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Drama
Guayaquil: Por fin la enterraron y en bóveda ajena
A los cinco día la sepultaron. Primero llevaron su ataúd al cementerio de Posorja, pero los ‘chispearon’ por un papel. “Regrésense con su muerto a Guayaquil”, les dijeron.
Ni familiares ni vecinos se acercaban al féretro de Marina Alexandra Flores, de 29 años. Evitaban hacerlo no porque ella fuera mala gente, sino por el hedor que emanaba de su ataúd, el cual ubicaron en la vereda de la calle Augusto González, entre la 35 y la 36, suburbio de Guayaquil.
La joven, quien estaba en estado de gestación, falleció de un infarto el pasado viernes 24 de febrero. Cinco días habían pasado y no recibía sepultura.
¿El motivo? La pobreza en la cual viven sus familiares y los problemas de salud que ellos padecerían.
Según moradores, su madre y sus dos tíos, con quienes residía la occisa, tienen una discapacidad (se desconoce el tipo y nivel) y probablemente presenten problemas de salud mental.
Por la condición del trío, los residentes del sector se unieron para darles una mano.
“¿Qué van a hacer con su muerto? Solo me miraban y se ponían a llorar. Por eso nos empezamos a mover con Karen Palma, otra moradora”, contó su ‘veci’ Verónica Giler.
“Ellos no van a hacer nada, no pueden pagar los costos; estaban sentaditos con su difunta. Le van a caer gusanos. Vamos. Y si es de rogar, roguemos”, expresó Verónica, quien junto a su amiga solidaria agarraron sus motos y se hizo la ‘vaca’. Más de 40 familias del sector colaboraron.
Solo les alcanzó para la caja ($ 300), el certificado de defunción ($ 120) y las dos puestas de formol ($ 40), pero no alcanzó para la última morada de Marina, en el cementerio.
Cuentan que no tuvieron oportunidad de llorar a su vecina, pues estuvieron de ‘corre corre’ para reunir los fondos que necesitaban y llevarse el cadáver de la zona, pues la pestilencia a algunos no los dejaba dormir ni comer.
Con su muerto a otra parte...
Lo que parecía una solución solo se convirtió en un desengaño. La ‘pípol’ del suburbio se emocionó porque había chance de enterrar a Marina en el cementerio municipal de Posorja.
La Cruz Roja movilizó el féretro hasta el camposanto, pero estando allá ‘los mandaron con viento fresco’ por la falta de un documento.
“El lunes 27 de febrero fuimos hasta allá. Revisaron los papeles, pero nos faltaba uno del Municipio, sobre la donación de la bóveda. La administradora informó que no se podía. Nos dijeron: ‘Regrésense con su muerto para Guayaquil, vayan al Municipio temprano, saquen el pase para Posorja y allí otra vez regresen’, nos manifestó”, relató Karen.
El tiempo corría, las moscas se multiplicaban y por más embalado que estaba el ataúd, de él chorreaba un líquido, producto de la descomposición.
La indignación y la tristeza se unían para los habitantes de la zona, donde la mayoría conocía el caso de Marina.
Por eso, otra lugareña, ante la desesperación, les prestó una bóveda. En ella está un pariente fallecido hace más de 20 años. El nicho se encuentra en el cementerio municipal Ángel María Canals, suburbio de Guayaquil.
El trámite para la exhumación le tomó a Karen casi toda la mañana del 28 de febrero, pero por fin Marina sería enterrada a las 15:30, gracias a la generosidad de sus vecinos.
Lo que pone a pensar a Verónica es el desplazamiento del féretro.
“Usted cree que apestando como apesta, alguien nos dará una mano para trasladarla. Nadie merece una muerte así. Da pena, porque todos somos seres humanos. Hoy son ellos, mañana podemos ser nosotros”, reflexionó Verónica.
Tuvieron que buscar una camioneta y ‘caerse’ con el dinero. Ahora las vecinas solidarias piden ayuda para los parientes de la difunta, quienes están en total abandono, lamentan ellas.
Pa’ fuera, pa’ la calle
No, esa no era la canción favorita de Marina, pero sí la advertencia que la dueña de la casa les dio a Alexandra (madre de la occisa, 43 años) y sus tíos Patricio (45) y Lenín Flores (40).
La mujer les cedió un espacio independiente en su casa. Viven en una habitación de 2 metros de ancho y 6 de largo.
“Les dio posada, pero como no le ayudan con el agua y luz, les pidió la casa. De lo que sé, Patricio vende agua en la calle y su hermano arregla casas y le dan cualquier cosita”, indicó Verónica.
La moradora reveló que Marina le pidió a la propietaria que la ayudara, que no tenían a dónde ir y que estaba embarazada. “Lo hizo por ella, pero como ya no está...”.
Verónica también manifestó que los parientes de la occisa no tienen un diagnóstico médico que avale sus problemas de salud. Solo saben que la progenitora de Marina tiene diabetes y que ha sufrido dos paros cardíacos, según Patricio, su ñaño.
Ayuda de familiares
Asimismo, Verónica pidió que si algún consanguíneo los reconoce, los visite y ayude, pues están descuidados.
“Es más, Marina nunca se hizo algún chequeo médico en su embarazo. Ella iba a los dispensarios de salud y la mandaban a otros lejísimos. Y como ellos no tienen recursos económicos y cuentan con sus problemas de discapacidad, lo dejaban pasar”, señaló Verónica, quien cree que tanto descuido terminó con la vida del bebé y de ella.
Para constatar cómo viven los parientes de Marina, entramos a su residencia. En un solo cuarto dormían el trío y la difunta. Solo uno tiene una cama, el resto duerme en el suelo en colchones sucios, que comparten con su perro.
Hay excremento del animal en la pieza, el cual no se percibe porque más fuerte es el hedor del cadáver de Marina.