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Así luchan por sobrevivir los peluqueros tradicionales de Quito
Los peluqueros tradicionales cortan entre nuevas tendencias, cambios generacionales, divas y marcas. Quedan no más de 60 peluquerías en la capital.
El maestro peluquero, con voz sonora y solemne, daba el buen día a la clientela. Señalaba al primero de los niños que pasarían por sus manos. Un ritual: con hechuras de torero, templaba una impecable toalla blanca que, con delicadeza, colocaba sobre el pecho del rapaz.
-¿Rebajado o rapado? -preguntaba, serio.
-Como para el primer día de clases -respondía el padre.
La gran tijera, con metálicos golpecitos, empezaba a desbrozar la cabellera, acumulada en casi tres meses de las vacaciones escolares de esa leva. Acto seguido encendía la infallable maquinita. Y en quince minutos el pelado lucía, literalmente, pelado.
El maestro ubicaba un espejo para que, reflejado en el del frente, el cliente mire el resultado de su inspiración. Un masajito en el cuello, la dosis de colonia y un cariñoso ‘huachazo’ indicaban que todo había terminado.
Esperando turno, gocé la lectura de las revistas a disposición: ‘El Llanero Solitario’, con el indio Toro y el caballo ‘Plata’, impresa en gama de tonos sepia; las de Capulina y su enamoradizo abuelito; las inolvidables ‘Selecciones’, de Reader’s Digest.
Todo pasa, nada cambia
Son 50 años. Los artistas del corte varonil siguen tijera en mano. Que las de ‘Kalimán’ eran más solicitadas, ríe José Ger, titular en ‘La Tijera Mágica’, ubicada en el pasaje Amador, emblemático edificio de 1912; diseño del famoso arquitecto Francisco Durini.
Ger aprendió tras decisión de su padre, en Tulcán. “A los hijos más vivitos les buscaban colegio, a mí me tocó un oficio”, sonríe, con mueca incluida. “Aprende, hijo, te ha de servir”, dijo papá. “Y aquí me tiene”, declara satisfecho. “Ya casi 40 años”.
Para esos días del país prepetrolero y en sucres, un corte pagaba 50 centavos y la clientela daba para sostener el salón y pagar los peluqueros. “La navaja era acero purito, de primera. Las tijeras ‘La Filarmónica’, el jabón de coco, la colonia de Estancos de Estado”.
Y la clientela en fila, leyendo el diario. En fiestas de Quito, navidades, santos clásicos, Día del Maestro; estos cracks le daban hasta 12 horas diarias. “Las peladas nos preferían en los bailes: vea nomás, platita en el bolsillo”, se goza Pepito. Añora esos 80 y 90 en que trabajaban y farreaban a full. “Había esa de boys, boys, boys”, tararea el hit de Sabrina.
“Un corte son 20 minutos, según el pelo: dócil o a domar”. No es igual una blonda cabellera que el robusto pelo quieto de un afro, la aguerrida cabellera de un chapita retirado o la barba de un vikingo. “Hay barbas cruzadas; esas son de temer”, acepta José.
El ataque de los unisex
Nuevas modas, competencia de estilistas colombianos, dominicanos y venezolanos tienen en aprietos a los viejos peluqueros. “Ya aprendí la moda actual, la urbana que le llaman: me doy con cualquiera. Pero los jóvenes prefieren los unisex”, dice el carchense.
El mobiliario tradicional, la pinta formal y entrada en años de los artistas no suman para conquistar la juventud: su clientela es de adultos y abuelitos. “Sin embargo, vienen chicos a recuperar la pinta, dañada por manos inexpertas”, empata José.
La peluquería fue, siempre, un oficio y espacio de hombres. Cuando en 1985 las chicas entraron al negocio, los pioneros enfrentaron fuerte competencia. Ellas captaron el dinámico mercado femenino y el de los jóvenes.
Las poltronas, las luces, los espejos, las guapas peluqueras, los catálogos full color, adicionales como el arreglo de uñas, la irrupción de marcas famosas; juegan al escoger. En ‘La Tijera Mágica’, tres maestros responden a la jefatura de Gloria Chamba, profesional lojana con 35 años de carrera.
Ella y sus cracks, en su momento, ganaron una licitación para atender a los policías; cada día, de corte en corte, defienden su vigencia. “La industria de la belleza es muy competitiva, se va perdiendo el legado”, comenta Gloria. “Los jóvenes no gustan aprender el corte tradicional”, dice esta experta en belleza, cosmetología y peluquería.
La pelea es cortando
Refugiados en el centro y barrios tradicionales, los veteranos disputan un mercado pequeño, pero no es que van a desaparecer de golpe y tijeretazo. El que se corta con ellos no gusta de los gabinetes unisex: cinco clientes esperan turno para la magia de la tijera.
Un profesor asiduo lo advierte. “Los actuales clientes no son reemplazados por nuevos; casi somos los mismos y vamos para viejos”. Una realidad que sortean las 60 peluquerías clásicas que se agrupan en el Gremio de Maestros Peluqueros y Conexos de Pichincha.
El oficio es parte de la historia de la ciudad y la experiencia podría ofertarse a los turistas. Charlar con los gurús de la navaja: humor, relax, intercambio cultural, corte de pelo y barba por diez dólares; mejora integral de la pinta, como parada en su visita al centro.
El mercado se achica, la oferta crece. “Los extranjeros imponen precios muy bajos y afectan toda la actividad, además de su propia estabilidad”, afirma Gloria. Y tiene razón: en la avenida Amazonas, los dominicanos tuvieron un auge; hoy ya no asoman.
Coloquiales, talentosos, simpáticos
Gloria debe sostenerse entre la viabilidad del negocio, el pago que ganan los expertos y el costo de mobiliario e insumos. “Un asiento profesional puede costar entre 1.300 y 2.000 dólares”, sorprende con ese solo ejemplo.
Ella se la busca: local impecable, trato amable; instrumental importado, el refuerzo de dos mujeres y una oferta que pugna por ampliar la frontera de clientes. Es duro, sin embargo. “El joven se corta con joven”, acepta.
En el mismo pasaje, desde hace 40 años, Luis Armijos y un compañero cortan en la Peluquería Quito. Sus clientes, leyendo EXTRA, esperan en una ordenada fila de sillitas, dispuestas en el flanco de su local que da al pasillo.
Armijos, que luce pulcro y buena pinta, es encantador: sonríe, animado; hay dificultades, pero no se deja. “Llegaron los años 2000 y notamos el cambio”, precisa, respecto a nuevas tendencias y la peleada sobrevivencia.
“Si usted trabaja bien, con alegría y respeto, nunca falta demanda. Pueden venir barberos gringos, si quiere, que mi clientela siempre me busca; incluso, para mejorar malos cortes de los gabinetes de los nuevos”.
Llegan chicos, cuarentones. “Maestro, arregle esta desgracia”, le dicen. Y Luis les hace un ABC a la pinta. “Se ven al espejo y salen felices”. Mientras le hacen fotos, los que esperan por su sabiduría lo gozan y aplauden. “Mire, la tijera perfecta, la grande, ya no se halla”, lamenta. “Esa es una señal de que las cosas se complican”, finaliza.
Fuera del pasaje, Quito resiste. Una joven ofrece miniaturas de vendedores de ponche. “Mejor lleve, esos abuelos están desapareciendo”, sentencia. También languidece la tarde. A lo lejos, las escucho… ¿Por quién doblan las campanas? Desde el fondo de la calle García Moreno, una ola de nostalgia dura y pura me ahoga, inexorable.
Cosmetóloga
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