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Emotivo abrazo en Guayaquil: tras 58 años, madre e hija podrían haberse reencontrado
En la historia hay un hilo conductor: el hombre que fue marido de una y padre de la otra. Ahora ellas atan cabos para saber si llevan la misma sangre
Muchas emociones contenidas y también algunas incertidumbres. El encuentro entre quienes podrían ser madre e hija, 58 o 59 años después (una de las primeras dudas por un año de diferencia en sus historias), fue algo tenso. Las vidas de María Quito Peralta y Gladys Torres Zambrano tienen un mismo drama: desde hace más de medio siglo una busca a su hija; la otra, a su madre.
Ambas le contaron su drama a EXTRA. María, hace 25 años, cuando se presentó llorando a este Diario y confesó que, para entonces, ya llevaba 33 años de búsqueda incesante. Gladys, en cambio, lo hizo el pasado 30 de junio, cuando contó que había sido separada de su madre apenas a los tres días de nacida, según sus averiguaciones. Y ahora ambas se juntaron.
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El encuentro, pactado después de que María se presentó en las instalaciones de este Diario diciendo “Ella es mi hija”, fue tenso. Por Gladys, sobre todo, quien tiene dudas. Muchas. De entrada, el saludo fue muy formal.
Gladys preguntaba y preguntaba a María, una señora de 74 años que se muestra humilde y vive en las calles 44 y F, suburbio de Guayaquil. ¿Cómo se llama usted? ¿Por qué cree que soy su hija? ¿En qué calle vivía cuando dio a luz? ¿Qué pasó, cómo se separó de ella? María respondía a ellas algo nerviosa, inquieta, como intimidada.
A la primera, la mujer contestó: “Yo me llamo María Quito Peralta”. Y la duda en Gladys le hizo lanzar una ‘contra’: “Pero en el registro (de nacimiento) está que mi mamá se llama Glady Zambrano”. ¿En qué fecha nació su hija? “El 14 de mayo de 1966”, le dijo. Y otra vez la duda y su mirada inquisidora ante cada respuesta seguían ahí: “Pero yo nací en el 67”.
Es decir, un año de diferencia. De a poco, las preguntas fueron dando paso a un diálogo un poco más distendido, en el que una y otra daban sus versiones. La incertidumbre seguía, pero la cercanía de los datos alentaba alguna esperanza.
El famoso Gelasio
Gladys tenía el dato de que a ella, cuando su papá la separó de su mamá, de quien incluso dijo que había fallecido, la llevó a vivir por la 17 y Letamendi. María dice que vivían en la 14 y Letamendi.Y cuando saltó el nombre de Gelasio Alberto Torres Santistevan, la mirada inquisidora de Gladys se transformó. Se abrió un diálogo más fluido.
Y es que Gelasio Torres es el hilo conductor de esta historia. María aseguró que él “fue un hombre malo, me pegaba y por eso me separé de él antes de dar a luz”. Gladys asintió: “Sí, eso me contaron, que era malo”.
“A mi hija yo le iba a poner (de nombre) Máryuri Magali”, cuenta, mientras un poco confusa dice que no logró inscribirla porque, al mes de nacida, ella tuvo que dedicarse a trabajar para mantener a su hijita.
Entonces, asegura que la dejó al cuidado de quien decía que era su amiga, en una familia que vivía -asegura- en las calles 19 y Gómez Rendón. “Emma Granda se llama esa mujer que se me la llevó”, precisó la mujer.
El ADN para despejar las dudas
María cuenta que ganaba 50 sucres al mes trabajando puertas adentro. “Gastaba unos 20 sucres en las cosas de mi hija. Un día que fui a verla y esa tal Emma y toda su familia se habían ido. Se me la llevaron”, asegura con tristeza la mujer.
Gladys oía atenta antes de dar su versión. Recordaba que, según los datos que ella había recopilado en sus indagaciones, su padre (“el famoso Gelasio”, dijo en tono algo sarcástico) la llevó, apenas a los tres días de nacida, a la casa donde le dijeron que él residía, en Letamendi y la 17, suroeste de Guayaquil. En ese sector, de lo que ella sabe, a los pocos días el hombre se la entregó a una vecina, Eusebia María Vallejo Naranjo, quien la crio.
Detrás, Zairo, el nieto de María, observaba sin decir nada. María José Osorio y dos amigos más de Gladys, por su parte, comentaban entre sí el parecido de ambas, pero también evitaban ‘meter cuchara’. La cosa era entre ellas.
Los minutos pasaban y ambas se sentaron, hablaron de manera más calmada de las mismas dudas, de los mismos datos, hasta que Gladys propuso una salida, la que al parecer dirá la verdad de todo: hacerse una prueba de ADN.
Y se abrazaron, se desearon suerte y se despidieron. Hasta el día de la prueba de ADN. Con el corazón en la mano y la esperanza en Dios para saber si en realidad son hija y madre. Habrá que esperar.
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