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Triste Navidad detrás de un pesebre
Dos hombres que viven en la calle contaron sus penurias. Uno de ellos perdió su pierna y tiene que dormir en el parque. A otro le aquejan los vicios, sus únicas salidas para evadir esa desdicha.
Un simpático pesebre adorna el costado sur de una rampa de patinetas del Parque de la Juventud en Carapungo, norte de Quito. Botellas plásticas, cubetas de huevos y hasta barajas viejas fueron ‘moldeadas’ a fin de dar vida a ese Belén de reciclaje, obra de una dirigente local llamada Ligia Larco.
Pero ese alegre colorido de aquel Belén que representa al nacimiento de Jesús contrastaba con la imagen de un hombre con su pierna derecha mutilada.
Se llama John Fernando Vásquez, de 25 años, un venezolano que, a pesar de su situación, intentaba sonreír. Llegó a Quito hace apenas un mes y el angosto techo que está detrás de esa rampa, que acoge al pesebre, lo protege cuando duerme.
Lo hace a la intemperie, arrebujándose con su ropa porque ni siquiera tiene unas cobijas que lo protejan del inclemente frío que le cala hasta los huesos.
Su historia comenzó cuando salió de su amada Caracas, Venezuela, hace cuatro años. “Tomé mis cosas y viajamos con mi familia para Colombia”, contó sin dejar de sostenerse en sus muletas.
Estuvo un año laborando en lo que podía para mantener a su esposa y dos hijos hasta cuando ocurrió una desgracia. Una noche, mientras caminaba por la carretera colombiana de Ibagué, un autobús arrolló a Vásquez y a sus seres queridos. El hombre recibió todo el impacto.
Su mujer buscó ayuda para llevarlo en auto a una clínica y ahí le confirmaron que no podrían salvar su pierna. “Desde entonces todo cambió. Me pusieron unas platinas, me sacaron parte de mis entrañas y tuve que acostumbrarme a caminar con muletas”, detalló el extranjero de cabello rizado y alborotado.
Vásquez creyó que su suerte cambiaría si venía a Ecuador. ‘Forrado’ de coraje y en compañía de su familia emprendieron la aventura. “Caminamos más de un mes y a veces nos ayudaban conductores”, detalló el extranjero mostrando sus manos llenas de callos de tanto apoyarse en las dos muletas durante el viaje.
Pero hasta ahora nada ha salido como quería. No solo duerme detrás de aquel pesebre, sino que no tiene para comer. Tampoco dinero para comprar medicinas por su amputación. “Mi familia se regresó para Colombia y ayer (lunes) llegó mi hermana para ayudarme. Pero ella, su esposo y yo dormimos en el parque”.
La misma suerte
Vásquez debe recorrer los locales comerciales de Carapungo para que le regalen un bocado de comida. Las monedas que logra reunir tiene que mandarlas a sus seres queridos que tampoco están pasándola bien en Colombia. “Sé de construcción y ruego que me den trabajo. O aunque sea que me ayuden para ponerme un puestito ambulante para vender caramelos”, fue la súplica de este hombre que sufre porque no pasará Navidad con los suyos.
Sin embargo, la historia de este hombre no es la única. Hay más personas sin hogar que pululan Carapungo en busca de comida o un poco de dinero para sobrevivir.
A 600 metros detrás del Parque de la Juventud, en el que se destaca aquel pesebre y en el que ayer se hizo una representación artística con los personajes de la Navidad, se miraba a un hombre delgado con una cicatriz que se hunde debajo de su ojo izquierdo. Se llama Patricio Gavidia, pero la gente le dice Golosito.
Es alto y recoge su largo cabello rizado con un moño debajo de una gorra negra. Carga una mochila y los tatuajes de sus manos los tapa con una chompa azul. “Cuido carros y les ayudo a los conductores a parquear”, contó ayer mientras un amigo suyo le regalaba una funda con pan y una leche.
Tiene 39 años y durante mucho tiempo ha vivido en la calle, pese a tener a sus parientes. Golosito admitió que ha sido su decisión “sufrir” a la intemperie. “Le soy sincero, tengo mi vicio con la droga y el alcohol. He querido rehabilitarme, pero ya no hay chance”, espetó mientras hacía una pausa a su labor.
Moradora y dirigente
La marihuana es su ‘compañera’ en la mayoría de los casos. No dijo cómo la consigue, pero es “necesaria” para apartarse de esa realidad que lo ha consumido.
Detalló que su ‘hogar’ fue la quebrada Carretas de Carapungo, sitio escogido por quienes tampoco tienen un hogar y cuya realidad no es fácil de notarla a simple vista.
En los recovecos de tierra y hierba pasó las noches, durante cuatro años, sobre un colchón y debajo de un techo improvisado con plástico “No molesto a nadie. Siempre he sido respetuoso y saludo con la gente, pero nos tocó salir de allá”, recordó con pesar.
Hace tres semanas tuvo que dejar aquel revoltijo de vicio y suciedad de la quebrada porque asesinaron a uno de sus amigos. Lo apuñalaron.
Desde entonces se sumergió en la ‘comodidad’ que le brinda un terreno baldío cercano a su lugar de trabajo. Un pana tiene la misma suerte que él y comparten aquella desdicha.
Y al igual que Vásquez, la Navidad para Golosito no será la ideal. Quizás no comerá y combatirá en las calles contra las penurias que han marcado su vida.