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Los trans adultos mayores entre el abandono y el olvido
Muchos fueron protagonistas de la persecución en el país entre los 70 y 90. Actualmente viven autoaislados, sumidos en la miseria y en la enfermedad
Los colores de la bandera GLBTI se pasearon discretamente por los alrededores del parque San Francisco, en pleno casco comercial de Guayaquil. En medio del calor, el bullicio del tránsito y de los vendedores informales, varios miembros de dicha población se reunieron en ese sitio, pese a las restricciones por la pandemia de la COVID-19.
No era un día festivo, pero había motivos para celebrar por algo tan sencillo como significativo, la entrega de una tarjeta de consumo de un supermercado local, lo que les ayudaría a suplir un poco la necesidad en estos duros tiempos.
El apoyo que estaba dirigido específicamente para las personas trans de la tercera edad de escasos recursos, provenía de la migrante trans Jéssica Guamán, presidenta de Hope For TGNC N.Y. (Esperanza para mujeres trans adultos mayores LGBTI de Nueva York) en coordinación con el gremio ecuatoriano Años Dorados, liderado por Fernando Orozco, que agrupa y vela por este tipo de personas.
Aunque la invitación se hizo extensiva para las trans de avanzada edad, no todas llegaron y su lugar lo ocuparon las más jóvenes. Las favorecidas fueron 30 en total. La razón de esa ausencia, según Orozco se debe al autoaislamiento en el que se encuentran.
Y es que las personas trans que llegan a la vejez, suelen vivir en soledad, muchas están enfermas y no cuentan con seguridad social. Es el resultado de padecer las consecuencias de la desigualdad no solo educativa, sino además laboral y social.
La gran mayoría, incluídos los gays y las lesbianas, pasa por situaciones similares. El común denominador de sus vidas es el dolor arraigado producto de la discriminación que han tenido que soportar durante décadas por ser diferentes y tratar de vivir a su manera.
“Muchas mujeres trans, lesbianas y gays adultos mayores viven el autoaislamiento por la discriminación que se da a veces desde su misma familia, su círculo social y las pocas oportunidades que el Estado le brinda a esta población”, asegura Orozco, quien lamenta la inexistencia de datos exactos, un registro o censo para esta población. Prácticamente no existen.
La activista Glbti, Diana Maldonado, indica que ante la falta de censo que incluya a esta población no hay una cifra real en el país, no se sabe cuántos hay. “El último censo del INEC fue en el 2012, pero realmente no abarcó mucho, básicamente nuestros derechos no se ven reflejados como tales, a la encuesta le faltó fuerza y consistencia para integrar estos temas”, indica Maldonado. En el 2020 quedó truncado, debido a la pandemia, un nuevo censo más amplio, que incluía preguntas para esta población.
Época de atropellos
Las personas trans que han llegado a la tercera edad son parte de la época de los 70, 80 y principios del 90, en la que la mayoría se vestía de mujer y maquillaba y a las que peyorativamente se las llamaba ‘travesti’. “Son ellos, esos adultos mayores a los que sus familias los sacaban de la casa porque no les aceptaban su homosexualidad. Para nuestros padres y hermanos era más factible que seamos ladrones o marihuaneros menos un ‘maricón. Esa palabra estigmatizante que nos hacía ver peor que un delincuente. Estaban también las críticas, el acoso de los vecinos, en el colegio y en el calle. Era una cuestión generalizada y sistemática que existía en el Ecuador”, relata Orozco, quien también fue objeto de esas humillaciones de toda una sociedad que estigmatizaba y criminalizaba a la población Glbti.
El discrimen, la burla y la persecusión ocurría desde todos los frentes e incluía las redadas policiales aderezadas con represión, tortura y encarcelamiento ilegal. “A muchos para perdonarles la cárcel los hacían que se arrojen desde el puente 5 de junio. No sabían nadar. Aquí hubo dos Intendentes que fueron muy crueles con muchos miembros de nuestra gremio, a los que les cortaron sin autorización, el pelo con un cuchillo. Vivimos una serie de vejámenes por todos lados, nos maltrataban, excluían, no nos dejaban ingresar a las instituciones públicas, ni a sitios de diversión”, sostiene el líder de la agrupación Años dorados.
