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Salchicha, fiesta y cariño antes del bombazo
A una semana de la explosión del Cristo del Consuelo, familiares de 3 de los 5 fallecidos cuentan cómo fueron las últimas horas de sus seres queridos. Conoce sus historias.
Las huellas de una tragedia provocada con un explosivo han dejado marcas difíciles de borrar en cinco familias ecuatorianas. Hoy se cumplen 7 días de la desgracia que no solo los mantiene sumidos en el dolor y la tristeza por la repentina partida de sus seres queridos, sino también con ansias de justicia.
Roxana Marilyn Montaño Medina, de 37 años; Walter Alberto Ávila Silva, de 41, y Jean Carlos Campozano Flores, de 26, son tres de las cinco víctimas mortales de la detonación ocurrida la madrugada del pasado domingo en las calles Décima, entre la H y la I, en el barrio del Cristo del Consuelo, en el suroeste del Puerto Principal.
Y aunque estos tres guayaquileños no se conocían y era poco lo que tenían en común, sus días finalizaron en el mismo lugar donde también una veintena de personas resultaron afectadas por la onda expansiva producida por el estallido de un artefacto, colocado entre dos viviendas de este sector, también conocido como Calle 8. Roxana era empleada doméstica, Walter y Jean Carlos trabajaban como choferes.
Los otros dos fallecidos son Vicente Agustín Loor Richard (41) y Ana Lucía Narváez Narváez (42).
Heridas en el alma y el cuerpo
Con su voz quebrantada, la esmeraldeña Mónica Ramona Medina Caicedo relata cómo fueron las últimas horas de vida de Roxana, la menor de sus tres hijos y a quien considera su mayor tesoro.
“La mañana del sábado (13 de agosto) mi hija salió muy temprano, fue a cuidar a una señora, era un ‘cachuelo’, ella laboraba como empleada doméstica en una casa. Regresó al mediodía, almorzó y durmió. A las 15:00 se fue con su hijo a una matiné y regresaron como a las 19:00. Conversamos un rato y luego cada uno se fue a su cama. Mi hija se acostó con su bebito de 7 años, su otra hija y su nieto estaban en la vivienda de un familiar”, recuerda Mónica mientras sus manos sostienen una fotografía tomada hace casi una década y en la que aparece junto a su amada Roxana.
Rememorar la madrugada en la que perdió a su hija la quiebra en llanto. Confiesa que desde la tragedia no ha podido conciliar el sueño y que son escasos los bocados de comida que ha podido ingerir, ya que nada ni nadie le da sosiego a su dolor.
“Fue un ruido ensordecedor, terrible. A veces cierro los ojos y parece que escucho la voz de mi hija diciéndome: ‘mamá, ¿dónde estás? Hay que salir’. Tengo lesiones en el pecho, en el rostro, me han cogido 14 puntos, pero la herida más grave es la que tengo en mi corazón, esa ni el tiempo me la podrá curar. Solo le pido a Dios que me dé fuerzas para sobrellevar esta pérdida. No solo me quitaron a mi hija, también a mi mejor amiga”, expresa.
Aclara que Roxi, como la llamaban de cariño, no se cayó del balcón como indicó la Policía el día del hecho. “Mi hija salió de la casa asustada por la explosión. Nos quedamos atrapadas, ella se tropezó y se pegó en la cabeza en la vereda. Su niño y yo salimos después y como estaba oscuro no nos dimos cuenta de que estaba en el piso. Murió casi al instante”, expresa.
Mónica se radicó en Guayaquil hace 40 años. Una década después adquirió un terreno en la Décima y la H, donde levantó su casita. Tras separarse de su primer conviviente no volvió a saber de sus dos hijos mayores. “Él me los quitó, se los llevó. Roxana era todo lo que me quedaba, cada tarde la esperaba para abrazarla, no puedo asimilar que ya no volverá”, menciona la esmeraldeña de 58 años.
Cuco hizo su última carrera
Patricia Silva Villa está consciente de que no volverá a recibir los abrazos, mimos y tampoco escuchará el ‘Niña Patty’ con el que Walter Alberto, el menor de sus dos hijos, solía llamarla cada vez que salía o llegaba a su hogar y esto le destroza el alma.
