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Educación
Niños en Guayaquil 'perolean' en horas de clases
EXTRA recorrió algunos sectores de la urbe y encontró nuevamente niños que no estudian por no tener celular ni internet. Comer o aprender, su dilema
Valeska cambió involuntariamente los cuadernos y el bolígrafo por una escoba y el detergente. Ya no estudia Matemáticas, Lengua o Computación, ahora lava ropa, cocina, plancha en su hogar.
Este es el segundo año en el que la adolescente (12 años) y su ñaña Damaris (9) no reciben clases virtuales.
A su abuela, Lesly Simisterra, de 55 años, no le alcanza el dinero para comprarles un celular y contratar el servicio de internet. Ella vende pescado frito en la puerta de su casa, ubicada en Socio Vivienda 2, noroeste de Guayaquil, pero cuando el negocio está ‘turro’, esa es la ‘jama’ del día para la familia.
Yirabeth (14), es su sobrina y vecina. También se quedó sin estudiar en este período lectivo. “En el 2020 vivía en El Coca (provincia de Orellana) y allá tenía con qué conectarse y recibir sus clases; acá a duras penas tenemos para comer”, explica Bertilda (61), su abuela. Asegura que la joven sacaba buenas notas y nunca se ha quedado de año.
“Le gustaba estudiar, pero estoy preocupada porque al principio me ayudaba con las cosas de la casa, ahora solo quiere andar en la calle y anda pensando en enamorado. No quiero que se me pierda porque ella tiene potencial”, asevera Bertilda.
Estas tres menores de edad integran la preocupante cifra de 90 mil alumnos que están fuera del sistema educativo en Ecuador, según cálculos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Este mismo informe revela que de 2 de cada 10 estudiantes disponen de un dispositivo electrónico para recibir clases y que el 78 % tiene acceso a internet, teniendo en cuenta que en el régimen Costa-Insular hay más de 2 millones de alumnos, y en la Sierra-Amazonía llega a los 1,8 millones.
La situación educativa en el país, según el Registro Administrativo del Ministerio de Educación es la siguiente: En 2019-2020, en la Sierra se identificaron 49.064 estudiantes con riesgo alto y sin contacto con el docente. En 2020-2021, en la Costa se reportaron 51.373 alumnos que no registraron sus notas en los dos quimestres. Y 200.705 chicos se han cambiado de lo particular, municipal y fiscomisional a lo fiscal, a nivel nacional, en 2020-2021.
Jacob (12) y Adrián (14) van por el mismo camino, mientras otros muchachos estudian, a ellos no les queda más que ayudar a su madre María Landázuri con los quehaceres del hogar en la cooperativa Santiago Roldós, sur de la urbe porteña.
A mediados del año pasado fueron retirados del sistema educativo, pues a María le resultaba incómodo prestar celulares y la clave de internet para ellos. El mayor llegó hasta octavo y el otro hasta sexto de básica.
“Sí quiero que estudien, pero mi prioridad es que ellos coman y lo que yo hago con la venta de agua en la calle me alcanza para medio comer. Yo soy madre soltera y no tengo quién me ayude”, lamenta.
Insensibilidad e ineficiencia estatal
“Ni el Estado ni el Ministerio de Educación han tomado con responsabilidad esta problemática, que se está convirtiendo en una segunda pandemia, más grave y preocupante que la de la salud, por las consecuencias sociales. Más muchachos en las calles, expuestos a situaciones negativas de la colectividad”, manifiesta Ivo Orellana, exdirector provincial de Educación del Guayas y exministro de Educación encargado.
Considera que un proceso de vacunación acelerado, que abarque a más población posibilita la idea de pensar en un retorno y normalización de las actividades educativas.
Orellana aplaude las buenas intenciones de las personas naturales e instituciones sociales, que han visto la forma de dar cursos a los chicos en sus zonas, pero no es el mismo trabajo que realizan los docentes, quienes de volver a las aulas con sus estudiantes, tendrán la tarea titánica de lograr recuperar el tiempo perdido.
“Les tocará hacer planificaciones para tratar de nivelarlos y a la vez avanzar en los conocimientos nuevos”, sostiene.
Y ese es el caso de Brianna (7), quien también tuvo que desertar de su escolaridad por falta de dispositivos tecnológicos. Le gusta leer, escribir, sumar y restar.
Estudió hasta segundo de básica en la escuela fiscal Doctor Francisco Falquez Ampuero, en el barrio Cuba, sur porteño.
Su abuela Vilma Ibarra (67) es su maestra. La sala de su casa en el suburbio es el aula, pero las clases no son de lunes a viernes, la ‘profe’ la coge a cargo un par de horas, los días en los cuales se siente bien de salud: dos o tres veces por semana. Su diabetes e hipertensión interfieren con la enseñanza. Por eso Brianna quiere ser doctora.
Afectados más allá de lo académico
La psicóloga educativa Elizabeth Terranova expresa que no ir al colegio sí perjudica a los chicos en su proceso educativo (retraso en el aprendizaje y descubrimiento de nuevas habilidades), de socialización (relacionarse con sus pares, personas de su edad) y en el área emocional (baja autoestima, desmotivación, etcétera).
“El chico no pidió una deserción escolar, que se da más por factores económicos. En los hogares lo primero que se quiere cubrir es la necesidad de comer”, indica Terranova, quien indica que un menor de edad que no estudia y vive en zonas de extrema pobreza, donde hay delincuencia, drogas, pandillas, es vulnerable y propenso a condicionarse a estas situaciones”.