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Eran épocas tradicionales en que el juego concluía tras la llamada de la madre del dueño de la pelota para todos se vayan a la casa.jaime marín

El dueño del balón imponía la reglas del juego futbolero barrial de los morlacos

Eran épocas tradicionales en que el juego concluía tras la llamada de la madre del dueño de la pelota para todos se vayan a la casa.

Las reglas del fútbol barrial y comunitario que hasta el año de 1960 o 1965 se aplicaban en los juegos infantiles y de la niñez, las imponía el dueño de la pelota.

Fueron aquellos juegos que reunirán a los vecinos, amigos en las canchas de los locales escolares antiguos y parques, incluso en los llanos cercanos a las barriadas.

Era la apoca deportiva de la generación de los 60 que instalaban en las calles de los barrios unas piedras para simular el arco, impidiendo incluso durante los largos juegos de fin de semana, el tránsito vehicular. Claro había menos vehículos y más unión comunitaria, dice José Castillo, un hombre de 97 años que aún recuerda esos momentos.

La historia la relata la cuenta “La furia del león”, dedicada a repasar los recuerdos deportivos tradicionales de Cuenca.

Las reglas eran fundamentadas en base en la decisión del dueño de balón que, el que necesariamente debía integrar el grupo con el mejor de los mejores jugadores, entre risas y cordialidad de los concurrentes a los encuentros deportivos, y eso se respetaba, pues si no, no podían jugar por falta de la pelota, lo dice de su lado Adolfo Parra, escritor e investigadores de las tradiciones de los barrios de Cuenca.

Los mejores jugadores, no podían estar dos en un mismo equipo. Se hacía formar en parejas a los deportistas, y el que fungía de capitán de cada equipo, debía ir eligiendo a su jugador, proceso en el que concluía con la humillación de quien era elegido al último. Claro todo dentro de risas, pues se trataba de solo disfrutar de las locuras de la niñez, sostiene Parra.

El un equipo debía jugar sin camiseta, y era aquel que recibía el primer gol. El peor jugador de cada equipo iba en el arco, a menos que alguien por voluntad propia eligiera ser el arquero.

Si nadie aceptaba ser golero, se adoptaba una rotación, un gol cada uno (algunos se dejaban hacer para salir del arco)

No había juez. Las faltas eran marcadas con el grito del jugador que simulaba como si se hubiera quebrado una pierna, añade el investigador.

Quien tiraba lejos de la cancha la pelota, tenía que ir a buscarla. El partido terminaba cuando todos estaban cansados y al legar la noche o simplemente cuando la madre del dueño de la pelota le decía que se vayan a casa. Ahí el partido debía terminar con el triunfo de quien hace el último gol gana, sin importar si el marcador era de 10 por 0. Algunos terminaban separador el dedo gordo del pie, otros con rallones de la rodillas, sangrando leves de la nariz y otras, pero eran normales del juego.

Por ningún motivo había que tratar mal al dueño de la pelota, pues, se podía enojar e irse para la casa con pelota y todo, concluye Adolfo Parra en medio de sonrisas y precisando que al fin y al cabo solo se trataba de momentos de esparcimiento comunitario y de buena vecindad.