El chofer y comerciante dejó su domicilio tres horas y medias antes de la desgracia que le causó la muerte. Fue a realizar una carrera. Durante la mañana fue a dejar a su progenitora al mercado de la Caraguay (sur) en donde ella vende desayunos. Luego regresó a casa y compartió con su familia. En la tarde salió para hacer varias carreras. Y en el transcurso de la madrugada recibió la llamada de una comadre, quien le pidió que la trasladara hasta la Calle 8 porque quería comerse un caldo de salchicha. Esta fue su última carrera.
“Mi hijo andaba en su carro, el cual adquirió a crédito, parece que también le dio antojo de un caldo y se bajó a comer. Estaba sentado cuando ocurrió la explosión. La onda expansiva lo lanzó al piso, tenía una de sus piernas destrozadas y también laceraciones en sus brazos. Llegó vivo al hospital, pero falleció a los pocos minutos a causa de una hemorragia interna. Cuando nos avisaron solo nos dijeron que había sufrido un accidente, pero no la dimensión del hecho”, menciona la progenitora.
Walter, a quien sus familiares desde niño lo llamaban Cuco (porque le gustaban las canciones del músico dominicano de salsa Cuco Valoy), trabajaba junto a su madre en el mercado y con el dinero que ganaba vendiendo desayunos alimentaba a sus cinco hijos. Por las tardes y noches se ayudaba trabajando en su vehículo, el cual fue adquirido hace un año a crédito.
“Mi hijo aún estaba pagando el carro. Este quedó en el sitio de la explosión, allí lo desmantelaron, se le llevaron hasta la radio; era su herramienta de trabajo. Él era un hombre honrado, si hubiese muerto por enfermedad o por ser delincuente quizás hubiese estado preparada para este golpe. Ahora solo trato de entender los designios de Dios”, confiesa”.
Su último ‘vacile’ fue en la 8
“Mami ya vengo, voy a una fiesta con unos amigos”, fueron las últimas palabras que escuchó Cecilia Flores por parte de Jean Carlos, el tercero de sus cinco hijos. Seis horas después una amiga le avisó que su muchacho había sufrido un accidente y que estaba en el hospital.
Geraldine Córdoba Flores, hermana del fallecido, cuenta que aquella noche su ñaño no iba a salir de la casa, pero unos amigos lo llamaron por teléfono y le insistieron para que los acompañé a una fiesta. “Le pidió permiso a mi mamá y se fue como a las 23:00. Lo que sabemos es que fue a una reunión, parece que estaba aburrida y se fue a la Calle 8, porque allá había más movimiento”, comenta la joven.
Jean Carlos era chofer, trabajaba manejando una camioneta que presta el servicio de lavandería a domicilio. En su último día de vida se levantó a las 07:00 para llevar a su mamá al trabajo. Al regresar se bañó y se fue a trabajar como chofer. Al mediodía fue a ver a su madre y luego de almorzar se acostó a dormir hasta la fatídica noche en que salió de su domicilio.
Hoy, Geraldine lo recuerda como “un chico bromista y alegre” que siempre “salía con sus ocurrencias, pero no era delincuente. Mi hermano era un hombre trabajador, simplemente estuvo en el lugar y en la hora equivocada”.
Hospitalizados
Esposos perdieron la visión de un ojo
Herlinda Irene Arroyo Vernaza, de 47 años, y su esposo Roddy Alberto Chóez Indacochea (48) son dos de las 20 personas que resultaron afectadas por la onda expansiva. Ellos estaban asomados en la ventana de su casa cuando ocurrió la explosión. Habían salido tras escuchar los diez disparos que realizaron los delincuentes antes de ejecutar la detonación del explosivo.
El padre de Herlinda, José Arroyo, cuenta que su hija y su yerno perdieron la visión de su ojo izquierdo y que aún se encuentran hospitalizados. La pareja habita en una de las tres casas que resultó con más afectaciones en su estructura.