Una de las que vivió dichos atropellos es 'Melina' Álvarez, una estilista de 67 años, con problemas de audición, quien recuerda la dureza con la que fue tratada por su condición de trans. Ese episodio imborrable ocurrió cuando fue enviada por la fuerza al servicio militar. A su llegada le raparon la melena y le pegaron en fila india. La castigaron dejándola sin comer.
Para poder alimentarse tuvo que entrar a la cocina como ayudante. A los 21 días desertó. Sus padres se enteraron 'de su secreto' cuando el jefe los mandó a llamar. Su mamá cayó en shock cuando se enteró de que era trans. Al principio no lo aceptaron, pero luego cedieron. Otro episodio ocurrió cuando junto a dos amigas fueron capturadas y 'peladas a mate' por ir vestidas con ropa ajustada. "En esa época ver a la Policía era ver al mismísimo diablo", señala Álvarez, quien reside en el suburbio y actualmente cuida de su hermana con discapacidad. Cuando se siente enferma tiene que pagar un médico particular porque no tiene seguro social.
Algunas trans protagonistas de aquella época represiva optaron por abandonar el país. Viven en Europa. Según señala Orozco, muchas han muerto en diferentes circunstancias, otras están viejas y enfermas. Un escaso número progresó y otras, pese a la edad, continuan ejerciendo el trabajo sexual.
Este es el caso de 'Florcita' Salazar, manabita, quien asegura tener 61 años, aunque su rostro cansado y marchito demuestra lo contrario. Vive en un sector de la vía a Daule, en compañía de su mamá de 95 años. La tarjeta que recibió de Jéssica para la compra de comestibles es un alivio, aunque temporal.
Cuando el dinero se ausenta y el hambre aparece, muchas veces ha tenido que salir de su hogar para prostituirse, labor que admite con evidente vergüenza no le gusta ejercer, pero al no tener trabajo la necesidad la obliga. A veces saca algo, "5 dólares para pasar el día", relata, mientras desvía la mirada. Otras ocasiones regresa con las manos vacías, porque nadie quiere sus servicios y hay que aguantar el hambre.
En este punto, existe la pregunta de por qué gran parte de los gays o trans prestan sus servicios como estilistas, cocineras o trabajadoras sexuales. Justamente porque debido a la discriminación de la que fueron objeto en su juventud, la mayoría abandonó no solo sus hogares, sino además sus estudios. La falta de educación fue el obstáculo para una oportunidad laboral, lo que las llevó a conseguir un trabajo más fácil que les permitiera sobrevivir.
La ignorancia es otro de los motivos por el cual los adultos mayores se autoaislan.
Falta de oportunidades
Las trans jóvenes tienen PHD, magisters, pero no a todas les dan trabajo por su condición, dejándolas sin oportunidades. “Tienen que ir a trabajar por el sector de la Piscina Olímpica para ejercer el trabajo sexual o por la vía a Daule. En el día son estilistas y en la noche venden sus cuerpos por la falta de oportunidades”, explica Fernando.
Sin embargo, Natasha Llerena, de 30 años, quien se define como mujer trans, tiene título de ingeniera en marketing y su último cargo fue en el 2019 como jefa política del Canton El triunfo, de ahí saltó como asesora en el Ministerio de Ambiente.
Ella es consciente que tras la despenalización de la homosexualidad en 1997, la situación para su gremio, sobre todo, para los jóvenes cambió en algo, aunque el discrimen sigue ahí. “He tenido compañeras trans que me preguntan que cómo logré ser la primera en convertirme en una autoridad, mi consejo es que tienes que proyectarte y saber qué quieres ser en tu vida.
Si quieres que te traten bien, con tu conducta te ganas el respeto y la consideración de las personas. Porque tal como te ven te tratan”, indica Llerena. Ella se está proyectando para el futuro, pues sabe que las personas trans la tienen difícil, más aún en la vejez. Por eso trata de ahorrar y de conseguir sus cosas desde este momento.
Aunque los gremios GLBTI han tenido varias reuniones con ministerios y funcionarios públicos dándoles a conocer sus carencias, lo único, dice Orozco, que han recibido son dádivas. “No existe un verdadero acceso a derechos plenos para las adultas mayores Glbti.
El hecho de no tener cargas familiares o hijos no sirven para las ayudas sociales como por ejemplo, recibir bonos solidarios, accesos a la vivienda del Miduvi. Simplemente no califican porque no tienen cargas”, explica Orozco, quien espera que el nuevo gobernante cumpla con su promesa de que no exista discriminación y que se cumplan los derechos de los Glbti.