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Susana fue al albergue temporal del Municipio pero regresó a las calles.HENRY LAPO

‘Sin techo’ y a merced de la desgracia

Debido a la pandemia ha habido un incremento de personas en situación de calle en Quito. Pasan la noche en lugares en donde puedan refugiarse.

Empieza a oscurecer. La inmensa sombra de la Basílica del Voto Nacional se pierde en el asfalto de la calle Venezuela, en Quito... El termómetro marca diez grados centígrados. Bajo un arco que abre paso a las catacumbas del viejo templo se oyen susurros. Son Jacinto y Albeiro. Preparan sus ‘dormitorios’ de plástico para esta noche. Porque el portal de piedra del cementerio se ha convertido en su nuevo hogar...

En Quito, desde que se inició la emergencia sanitaria el número de personas que viven en las calles aumentó. No existe un número exacto. Sin embargo, Dolores Ponce, presidenta de la Cruz Roja Ecuatoriana, dice que en las últimas semanas se han entregado 150 kits alimenticios y de esa cantidad el 75 % son habitantes ‘nuevos’. Antes se entregaban 120 raciones.

Son las 19:00 del martes. Jacinto y Albeiro se acomodan para dormir. Abren dos grandes bultos de tela, de allí sacan plásticos, cartones, ropa, como del sombrero de un mago. Pero aquí no hay magia, hay frío y hambre. Este es uno de los ‘campamentos’ que los ‘sin techo’ han improvisado para sobrevivir a la pandemia y a la falta de recursos.

Mientras preparan sus camas recuerdan lo que tenían hace tres meses: un cuarto arrendado en el norte de Quito. Vivían juntos. Albeiro, de 39 años, vendía helados en el parque La Carolina. Jacinto, de 65, arreglaba joyas. Entre ambos hacían entre 7 y 10 dólares diarios. Ese ingreso desapareció. Ahora no pueden costear ese alquiler.

Junto a ellos se acomodan tres personas más, hay espacio para otros tres que llegan más tarde. Francisco duerme allí hace un mes. Vivía con su hija en El Bosque, pero lo botaron de su casa a sus 66 años.

Detrás de la ‘habitación’ de plástico y cartón se levanta un monstruo de la arquitectura quiteña, solo comparado con la Catedral de San Patricio, en Nueva York, y la de Notre Dame, en París. En 2019, el Municipio de Quito invirtió 160.000 dólares para su mantenimiento. Allí reposan además innumerables obras de arte consideradas como Patrimonio de la Humanidad. Mientras que Albeiro y sus compañeros no alcanzan a reunir a diario ni un dólar.

“Aquí hace frío y cuando llueve es peor, ni las cobijas aguantan”, dice Jacinto, quien deja su camisa azul y una chaqueta de cuero por un suéter negro, quizá para sentirse menos incómodo al dormir sobre las gélidas piedras.

Albeiro no quiere fotos. No le gustan. Sí cuenta que todas las noches siente nostalgia de su hijita (6) a la que no ha visto durante un año, cuando decidió salir de Colombia y probar suerte en Quito. Mal no le iba, hasta que llegó el virus.

Otro 'vecindario'

A 50 pasos del lugar, cruzando la calle Venezuela, está otro grupo de personas. Sus ‘camas’ forman una fila a lo largo de tres locales comerciales. Tienen esponjas viejas que fungen de colchones. Allí, Susana habla bajito, como si no quisiera que sus compañeros la escuchasen. Es la única mujer del sitio.

Los ‘dormitorios’ se empiezan a armar a las 19:00, cuando ya no hay muchos transeúntes.Henry Lapo

Se sienta en las gradas con los pies descalzos, usa un cubrebocas. Es solo una tela lila cuyo elástico resbala de su oreja cada tres segundos, y que acentúa aún más el moretón del mismo color que su marido le hizo –él la mira y escucha a solo dos metros– hace no mucho.

Para ella no es nuevo dormir en la calle, sin techo. Lo ha hecho durante cuatro años... pero siempre con la ilusión de emprender un negocio con el dinero que conseguía cuidando carros en la calle Vargas, a una cuadra de allí. Pero... llegó la pandemia. Y esos sueños, por ahora, se ven lejanos.

El 20 de marzo entró en funcionamiento un albergue en la Casa de la Cultura, dispuesto por el Municipio de Quito, para gente en situación de calle, ya que se considera que están en doble vulnerabilidad frente al COVID-19, al no tener un techo donde guardar cuarentena. Susana estuvo ahí hasta el 1 de junio, cuando la ciudad pasó a semáforo amarillo y ese sitio se cerró. “Era como un paraíso”, recuerda.

Recibía tres comidas diarias, tenía espacio para hacer deporte y podía bañarse todos los días. Ahora llora e implora para que su situación acabe, que alguien en el cielo la saque de la colchoneta sobre el cemento y la lleve a una casa con techo. Sin frío, sin maltratos y sin el peligro de ser abusada sexualmente.

“Una noche sentí que alguien me tocaba y me abrazaba. No era mi pareja”, cuenta. Aunque luego evitó dar mayores detalles. Guarda silencio.

