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Transeúntes terminan ‘de cabeza’ al caer en huecos o tropezarse con muros
Las aceras de Guayaquil y Quito tienen tantas trabas que adultos mayores se sienten marginados. Las personas con movilidad reducida dicen que han perdido la libertad de transitar.
Excluidos. Marginados. Olvidados. Son las etiquetas que cargan consigo las personas con movilidad reducida. Ellos transitan con dificultad las calles de Guayaquil y Quito. Sortean huecos. Vías y rampas empinadas. Aceras estrechas. Estorbos publicitarios en las veredas. Es un campo minado para los sentidos...
El mismo escenario, en ambos territorios, lo enfrentan los adultos mayores y las madres que recorren las vías empujando los coches para bebés. No existe la accesibilidad urbana.
Aura Armijos tiene 67 años, vive en Urdesa, en Guayaquil, y está cansada de no poder disfrutar ni siquiera de los cortísimos paseos que hace rumbo a la farmacia o la panadería, los espacios que marcan la ruta de su cotidianidad, debido a las trampas que halla en el camino. Apenas tres cuadras la separan de la avenida Víctor Emilio Estrada, donde hace sus compras, pero en el transcurso el alto de las veredas, los separadores urbanos (que impiden que allí un carro se estacione), así como la señalética mal ubicada, la obligan a subir y bajar escalones que más de una vez la han hecho tambalear.
“Se supone, la alcaldesa (Cynthia Viteri) se mata diciendo que el Puerto Principal es inclusivo, pero eso no es más que una falacia. Si supiera cuántas veces me he caído por las veredas al tener casi 30 centímetros o más de alto, si estoy viva es de milagro. Urdesa está mal, sus calles son un desastre, como lo es también el centro; Los Ceibos, donde habitan mis hijos; y hasta los exteriores del centro gerontológico Dr. Arsenio de la Torre, en donde los bordillos están desnivelados y hay postes que me empujan al asfalto”, sentencia.
Para ella, Guayaquil no es amigable, ni nunca lo ha sido para el peatón; y las autoridades, ni las actuales ni las de antes, incluyendo a sus alcaldes, concejales y asambleístas, han priorizado el tema por creer simplemente que “el peatón no merece aún atención”.
EXTRA hizo un recorrido por la ciudad, a fin de hacer una radiografía de la problemática y constató que no hay barrio porteño que no presente inconvenientes, así como espacios públicos, familiares o turísticos que se salven de ello.
En un tramo del parque Lineal, en la 9 de Octubre, una acera de no más de 60 centímetros de ancho en la que además hay un robusto poste pone en aprietos a ciudadanas como Analía Rivera cuando sale con sus hijos.
“Nos toca ir pegaditos al bordillo, pero sobre el asfalto, solo siento que los buses, motos y ciclistas respiran en mi nuca y con suerte zigzaguean entre nuestros cuerpos”, cuenta.
En la calle Tungurahua, cerca del colegio fiscal República de Francia, en cuyo entorno hay un parque, la semana pasada Lina Carvajal, de 70 años, se cayó al tropezarse con los materiales de construcción allí arrumados. Solo en dos cuadras, entre las calles Capitán Nájera y la 17 S este Diario registró siete obstáculos.
Para Rocío Soria, quien sufre de hipertensión pulmonar, testimonios como estos evidencian el esfuerzo sobrehumano que experimenta al movilizarse, un sacrificio que, dice, es deprimente.
Ella sale poco por su condición, pero advierte que, aunque contadas las veces, le gustaría hacerlo de forma autónoma. Se moviliza en una silla de ruedas acompañada de un tanque de oxígeno portátil y con un familiar.
“Nunca puedo hacerlo sola porque veo muros en todos lados. Lo he intentado y me ha tocado interrumpir la caminata, al igual que lo hacen quienes se mueven con bastón o en andador. A todos nos toca quedarnos parados a la espera de ayuda”, resaltó.
Los consultados no se limitan a enumerar los obstáculos y sitios donde el daño es más grave. Coinciden al decir que es total. “Son los kioscos y trozos de cemento que hay alrededor del Cementerio General, en la Pedro Menéndez Gilbert; son los hoyos generados por la falta de tapas de todas las alcantarillas en el casco comercial; son la veintena de vallas de la calle Tungurahua. Es todo”, alerta Manuel Villacís (78).
