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¡Donde ‘palpita’ la COVID-19!
EXTRA entró a la sala de emergencias en un hospital centinela, en Quito.
Son las 08:20 en el área de emergencias del Hospital IESS Sur, centinela de los contagiados con COVID-19 en la capital... Un equipo de este Diario accede, con las medidas de bioseguridad, para palpar la realidad –y la intensa lucha– que se vive allí dentro, en estos días, cuando los casos han despuntado en Quito.
Érika León, líder de emergencia, nos recibe. Y ya en los primeros pasos se debe hacer una pausa. Un camillero conduce a una paciente infectada de aspecto deteriorado hacia el área de recuperación. Con una leve sonrisa, intenta alzar el brazo y enseguida se pierde entre las paredes blancas.
No todos logran sonreír. En el fondo del pasillo aparecen algunos enfermeros. Empujan otra camilla con una mujer contagiada y cuyo cuerpo está conectado a un respirador. Eso la mantiene viva. La llevan al piso 4, o quizá al 5, la sala de terapia intensiva. De ahí muchos no han podido salir.
En el camino hacia el área crítica de Emergencia, León dice con una voz cansada: “Es duro. Hemos visto pasar varios casos, muchas vidas se han apagado. Hay algunos pacientes que luego de 75 días de estar intubados se han recuperado milagrosamente... y esa es mi mayor satisfacción”.
El último trimestre hubo un incremento de pacientes jóvenes, lamenta. “Hay que tomar precauciones”, insiste.
De repente se vislumbra una hilera de pacientes. Unos conectados a ventiladores mecánicos. Sobreviven. Otros evolucionando. Su aspecto es claramente distinto. Color en las mejillas. Hablan. Sonríen.
Una lucha diaria
El personal médico del área de emergencias tiene una doble lucha: combatir el virus de sus pacientes y evitar que la COVID-19 los infecte, pese a que la vacunación ya empezó en aquel hospital. Pero son las historias de aquellos que hoy necesitan de su ayuda las que los alimentan para seguir de pie. Y salvando vidas.
En una cama, José Loor, nacido en la provincia de Manabí hace 31 años, se lamenta: “Es doloroso no poder ver a mis seres queridos. Es fuerte ver a la gente deprimida que piensa que quizá no volverá a verlos... pero debemos salir adelante”.
A unos metros de allí, donde antes funcionaba una cafetería, hoy es una extensión del área de emergencia. Como es habitual en toda la casa de salud, este espacio también luce lleno. Carmen, de 40 años, lleva unas horas allí.
Es un manojo de nervios. Ha dado positivo para coronavirus con una prueba PCR (hisopado). Pero, además, padece diabetes y teme por su hija, de 6 años, que se quedó al cuidado de sus padres, quienes también están contagiados.
Más y más casos
Cristian Tipanguama, de 35 años, lleva varios días contagiado. “Es algo inexplicable lo que pasa, es demasiado duro ingerir medicamentos día a día, hubo momentos en que mis pulmones estaban muy saturados. Se me dificulta respirar”, relata el hombre.
Dice que “gracias a los doctores que nos atienden con paciencia, hoy estoy mejorando”. “He sido testigo de cómo hay pacientes que se recuperan, así como también hay personas que se las llevan a cuidados intensivos”, añade.
La inspiración de Cristian para ponerse mejor y dejar atrás la enfermedad son sus dos pequeños bebés, a los que no los ha podido ver. Será pronto. Lo sabe. No lo duda.
Mientras, afuera del área de emergencias una carroza fúnebre espera embarcar el cuerpo de una persona que perdió la batalla contra el virus. En ese instante, una paciente abandona la casa de salud con ayuda de una silla de ruedas. Venció al virus. Y, de repente, la sirena de una ambulancia anuncia la llegada de un nuevo contagiado.
Parece una ruleta de dolor, pero también esperanza.