Gabriela Quiroga, secretaria de Inclusión Social, dice que ellos son los más vulnerables. “Están en mayor riesgo de contagiarse porque buscan comida en la basura. No tienen la facilidad de asearse o lavarse las manos, ni de usar mascarilla”.

Ahora son más

Debido al aumento de los ‘sin techo’ está previsto reabrir un albergue en la calle Rocafuerte, aparte de la Casa del Hermano, ubicada en la 24 de Mayo, y donde algunos prefirieron quedarse. Susana volvió a la intemperie, y Jacinto y Albeiro no encontraron cupo en la Casa de la Cultura. “Nos dijeron que no había más espacio, fue ahí que paramos en este portal”, dice Jacinto.

Ocho personas comparten el portal del cementerio de la Basílica del Voto Nacional.Henry Lapo

Quienes levantaron estos ‘campamentos’ conocen a los técnicos de la Cruz Roja, la Secretaría de Inclusión y el Patronato San José. Han recibido ayuda de ellos, Susana hasta se hizo amiga de algunos cuando estuvo en el albergue. Pero no quiso continuar con el programa de reinserción. “Es importante tener en cuenta que no los podemos obligar, existe un principio de voluntariedad”, aclara Quiroga.

Susana quiere un techo, pero no en un albergue. Volver a ver a sus hijos, sobre todo a Cristopher, de ocho años.

Entre los dos refugios se atendieron a 100 personas, que según Quiroga, algunas fueron vinculadas con sus familias, otras volvieron a las calles y unas pocas seguirán en los programas del Patronato San José.

Nuevas dinámicas

Desde el proyecto ‘Amigos de la Calle’, de la Cruz Roja Ecuatoriana, se han entregado víveres para que puedan sobrevivir. “Con las nuevas circunstancias ya no podíamos llevarles comida preparada. Se organizaron para cocinar con leña en el parque”, comenta Dolores Ponce.

Entre voluntarios y trabajadores de la Cruz Roja entregan raciones, sobre todo en el Centro Histórico, donde hasta antes de la pandemia se identificaron 200 personas.

Ponce explica que antes de la emergencia sanitaria, los factores para que exista esta población eran las adicciones, violencia intrafamiliar y en menor porcentaje lo económico. “Algunos incluso tenían familia, pero preferían huir”, comenta.

Por el hecho de estar en la calle tienen más riesgo de contagio. Recogen comida de la basura y no tienen las facilidades para asearse”.Gabriela Quiroga,
Secretaria de Inclusión Social

Ahora, la causa principal para que deambulen por las calles es la falta de dinero a causa de la crisis económica. Según Ponce, la mayoría son comerciantes que arrendaban cuartos o vivían en hostales y que al no poder vender sus cosas no les quedó otro camino que la calle. El caso, por ejemplo, de Albeiro y Jacinto.

Quiroga concuerda con este planteamiento, pero le suma a quienes tenían trabajos esporádicos en la construcción, limpieza de casas o las familias en movilidad humana: extranjeros que se quedaron en el país cuando se declaró el estado de emergencia o que también perdieron sus ingresos. “Hemos visto con preocupación que durante la pandemia aumentó muchísimo esta población”, indica.

Con la presencia del virus ya no pueden recibir el acompañamiento humano que tanto requieren. “La mayoría necesita que alguien los escuche, un abrazo”, dice Dolores. Ahora que la regla es el distanciamiento, los abrazos y las charlas de los voluntarios ya no pueden ser.

En el ‘campamento’ de La Basílica hay reglas según sus habitantes: que solo pueden estar mayores de edad, que siempre hay cabida para alguien más y sobre todo respetar las cosas del otro, aunque ya les han robado las pocas pertenencias que tienen.

Se acomodan, se dan las buenas noches y se comen quizá el único pan del día. Cuando empiecen a circular los peatones tendrán que levantar sus ‘camas’ para no estorbar. Albeiro, Jacinto, Susana y sus compañeros buscarán también en la solidaridad de la gente alguna moneda.

La secretaria de Inclusión Social explica que el aumento de esta población quizá “esté en el punto más alto”... aunque siempre hay posibilidad de que más gente se quede sin casa.

200 personas se tenían identificadas en el Centro Histórico, pero el aumento es evidente.

Los que sí se quedaron resguardados

Fernando Villacrés entró el 21 de marzo al albergue de la Casa de la Cultura. Dormía en los portales de las iglesias del Centro Histórico hasta que tuvo miedo de contagiarse. “No me quería morir, busqué ayuda”, dice.

Tiene 61 años y quiere retomar su vida, por lo que se acogió al programa del Patronato San José. Lleva casi cuatro meses sobrio e intentará buscar un trabajo como ayudante de panadería, oficio que ejercía antes de caer en las calles.

La Unidad de Trabajo Social hará la vinculación con un hermano, de no obtener respuesta positiva seguirá como parte del ‘Hogar de Vida’ dirigido para personas de la tercera edad. Por ahora recibe atención psicológica, talleres de lectura y origami.

La Basílica del Voto Nacional es uno de los lugares en donde acuden los sin techo a pasar la noche. Lo hacen en los portales del gran templo.Henry Lapo