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Quito: Los fanáticos de autos clásicos explican su costosa afición
En Quito, dos fanáticos de los autos clásicos comparten a sus ‘mimados’. Uno de ellos perteneció a un piloto de la Fuerza Aérea de Estados Unidos
Si los autos clásicos hablaran, contarían anécdotas cautivadoras y hasta chismes polémicos, sobre todo los ejemplares de dos fanáticos del automovilismo que dan la vida por ellos. Juan José Ríos tiene un Chevrolet Impala de 1962 y ama tanto a su vehículo que no quiere revelar cuánto ha gastado en ponerlo más “guapetón”. “Si te digo, puedo perder a mi esposa”, dice entre risas.
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Este carro tiene una historia interesante y, por eso, para Juan José, es el ‘mimado’ de su colección de más de seis clásicos. El Impala fue traído por un piloto de la Fuerza Aérea estadounidense a inicios de la década del 60. El militar trabajó en la Embajada de su país en Quito, pero fue llamado a servir en el ejército durante la Guerra de Vietnam y nunca regresó.
La delegación diplomática vendió el auto a una familia quiteña, que lo tuvo hasta 2011, cuando Juan José lo compró. El Impala tiene transmisión automática con cuatro velocidades y su mecánica es original, con unos cuantos ‘toquecitos’.
Recuerda que cuando lo compró a su último dueño, este lloró sentado junto a él, contando que con ese vehículo conoció a su esposa, recorrió el país con su familia y hasta conoció a su amante antes de separarse. “Es un carro que sabe del amor”, dice Juan José.
Él no piensa venderlo; quiere mantenerlo hasta que esté viejito, como el Impala. “Me gustan los autos de combustión interna. Nunca compraría uno eléctrico”.
Velocidad y nostalgia
Juan José no suele ir a comprar el pan en el vehículo; solo lo saca cuando tiene algún evento con otros fanáticos, como Francisco Alvarado. Este quiteño tiene un Ford Mustang de 1969, un carro deportivo que aparece en las películas de Hollywood: agresivo y estilizado, propio de chicos rudos y arriesgados.
Pero Francisco es más modesto y calmado, aunque con mucha adrenalina y ganas de ‘quemar carretera’. Comenta que se siente como una estrella de cine cuando sale en su vehículo. “Todos te miran, te piden una foto, te abren el camino”, resume.
Lejos de la idea popular de que un vehículo de este tipo atrae mujeres, Francisco dice que es todo lo contrario: Es un ‘alza machos’. “Los hombres son los que más se sorprenden al verlo; las mujeres no le dan mucho valor”.
El fanático afirma que suele sacar su Mustang los domingos junto con sus amigos. A veces aprovecha para ir a una carretera y probar los 450 caballos de fuerza y los 5.800 centímetros cúbicos de cilindraje. ¡Una bestia!
Francisco ha llegado a los 200 kilómetros por hora, aunque su carrito puede superar los 280. “No lo hago porque ya está un poco viejito y puede pasar algo”. El ejemplar color naranja que guarda en su garaje fue una herencia de su padre, quien lo compró en 1979. Fue el segundo propietario. Hace 14 años pasó a las manos de Francisco y, desde entonces, ha invertido más de 40 mil dólares para restaurarlo. Todos los repuestos los trae de EE. UU.
Al igual que Juan José, este quiteño no vendería su ‘mimado’ a menos que se quede en la bancarrota o, como dice él, “esté entre la vida y la muerte”.
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