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La peculiar vida de un forense en Navidad: "Nunca se sabe cuándo serás necesario"
La historia de Carlos Herrera, quien laboró 13 años en el Instituto de Ciencias Forenses, más conocido como la Morgue de Tránsito, en Guayaquil
En la vida de alguien que debe tratar con muertos, las festividades no siempre transcurren como las de los demás. Carlos Herrera, paramédico y tecnólogo en Medicina Forense, recuerda con una mezcla de risas y pesar las veces en que su deber lo llamó justo cuando estaba a punto de disfrutar de la cena navideña con su familia.
En una de esas noches especiales, todo estaba listo en casa de su suegra: una mesa decorada con velas, frutas y los platos que más le gustaban. “Habíamos preparado pollo, pero también había chancho, porque a mí me encanta. La mesa estaba hermosa, llena de detalles”, relata con una sonrisa.
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Sin embargo, justo antes de sentarse a cenar, recibió una llamada urgente: dos cuerpos necesitaban ser atendidos en la morgue. “Nadie más estaba disponible, así que tuve que irme de inmediato. Mi esposa, que siempre ha sido un gran apoyo, bajó conmigo a ayudarme con la toma de los datos. La cena quedó pendiente”.
Aquella noche terminó para él a la una de la mañana del 25 de diciembre, demasiado cansado como para hacer otra cosa que no fuera dormir. “Al día siguiente calentamos todo y nos reímos de la situación. Desde entonces, cada Navidad recordamos esa cena interrumpida como una anécdota familiar”.
Mujer le suplicó de rodillas
Pero no todas las historias navideñas de Herrera tienen un tono ligero. La más dura, dice, fue cuando una mujer se arrodilló frente a él, suplicándole que no hiciera la necropsia a su madre. “Le expliqué con calma, citando lo que dice la ley, que en los casos de muerte violenta es obligatoria la autopsia. Fue desgarrador”.
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Con paciencia y empatía, logró que la mujer entendiera, pero el dolor de esa escena lo acompaña hasta la actualidad. En otra ocasión, tuvo que enfrentar lo que describe como su mayor desafío emocional: ver a niños fallecidos. “Recuerdo un caso en Solca, un niño de nueve años, hijo único. La madre estaba devastada. Aunque uno intenta ser fuerte, esas cosas te parten el corazón”, dice conmovido.
Aquí funcionaba la morgue de Tránsito
Una llamada de un momento a otro
Ahora, Herrera ya no trabaja directamente en el Instituto de Ciencias Forenses de Guayaquil. Actualmente se dedica a preparar cuerpos para sepultura o repatriación. No obstante, su trabajo sigue estando lleno de imprevistos y momentos emocionalmente complejos. “Aun en Navidad puedo recibir llamadas, porque en esta profesión nunca se sabe cuándo serás necesario”.
A pesar de todo, Herrera encuentra consuelo y alegría en el tiempo que pasa con sus seres queridos. “En medio de los momentos duros, trato de disfrutar lo más preciado: el amor de mi familia. Siempre recordamos que la Navidad es una celebración del nacimiento de Jesús. Eso nos da fuerza para seguir adelante”.
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