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Lady, la guardiana del páramo
En 2017 concursó para el puesto de guardapáramo y eso la convirtió en la primera mujer con ese cargo en el país. Ella ama la naturaleza, pues creció en el campo y nunca quiso alejarse de él.
A Lady Ulcuango no la detienen los 10 grados de temperatura, ni se cansa al caminar a 3.800 metros sobre el nivel del mar. Ella nació, dice, para cuidar de la naturaleza.
La mujer, de 40 años, camina entre cuatro y cinco horas diarias dentro del Área de Protección Hídrica Ponce Paluguillo, en la vía a Papallacta. Su misión: cuidar de al menos 850 hectáreas de páramo, pertenecientes al Fondo para la Protección del Agua (Fonag).
Lo hace desde 2017 y eso la convirtió en la primera mujer guardapáramo del país. “Yo me emocioné con la convocatoria del Fonag y mandé mi carpeta”, cuenta.
Ella, nacida en la comunidad El Tablón de la parroquia Pifo, nororiente de Quito, sabía que sería un reto, pues tradicionalmente los hombres han sido los encargados de cuidar las reservas naturales. “Me dijeron que había cupos para mujeres y no lo dudé. Siempre amé la naturaleza”.
Cuando el equipo de EXTRA llega a su sitio de trabajo, ella está recibiendo un taller de fotografía junto a sus compañeros. Cada guardapáramo (en total son 23 a nivel nacional) tiene una cámara semiprofesional con la que documenta todas las incidencias de su zona.
Ella fue la primera fémina en ejercer esta labor, pero ahora no es la única. Poco después, otra mujer se unió al equipo, en la reserva del Atacazo.
DE CERCA
En sus recorridos por los pajonales, característicos del páramo andino, ella debe estar atenta a cualquier movimiento, pues puede tratarse de algún animal endémico.
“Cuando recién empezamos con esta labor, casi no asomaban los animalitos. Ahora podemos ver lobos, venados y hasta tigrillos”, detalla.
Ahí es cuando, en segundos, debe captar las imágenes de la fauna de la zona. También se ha encontrado de frente con osos de anteojos, conejos, gavilanes y hasta cóndores.
“Yo soy del campo y, al contrario de la mayoría, nunca busqué irme a la ciudad. Siempre supe que estaría cerca de la naturaleza y soy feliz”.
Su horario no es como el de cualquier trabajador. Ella permanece en la cabaña durante cinco días seguidos y va a su casa por dos más. No es casada ni tiene hijos. “Soy libre, nunca he pensado en hijos porque mi vida es el páramo”, sostiene.
TRABAJADORA
Su día inicia muy temprano. En la chimenea de la cabaña, que comparte con otros dos guardapáramos, el fuego está encendido casi siempre.
Se turnan para preparar el desayuno o el almuerzo. “Siempre debe quedarse uno en el campamento, por si pasa algo”, explica.
En una zona donde no hay señal telefónica ni Internet, ella dice sentirse en paz y contenta. Tampoco siente frío. Y las largas caminatas incluso hacen que su estado físico sea envidiable.
Ella además se encarga de vigilar el estado de los sembríos de polylepis, una especie endémica que la organización busca rescatar. Asimismo, monitorea los humedales.
Pero no siempre fue una ‘guardiana’ de las alturas. Antes de aplicar para este puesto laboró durante varios años en una de las florícolas asentadas en Pifo. También fue asistente de un estudio de aguas en los páramos, de manera que cada vez se ha ido acercando más a lo que hoy hace.
“Siempre me he anotado en talleres de conservación de la naturaleza, eso me ayudó a ser seleccionada por el Fonag”, finaliza.