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Quito: Vendedoras de la tercera edad batallan contra la adversidad
Son tres mujeres que han hecho del Centro Histórico su bastión para salir adelante. Conozca sus historias
La edad, sus ganas de trabajar y el ímpetu por salir adelante han ‘hermanado’ a tres vendedoras de la tercera edad en el Centro Histórico de Quito. Estas ‘injubilables’ no se conocen, pero sus historias se han detenido en el tiempo en la vorágine cotidiana de este punto capitalino.
María Delia Guamán es una de estas comerciantes. Ella se aferra al pasado con su carrito de madera donde los jugos de frutas se transforman en helados. Ella tiene 80 años y desde que tenía 25 se ubica en la esquina de las calles Guayaquil y Manabí.
“Con este trabajo he mantenido a mis siete hijos, pero lamentablemente hace un año murió uno con cáncer. La situación económica ha hecho que no me retire”, dice la mujer mientras acomoda una porción de helado en un cono.
Ella admite que los ingresos han disminuido ostensiblemente. Para trabajar a diario, doña Delia compra 10 kilos de hielo en 20 dólares, mientras que en frutas, leche, azúcar y demás ingredientes gasta un aproximado de 30 dólares. “Pero con lo que se gana, no se recupera la inversión. Aun así debo seguir luchando”, cuenta la señora, que cada mañana llega a eso de las 07:00 y se va entrada la tarde.
Las revistas
Atrás queda Delia con sus helados artesanales. El camino más hacia el centro lleva a donde se encuentra otra mujer que se niega a dejar su puesto de venta. Es Amada Ramos, asimismo de 80 años y cuyo quiosco se impone en la calle Sucre.
Sus productos son revistas de toda clase que están cuidadosamente acomodadas en una gran percha de madera que doña Amada custodia celosamente. Allí aparecen portadas de textos como ‘Nacho lee’, revistas como Condorito o sopas de letras. A eso se suman otros productos como pegamento, periódicos como el EXTRA y hasta pañitos húmedos.
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“Con la llegada de internet y los celulares, la venta ha bajado muchísimo, pero no me queda más que dar batalla”, comenta esta vendedora que llega desde La Magdalena, sur de Quito, cada mañana.
Su quiosco lo encarga en un zaguán cercano y lo saca todos los días, llueva, truene o relampaguee. Cuando eso sucede, Amada se coloca un plástico y se sienta a esperar la ‘bondad’ del clima. Asegura que en sus 60 años de comerciante, no ha sido víctima de asaltos, pero en ciertas ocasiones algún pillo sí se le ha sustraído alguna revista.
Las velas
La última parada del recorrido para conocer a estas mujeres ‘injubilables’ es la plaza de Santo Domingo, donde está Mónica de los Ángeles Aguilar, de 65 años. Ella es una de las vendedoras más antiguas que se encuentran afuera de la iglesia de ese punto capitalino.
“Me dedico a la venta de velas, escapularios, palo santo y rosarios. Este puesto es una herencia de mi madre, que se llamaba Elsa Graciela Coello”, detalla sentada en una silla de plástico blanca.
A esta comerciante, la disminución de las ventas también la ha golpeado, mucho más desde la época de la pandemia. Antes, Mónica llegaba lo más temprano posible y se iba cerca de las cinco de la tarde, pero ahora los horarios de apertura del templo han hecho que solo labore hasta el mediodía.
“La fe de la gente sigue intacta, pero no compran como antes”, afirma mientras acomoda las velas, el producto más solicitado. La fémina dice que la inseguridad no la ha afectado, ni tampoco le incomoda el trabajo sexual que se ejerce en los alrededores.
“Dando gracias a Dios, todavía puedo trabajar tranquila. Lo mismo es cuando vengo desde mi casa de La Libertad, en el sur. Y con esta labor he ayudado a mis tres hijos y cuatro nietos”, revela Mónica antes de irse a descansar y seguir en la lucha, al igual que Delia y Amada en el Centro Histórico de Quito.
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