Exclusivo
Actualidad
Luis Caisaguano es el ruiseñor de los muertos
Luis Caisaguano le canta a los difuntos. En las mañanas es ‘profe’, pero cuando debe ir a un funeral agarra su acordeón para despedir a las almitas.
Desde hace 25 años, Luis Caisaguano se gana la vida cantándole a los muertos. Con un acordeón, un repertorio de melodías –tristes en su mayoría– y apoyado con una voz ronca ha dado serenatas en más de 1.000 traslados fúnebres, misas y entierros, en Quito.
Dice que es “el músico de los muertos contratado por los vivos”. Que mientras ellos –refiriéndose a estos últimos– disfruten de su música y lo busquen, él seguirá teniendo algo de qué vivir, pero siempre con la venia del que reposa dentro de la caja.
Antes de ‘sacarle lágrimas’ al acordeón, y de paso a los deudos del difunto, cuenta que rigurosamente debe acercarse al ataúd, conocer al cadáver al que le cantará, saber su nombre, y después de decir: “Espero que su alma bendita descanse en paz”, él inicia con su trabajo. Su ritual.
“Si no le conozco al muerto (acercarse al féretro) y le hablo, tengo pesadillas. Sueño que me siguen, me corretean. Ya cuando les veo la cara me quedo tranquilo y puedo cantar”, agrega el hombre, de 53 años.
Su afición por la música la tuvo desde pequeño. Estudió y se graduó en el conservatorio de Pujilí, Cotopaxi, y desde los 15 años formó parte de una orquesta que desapareció y de la que ni el nombre recuerda.
Lo que sí tiene claro es que en aquel entonces su vida giraba en torno a la algarabía que despertaba en los vivos mientras él cantaba. Ese era el termómetro para calificar su trabajo. Ahora lo hace a través de las lágrimas y lamentos de los deudos.
A más de acompañarles desde la misa hasta que el cuerpo llegue al hueco, donde descansará, afirma que su objetivo es sumarse al dolor de los familiares a través de sus canciones melancólicas.
“Es duro, pero de ellos vivo. Siempre toco piezas musicales que hayan sido del agrado del muertito. Con eso ayudo a los asistentes para que se desahoguen y expresen la tristeza que cargan sin miedo”.
Su otra faceta
A más de la afición que tiene Caisaguano por las líricas, confiesa que por el día se dedica a la docencia. Se tituló como profesor y enseña Ciencias Sociales a los estudiantes de una escuela fiscal en el barrio El Beaterio, sur de la capital.
“Después me dedico a cantar. Mi nieto me acompaña. A él también le gusta la música y espero que aprenda el oficio”.
En el peor de los días, entre semana, el hombre señala que saca una o dos serenatas. En el mejor, hasta cuatro.
Según él, todo empezó cuando fue contratado para cantarle en el cumpleaños de la abuela de un estudiante. Al inicio se resistía, porque jamás lo había hecho con difuntos. Incluso pensaba que era en vano porque “ellos no escuchan”, pero después entendió que su espíritu sigue vivo, comenta.
Los fines de semana y en fechas especiales, como el Día de la Madre, de Difuntos, o cuando le llaman los clientes, él está presto para revivir los recuerdos de “quien en vida fue”.
Sus repertorios van desde tres canciones, por cinco dólares, hasta 10 temas o más. Depende mucho de la distancia que deba recorrer en el panteón, hasta que sea sepultado el cadáver.
Precavido
Muchas son las historias de dolor y tragedia que ha escuchado y vivido de cerca este músico. Las más duras fueron la partida de su madre, por vejez, y la de dos grandes amigos, que también tocaban en sepelios, pero fueron ‘asaltados’ por la COVID-19.
A los tres, él les cantó mientras les echaban tierra. Y a partir de eso decidió adelantarse a la llegada de esta “traicionera señora”, como él llama a la muerte, y preparó el repertorio musical para su entierro. “No quiero que me coja en desventaja. Sé que algún día va a llegar y mis hijos ya saben que no quiero que nadie me cante. Yo mismo lo voy a hacer después de mis días”, menciona.
Pronto tendrá listo el disco compacto de ocho canciones escritas y compuestas por él mismo. Este será el material con el que se despedirá, mientras trasladen su cuerpo a la última morada. Mientras tanto, seguirá siendo el ruiseñor de las almas que partieron.