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Roberto Mina es oriundo de Esmeraldas y llegó a Guayaquil cuando era un adolescente.Amelia Andrade

Los floristas del cementerio del suburbio se 'marchitan'

De los aproximadamente 15 comerciantes, solo tres puestos quedan en los exteriores del camposanto Ángel María Canals, en el suburbio porteño.

La muerte, desde que llegó a Guayaquil, ha sido su fuente de ingresos. Hace más de 40 años, Roberto Mina salió de su natal Esmeraldas cuando era adolescente. Trabajó en construcción durante meses, pero encontró estabilidad laboral como sepulturero en el cementerio Ángel María Canals, del suburbio porteño.

Ni en sus días más pesados habían desfilado tantos muertos delante de sus ojos como en 2020, cuenta mientras desmenuza pétalos de rosas blancas en su puesto de venta de flores. Hace 30 años, cambió las palas y las espátulas por rosas, girasoles y claveles, que vende en su local, que ubica cada mañana junto a la entrada de ese mismo camposanto.

Ahí, nunca falta ni la salsa ni la voluntad. Un parlante sobre su mesa de trabajo reproduce ‘Cachondea’, de Cheo Feliciano. Es el único sonido que se percibe en la 38 y la F que, ya a las 20:00 de un día cualquiera pospandemia, está desierta.

A pesar de eso, Roberto, de 57 años, no levanta su puesto hasta que llega la medianoche. Es la única alternativa que ha encontrado para poder acercarse a los ingresos que tenía antes de que la COVID-19 le cerrara las puertas del cementerio, donde llegaban sus principales clientes. Llega a las 06:00 y se va a la 01:00 del día siguiente.

De los 15 puestos de venta de flores que había antes de 2020, solo quedan tres ubicados en la vereda de ese camposanto. Roberto cree que es una ironía lo que ocurre, porque él llegó a contar, en el pico más alto de la pandemia, más de 100 muertos en un día que ingresaron a ese lugar.

“Pero nadie compraba flores. Y si compraban, era una sola, de 50 centavos”, dice resignado.

Reinventarse

Roberto asegura que sigue allí porque lo apoyan las funerarias. Como es una de las pocas personas que vende flores durante la noche y madrugada, llegan hasta allí a pedir arreglos.

De sus demás compañeros, cree que se han ido más por el temor al contagio y a la muerte. Eso le pasó a Isabel Alvarado. Desde marzo hasta junio del año pasado tenía terror a salir de casa y, por primera vez en 22 años, dejó su puesto de flores.

Sin embargo, la COVID-19 no fue quien le arrebató vidas dentro de su entorno familiar. Desde que empezó la pandemia, cinco parientes han muerto; todos ellos, según cuenta, por problemas depresivos y del corazón.

Isabel trabaja con su esposo Toribio desde hace 22 años en los exteriores del cementerio del suburbio.Amelia Andrade

“Se han ido por la preocupación de que no hay empleo. A dos de mis tres hijos los botaron de sus trabajos. Por eso, cuando fue Día del Padre me animé a regresar”, relata.

Aunque aquel fin de semana de junio, su retorno no fue el que esperaba. Los 600 dólares que invirtió se hicieron nada, pues los camposantos de Guayaquil cerraron sus puertas para esa fecha, una que antes era de las más productivas para su negocio.

Pero no le importó y desde ahí volvió a su lugar de trabajo. Isabel, en cambio, a las 20:00 ya está de regreso en su casa.

De acuerdo con la Dirección de Acción Social y Educación (DASE), que administra el camposanto, desde que empezó la emergencia sanitaria solo pueden ingresar máximo 10 personas al lugar, cuando hay un sepelio. Los usuarios deben hacerlo con mascarillas. Y no pueden entrar personas vulnerables como niños, adultos mayores y mujeres embarazadas.

Por esto es que son mínimas las oportunidades para que tanto Roberto como Isabel vendan sus arreglos. Sin embargo, ambos no se rinden y cada día se instalan en un lugar donde la muerte ahora es más evidente.

  • Ingresos de difuntos al cementerio desde inicios de la pandemia

Marzo - 205

Abril - 679

Mayo -124

Junio -247

Julio - 347

Agosto - 348

Septiembre - 333

Octubre -336

Noviembre - 289

Diciembre - 306