avanzaba la charla, un reo que le tenía muchísimo cariño a Nelson se acercó. Quería saber cómo seguía de salud. Dijo: “¡Qué linda familia!”. Y se marchó. Luego supieron los invitados que se trataba de un asesino, condenado a muerte pero más amable que los guardias. “Parte de nuestras conversaciones con Nelson –en sigilo y en español– eran sobre los presos. Quiénes eran y qué historias conocía”, menciona Oscar.
El tiempo había terminado. Eran las 15:00. “Fue muy triste la despedida”, dice Oscar. Se apartaron de la mesa. Se abrazaron otra vez. Fue un episodio nostálgico. Oscar y los demás salieron de esa muralla sin sol, y Nelson se sumergió nuevamente en un corredor donde la vida muere lentamente.
Así empezó la agonía de Nelson Serrano
El tiempo que estuvo en la prisión ocupaba una celda individual. Algunos le guardaban respeto. Era el más longevo. Pero daba igual. Así que más tarde lo encerraron en otra celda con un reo peligroso que previamente había amenazado con quitarle la vida. ¡Se encendieron las alarmas! La alerta fue difundida por su abogado. Los medios ecuatorianos publicaron la noticia. Y pronto lo devolvieron a su mismo espacio.
Los guardias de la prisión –dice Oscar– eran corruptos. Como Nelson se resistía a darles dinero, lo atormentaban. Le destrozaban la celda cuando salía a la sala de visitas. Le quitaban los libros. Le hacían daño. Había –incluso– rumores de que lo querían matar, insiste el abogado. “Querían deshacerse de él porque era incómodo para el sistema judicial (de Florida)”, manifiesta.
Algo más grave llegó en diciembre de 2023. “Lo que le quitó mucha vida a mi padre fue una infestación de piojos”, describe Francisco. Empezó con comezón detrás de las orejas. Luego en cuello, espalda, axilas.
En la cárcel se negaban a ofrecerle atención médica, hasta que consiguieron que le dieran una crema. No fue suficiente para controlar a los parásitos. En enero y febrero, su cuerpo estaba invadido. “No podía dormir. Los piojos le pinchaban como agujas. Era una tortura”, se quiebra su hijo.
Francisco y su abogado exigían, bajo los derechos que cualquier persona enferma tiene, que atendieran la demanda de brindarle la medicación que requería. Pero no. “Fue así como le rompieron hasta el alma a mi padre”, asiente. Dos meses y medio estuvo con piojos, pero se curó. Más tarde le quitaron de golpe las medicinas que tomaba para el corazón
Cuando arrestaron a Nelson, en 2002, Francisco tenía 37 años (actualmente tiene 59). Poco antes, ambos planificaban cómo sería la jubilación en Ecuador. Quizás una finca para plantar árboles de frutas –él era ingeniero agrónomo de la Universidad de Argentina–. Tener un negocio. Anhelaba vivir en el valle de Tumbaco, en Quito. Pero todo se truncó. Los tres hijos de Nelson –Francisco y dos mujeres– nunca más lo volvieron a ver en libertad. Ni siquiera el último de sus siete nietos lo puedo conocer personalmente.
Los últimos meses fueron los peores para Nelson Serrano
Tras curarse, en julio de 2024, llegó lo peor. Nelson permanecía inconsciente en su silla de ruedas. Parecía un “zombi”, según Francisco. Al parecer, había sufrido un ictus, estaba paralizado y sin comer ni beber durante dos semanas, rodeado de sus propias heces y orina. Los reos, preocupados por el fuerte olor, pidieron ayuda a los guardias sin éxito, por lo que ellos mismos lo levantaron y llevaron al baño. Uno de los prisioneros, David, contactó a Francisco.
Rápidamente, el hijo llamó a abogados, a la cárcel y a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Nelson fue trasladado al Hospital de Jacksonville, donde le diagnosticaron un tumor cerebral y coágulos de sangre. La situación era crítica y el jefe de la cárcel solo permitió una hora de visita, lo que Francisco consideró cruel dado que sus hermanas tenían que viajar desde lejos.
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Durante la visita, Nelson se quejaba del maltrato, pidiendo agua tibia y solo recibiendo pedazos de hielo. Después de insistir, se le concedieron más días de visita. El último fin de semana de julio, pasaron dos horas con él cada día. Estaba intubado y se comunicaba con señas mientras veía los Olímpicos. El 5 de agosto, el médico informó que Nelson mejoraba con la nueva medicación, y si no hubiera sido por las dos semanas sin comida, podrían haber operado el tumor. Sin embargo, Nelson estaba cansado.
El 7 de agosto de 2024, a las 22:30, recibieron la noticia de la muerte de Nelson, comunicada por un supuesto pastor de la cárcel. Oscar, su abogado, consideró que se habían deshecho de un preso incómodo para el sistema judicial de Florida.
La familia continuará luchando por su inocencia. Oscar espera una resolución de la Corte Constitucional para el pago de los abogados y una reparación integral del gobierno ecuatoriano. También planea llevar el caso contra el Estado de Florida por violaciones a los derechos humanos, considerando que el cuádruple homicidio por el que se le acusó estaba relacionado con el narcotráfico.
Francisco ha contratado al patólogo más destacado de Estados Unidos para realizar la autopsia a su padre. Tras recibir los resultados, el cuerpo será cremado y sus cenizas serán llevadas a Ecuador, para ser esparcidas en las faldas del volcán Cotopaxi, el lugar al que Nelson siempre anheló volver. Allí descansará para siempre, junto a los pinos que plantó en los años 60, cuando trabajaba para el Ministerio de Agricultura. Ese era su lugar anhelado. Era su lugar seguro. Allí volverá.
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