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Recicladores de Guayaquil: entre la división de territorios y el consumo de drogas
En Ecuador apenas se recicla un 5% de las 14 mil toneladas de desechos que se producen cada día, según una organización de recicladores
EEl mediodía caía a plomo sobre las calles del Suburbio de Guayaquil. Un sol implacable de 36 grados centígrados azotaba el asfalto. En este escenario, Edison Macías, un reciclador de 46 años, emprendía su ardua jornada laboral.
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Este ‘camello’, aunque informal, casi siempre tiene asignados límites y territorios específicos para sus trabajadores. ‘Esta parte es de ustedes, esta nuestra’. Nadie pasa esa frontera imaginaria, pero tan real. Se la defiende a veces hasta a los puños.
Con la frente perlada de sudor, Macías empuja su triciclo por las calles 20 y Brasil. “El sol sale para todos”, dice el hombre, refiriéndose a que no tiene un territorio fijo para ‘camellar’, sino que recoge las botellas, cartones y plásticos que encuentra en su camino.
Este padre de familia obtiene alrededor de 20 dólares diarios con los que sostiene a sus tres hijos. Su trabajo forma parte de un sector que, según la Red Nacional de Recicladores del Ecuador, apenas recupera el 5% de las 14.000 toneladas de residuos sólidos que se generan cada día en el país. Esta entidad destaca la falta de un sistema de gestión de residuos efectivo por parte del Estado.
Estos trabajadores, conocidos común y peyorativamente como ‘chamberos’, no siempre son amenos como Macías. William Alvarado, quien es discapcitado y apenas logra emitir palabras, da a entrever que debe cuidarse constantemente de los recicladores consumidores de sustancias ilícitas, pues estos suelen ser, en ocasiones, peligrosos.
Pese a su testimonio, a la altura de las calles Octava y Cuenca, Alvarado sonríe y saluda al equipo de EXTRA con una mano, mientras con la otra impulsa su carreta repleta de desechos reciclables, en especial cartones.
A sus 72 años, este hombre conoce los peligros de ser reciclador, ya que incluso en su billetera guarda un papel con su dirección domiciliaria, por si en algún momento es víctima de alguno de sus colegas ‘dañados’ u otro mal.
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De la universidad a la calle: la historia de un ‘chambero’ que busca redención
Juan y Marcos (nombres protegidos), dos panas a quienes “la vida y el vicio” juntó, llevan sacos llenos de reciclaje en su recorrido por el barrio Puerto Lisa. Para sus delgadas contexturas, el peso y la calentura del sol les complica el andar. Pero trabajar por un poquito de ‘H’ -droga que confiesan consumir- es la recompensa al final del día.
Juan es electromecánico y lleva 4 años inmerso en el ‘chamberismo’. Él no está lúcido y su mirada difícilmente se concentra en un punto. Con una de sus manos callosas y sucias de hurgar entre la basura, sostiene una funda con su almuerzo, un pan seco. “Toca darle nomás, la vida es así”, expresa.
Sobre la ‘frontera’ en cada territorio, los panas afirman que solo 5 recicladores están “autorizados” para trabajar, pues los demás ajenos al barrio eran sucios y embarraban de inmundicia el centro de acopio del sector. “Nosotros los correteamos a esos manes”, aclara Juan.
Pese a su aspecto desaliñado y sus ropajes mugrientos, Marcos no parece estar del todo ‘volado’; más bien, maneja un buen léxico, el cual no coincide con su apariencia de calle. Esto se debe, explica, a que estudió la carrera universitaria de Administración de Empresas en la Universidad de Guayaquil durante 4 semestres y, en general, llevaba una vida normal... hasta que las drogas se apoderaron de él y tuvo que abandonar la casa de sus padres.
“No me tome fotos, no quiero que mi familia me vea así”, le comenta Marcos al camarógrafo de EXTRA, demostrando estar consciente de su aspecto.
El joven, de 25 años, cuenta que su vida tomó este rumbo después de dejar su trabajo en un call center de una compañía telefónica hace 8 meses, aunque fue hace 4 años cuando empezó con el polvo peligroso.
A pesar de subsistir con 10 dólares diarios que le deja el reciclaje, Marcos aspira a más: él quiere salir del “hueco” en el que está y aguarda por su hermana para irse a Colombia y dejar de una vez por todas lo que describió como “ese maldito vicio”.
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