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María Flores y Virginia Muñoz compartieron sus dolorosas experiencias y el tormento que les ha causado el asesinato de sus hijas.Francisco Flores

A dos madres les une la tragedia, a sus hijas las mataron a martillazos y a golpes

Extra reunió a la madre de la joven asesinada a martillazos y la de la chica cuyo cuerpo tenía heridas cubiertas con pegamento

A María Flores Ruiz y Virginia Muñoz Torres las une el mismo dolor y sufrimiento: les arrebataron de manera violenta a las personas que más amaban, sus hijas, con quienes aprendieron el verdadero significado de ser madres.

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Aunque nunca antes se habían conocido, estaban al tanto de las tragedias que marcaron sus vidas. EXTRA logró reunirlas, brindándoles la oportunidad de conversar y apoyarse mutuamente en medio del sufrimiento que comparten.

El peso de la pérdida es visible en cada gesto: en las manos temblorosas de María al tocar el portarretrato con la foto de su “princesa”, María Fernanda Fernández de Córdoba Flores; y en los ojos enrojecidos de Virginia, agotados de tanto llorar por su primogénita, Lisbeth Tatiana Baquerizo Muñoz.

María, de 62 años, ha encontrado un leve consuelo en medio de su dolor. Su única hija fue brutalmente asesinada a martillazos el 4 de octubre de 2011, en un condominio de Urdesa, al norte de Guayaquil.

Los familiares de María Fernanda realizaron multiples plantones exigiendo justicia.Archivo

Detención y sentencia

En abril de 2023, Roberto Eliut Campos Crespo, el responsable del crimen, fue detenido en Perú y deportado a Ecuador casi un año después. Tras 12 audiencias de juzgamiento, un Tribunal Penal lo sentenció el pasado 7 de octubre a 25 años de prisión. Con la voz entrecortada, María admite que ninguna condena, por severa que sea, podrá devolverle la vida a su hija. Sin embargo, la sentencia contra su asesino le ha proporcionado algo de alivio en medio de su sufrimiento.

“Han sido años muy difíciles, pero Dios me dio una familia maravillosa que nunca me dejó sola. Siempre supe que lo reconoceríamos, aunque solo hubiera visto su espalda. El dolor me dio fuerzas para perseverar, y con la ayuda de ‘ángeles’ y de la Policía logramos seguirle la pista hasta capturarlo después de 12 años”, relata María, mientras toma la mano de Virginia en un gesto de empatía y apoyo.

El femicidio fue tipificado en 2014, con una condena que va de 22 a 26 años de prisión. Desde entonces en Ecuador se han registrado 1.892 casos.

En ese momento, María hace una pausa para escuchar a Virginia, quien revive la tragedia de su hija Lisbeth, asesinada el 21 de diciembre de 2020 en su hogar, en una urbanización de la vía a la costa, donde vivía con su esposo, Luis Hermidas Núñez, actualmente en la lista de los más buscados por violencia de género.

Virginia Muñoz estuvo al frente de varios plantones exigiendo justicia por su hija.Archivo

“El crimen de mi hija fue maquillado. Intentaron ocultar sus heridas con pegamento. Quisieron hacerlo pasar por un accidente, como si hubiera resbalado de las escaleras, pero a ella la mataron. La autopsia reveló golpes y cortes en su cabeza. Han sido casi cuatro años de lucha incansable por justicia, tocando puertas y haciendo plantones. Es agotador, no solo emocional y físicamente, sino también económicamente. Pero con su padre nos prometimos no descansar hasta que el culpable y sus cómplices paguen”, declara Virginia, alzando la voz cada vez que menciona el nombre de Lisbeth.

María, conmovida por el testimonio de Virginia, le aconseja que no se rinda en su búsqueda de justicia, recordándole que su fortaleza puede inspirar a otras madres que, como ellas, anhelan justicia para sus hijas.

“Durante años estuve sumida en el dolor, ni siquiera pude enterrar a mi hija; lo hicieron mis hermanos. Pero un día me levanté y me dije: ‘Debo seguir buscando justicia por ella’. Aún tomo medicación y sigo con terapias, pero continúo porque se lo debo a mi hija. A usted la he visto en televisión”, dice María, mirando fijamente a Virginia. “Luchando por justicia. No pierda la fe y sea perseverante”, añade con una voz llena de experiencia y resiliencia.

Virginia le explica que el esposo de su hija, Luis Hermidas, y su familia están procesados por la muerte de Lisbeth, pero que ninguno ha sido detenido.

Las dos madres obsrvan con tristeza las fotos de sus hijas.FRANCISCO FLORES

“Se van a cumplir cuatro años desde la muerte de mi hija y aún esperamos justicia. Actualmente estamos en juicio contra el padre del femicida y el hermano, pero han diferido varias audiencias. El médico que alteró el acta de defunción cumplió tres años de sentencia y ya está en libertad. El funerario que maquilló el cadáver de mi hija fue sentenciado a seis meses y también goza de libertad. La madre del sospechoso fue sentenciada, pero nunca fue detenida”, cuenta Virginia, con una voz que refleja su desesperación.

Las investigaciones revelaron que Lisbeth fue golpeada en la cabeza con un objeto contundente. Para ocultar el crimen, presuntamente, Hermidas recibió ayuda de su familia, un médico y un tanatopractor para cubrir las heridas de la cabeza con pegamento.

Puñaladas al corazón

María confiesa que al recibir la llamada de la Policía peruana informándole sobre la captura de Campos Crespo, no podía creerlo. “Estaba en shock, lloré y aún me cuesta asimilar que finalmente esté detenido y sentenciado”, admite con la voz entrecortada por la emoción.

“Él pasó casi un año en una cárcel en Perú y después de todos los trámites necesarios logramos traerlo a Ecuador. Ahora está recluido en la cárcel del Inca, en Quito, esperando ser trasladado a otra prisión. Estoy agradecida con Dios porque al fin se hizo justicia, aunque el proceso fue extremadamente difícil, con casi 12 audiencias. Cada una fue más dolorosa que la anterior, ya que con cada testimonio revivía la muerte de mi hija”, comparte con tristeza.

Lo más desgarrador para María fue descubrir detalles del asesinato de su hija que su familia había ocultado para protegerla y mitigar su sufrimiento. “Escuchar cómo envolvieron a mi hija en sábanas y plásticos fue como una puñalada en el corazón. Le pedí a Dios, a la Virgen, a mi hija y a mis padres que se hiciera justicia. Él merecía más de 25 años de condena, pero esa es la pena máxima para crímenes cometidos antes de 2014”, menciona, con una mezcla de rabia y resignación.

“Muchas madres tenemos que vivir esta tragedia; solo les puedo aconsejar que no dejen de luchar y de ser perseverantes. Pensé que nunca volvería a sonreír, pero ahora lo hago porque, al fin, se hizo justicia”, concluye María con una mezcla de tristeza y esperanza que conmueve.

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