Problemática parece calcada
María del Carmen Guevara camina con un bastón desde hace 10 años. Sobrevivió tras caer del segundo piso de una casa, y desde entonces, cada mañana, hace maromas para llegar a su trabajo y esquivar las trampas que le pone en el camino Quito.
Hace unas semanas cayó al tropezar con una de las varillas de acero que están sobresalidas en las veredas de las avenidas Amazonas y Naciones Unidas. La lesión no fue grave, pero su temor para caminar está latente.
En el Centro Histórico la situación no es diferente. Las aceras no superan el metro de ancho. Y en algunos puntos no miden más de 20 centímetros. Son impenetrables. Para él. Para todos.
Así lo sostiene Humberto Tipán, un no vidente que siempre camina por la Plaza Grande. Con tino y a paso milimétrico sube por la calle Venezuela. Sus ‘ojos’ son un delgado bastón de largo alcance. De repente se frena y abre su marcha hacia la izquierda. Chocó con una enorme maceta. “Es nuevo esto que han puesto”, musita. Más arriba, otra vez esquiva un obstáculo más pequeño. Le llega casi a las rodillas. Es uno de los tubos de acero que flanquean las calles de la zona. “Hace 15 días no alcancé a sentir uno de esos. Me golpeé las canillas. Así nos toca percibir con qué nueva sorpresa nos encontramos”.
En el sur, en el barrio La Internacional, vive Wilson de la Cruz, quien desde hace 30 años utiliza una silla de ruedas para desplazarse. Perdió la movilidad de sus piernas cuando recibió una bala perdida en la espalda.
Desde entonces dice que no solo se somete al sesgo social, sino también al urbano. Califica a la capital de “inaccesible e incompatible” con las personas discapacitadas. Pero su cansancio es mayor. “Tanto ofrecimiento de las autoridades, tanto estudio que de técnico no tiene nada, para acabar en nada. Solo hay humo político”.
Los baches, la falta de rampas accesibles, el exagerado alto de las veredas son los principales obstáculos que De la Cruz enfrenta a diario. Para lidiar con eso aprendió a bajar gradas, a mezclarse con buses y automóviles en las vías de principal acceso y también a blindarse de los insultos que le propinan quienes no son empáticos con su condición de vida.
mejor planificación
Según el urbanista Diego Mafla, pese a las limitaciones que presenta la ciudad, aún es posible una reingeniería en donde la inclusión social rebase la utopía; siempre y cuando no se asuma a Quito como una sola realidad y se generen estudios por sectores, conforme a sus necesidades.
“El peatón es el más importante y el más descuidado. La ciudad necesita proyectos urbanos de rehabilitación de espacios públicos. Asesoramiento técnico eficaz y no a dedo como siempre se ha hecho. La falta de planificación de las autoridades fragmenta el espacio público. Y la incompatibilidad en las construcciones de todos los accesos y demás sitios vulneran las necesidades de los discapacitados”, agrega.
En Guayaquil, el urbanista y planificador urbano Brick Reyes comparte la opinión, al asegurar que el escenario puede dar un giro solo cuando esa coordinación entre las entidades públicas que se encargan de colocar equipamientos urbano llegue.
“Interagua, por ejemplo, hace sus redes de alcantarillado alterando la calle; y CNEL cada que hace soterramiento subterráneo de cables, lo hace también. Al final, todos hacen sus trabajos por su cuenta, sin que haya una interrelación en las obras y sin corroborar, sobre todo, si afectan o no y que tanto a la sociedad”, menciona.
Para Reyes, el Municipio debería realizar un rediseño integral de las aceras, pero en ellas se debería incluir a las vías. “Solo así se podrá saber cuáles se deben achicar, a fin de darle espacio al caminante, el ser más importante de la sociedad”.
La accesibilidad urbana es un indicativo de la calidad de vida que ofrecen las ciudades a su gente, y tanto en Quito como en Guayaquil, parece ser lo menos importante.