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¡Un duelo sin difunto!
Dos familias cuentan a este Diario los siete meses de suplicio que han vivido tras las desaparición de los cadáveres de sus seres queridos.
Una larga Agonía viven dos familias ecuatorianas. Ellas no se conocen, pero comparten una misma tragedia: los cadáveres de sus allegados, fallecidos en tiempo en que pandemia por COVID-19 azotaba fuertemente al país, no aparecen.
La proximidad del Día de los Difuntos, mañana 2 de noviembre, ahonda su dolor. Han pasado siete meses y ellos aún no tienen un sepulcro dónde visitar a sus muertos: Adalberto Alay Alay, de 57 años, y Pablo Aníbal Tenorio Molano, de 80.
María Alvarado Sellán recuerda que su esposo, Adalberto, falleció de una afección cardíaca, el pasado 27 de marzo, en el hospital Los Ceibos, del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS), en el norte de Guayaquil. El mismo pesar embarga a Rogelia Sosa Vera, pues su cónyuge, Pablo Aníbal, murió de un edema pulmonar en el hospital Teodoro Maldonado Carbo del (IESS), en el sur porteño.
La odisea por la que atraviesan ambas familias las ha llevado a realizar una serie de trámites y un sinnúmero de visitas a varias instituciones, con la finalidad de recibir ayuda para encontrar los restos de sus seres queridos y darles cristiana sepultura.
Lo iban a sepultar en Manabí
Con pesar, María narra cómo fueron los últimos días con el hombre que compartió 35 años de su vida y padre de sus cinco hijos. “Tenía varios días con problemas de presión. Lo llevamos al subcentro de salud, pero nadie nos brindó atención. La doctora me dijo que no tenía COVID, porque no eran los síntomas de la enfermedad y que lo lleváramos a casa, pero él seguía mal. El 28 de marzo lo ingresamos en el hospital de Los Ceibos, donde falleció un día después”, explica María.
La viuda, de 51 años, rememora que a las 11:00 del domingo 29 de marzo el corazón de Adalberto dejó de latir. Ese día los familiares esperaron el ticket para realizar los trámites con la funeraria.
“No sabíamos que se estaban extraviando los cuerpos. En el hospital nos dijeron que regresemos al siguiente día. El lunes volvimos, pero los restos de mi esposo no estaban en el contenedor. Mi hijo y mi yermo abrieron más de 30 fundas que contenían cadáveres. El papel con los nombres de mi esposo estaba botado en el piso, pero su cuerpo no apareció”, manifiesta.
Recuerda que la última vez que vieron a Adalberto fue cuando ingresó a la casa de salud. Desde ese momento no volvieron a saber nada más de él.
Con tristeza, confiesa que le prometió a su esposo que si la muerte le llegaba primero lo enterraría en el cementerio del cantón Paján (Manabí), de donde ambos son oriundos.
“Para estas fechas viajábamos en familia a Paján. Ahora nos hubiera gustado ir al cementerio y ponerle un ramo de flores en su tumba. Pero es imposible, vivimos un duelo interminable porque no hemos podido sepultar a nuestro ser querido”, expresa entre lágrimas la mujer.
María y Adalberto procrearon 5 hijos: Carlos, Johanna, Paola, Gisella y Katherine. Hace más de un mes se realizaron varios cotejamientos de ADN para corroborar si alguno de los cuerpos que se aún se encuentran en el Laboratorio de Criminalística pertenece al manabita.
“No hemos perdido la esperanza de encontrarlo y que para el próximo año tengamos una tumba donde visitarlo”, expresa Alvarado, mientras junto a dos de sus hijas prende una vela que coloca junto a la foto de su amado esposo.
“Su alma está en el cielo”
En el hogar de la familia Tenorio Sosa solo les consuela saber que aunque no saben dónde está el cuerpo de Pablo Aníbal su alma ya descansa en paz.
“Mi esposo tenía problemas respiratorios desde hace cinco años. Es difícil entender que ya no está. Fueron muchos años juntos. Era un hombre responsable, dedicado a su familia. Al principio teníamos la esperanza de que estuviera vivo, ahora solo esperamos hallar su cuerpo”, sostiene Rogelia.
La señora, de 57 años, cuenta que Pablo Aníbal fue internado, porque a criterio de los galenos que lo atendieron, él tenía los síntomas del virus. “Mi hija les dijo que su padre no tenía COVID, que padecía de un edema pulmonar por una mala práctica médica y que solo necesitaba oxígeno”, explica.
Rocío, la segunda de los cinco hijos de Pablo Aníbal y Rogelia, cuenta que su padre nació en Esmeraldas, pero que hace más de cinco décadas se radicó en Guayaquil y luego en Durán. “Aquí (Durán) hizo su vida. No acostumbramos visitar el cementerio en esta fecha y hoy queremos saber dónde está el cadáver de mi padre. Necesitamos una explicación, que alguien nos diga qué pasó. Han sido siete meses de angustia. Solo nos alienta saber que su alma está en el cielo”, expresa la joven.
A pesar de la aflicción que los embarga, mañana estas dos familias ha decidido recordar a sus seres amados como fueron en vida. Por eso plasmarán en su mente los buenos momentos que compartieron junto a ellos y solo por este día olvidarán que su cuerpo se perdió en la morgue de un hospital o en un frío contenedor.
EL EXPERTO
Un luto sin cuerpo
Para la psicóloga Nancy Villacrés Jurado, las tradiciones de respeto a la muerte y a la vida son procesos que se cumplen, y cuando esto no se da, los deudos quedan psicológicamente afectados.
La especialista explica que la pandemia de COVID-19 ha convertido la muerte en un acontecimiento todavía más trágico, ya que muchas personas no han podido decir adiós a su ser querido.
“La ausencia de un familiar, el no poderle dar la última despedida provoca tristeza, nostalgia, culpas. Los allegados sienten que pudieron haber hecho más y que no lo hicieron. Luego, en la última etapa del duelo, reconocen que la ansiedad de no poder enterrar y despedir a su ser querido es lo que provoca la interminable pena”, sostiene la experta.
el no poderle dar la última despedida provoca tristeza, nostalgia, culpas”.Nancy Villacrés, psicóloga rehabilitadora y tecnóloga en educación especial.
Aconseja a los familiares de las personas que fallecieron durante la pandemia y cuyos cuerpos no aparecen, tomar terapias familiares. “En caso de no poder acceder a un tratamiento, es necesario la unión familiar para que la ausencia del cadáver sea llevadera y eso se puede conseguir recordando las virtudes del ser que ya no los acompaña”, cita la psicóloga.