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En la casa que rentan, Karina Murillo tienen un hogar de acogida donde habitan 20 perros y 43 gatos rescatados.Christian Vásconez / EXTRA

Las dos caras del rescatismo animal

Quienes tienen varias mascotas en casa y rescatan a otras, si bien son felices con su labor y reciben ayuda, también son criticados por lo que hacen

La amenaza de un hombre, quien desafiante la intimidó con un cuchillo, a Karina Murillo le dejó claro que la ayuda no siempre es bien recibida. Intentar persuadir al sujeto de que no maltrate a un perrito le costó el susto de su vida y la peor experiencia en sus 19 años como rescatista de animales.

“Los vecinos tuvieron que defenderme para que él no me haga nada”, recuerda. Aquel suceso ocurrió en la ciudadela Martha de Roldós, en el norte de Guayaquil, donde Karina vivía antes.

Ese no ha sido el único hecho ‘fregado’ que tuvo que enfrentar estos años... ni será el último, predice la dama, de 53 años. Escucharla hablar de sus casi dos décadas de acciones benéficas para los ‘peludos’ deja en evidencia que su tarea no es fácil, que hay una realidad ‘agridulce’ detrás a consecuencia de una sociedad no del todo comprensiva con el estilo de vida de un rescatista.

Para muestra un botón, como dice un popular dicho. En la zona donde Karina reside actualmente, la mayoría de moradores le ponen caras ‘largas’. Saben que en su casa tiene un refugio de perros y gatos del cual provienen maullidos y ladridos y que su techo se convirtió en el ‘restaurante’ de mininos callejeros. Y eso no agrada a muchos. “Cuando es de defender a los animales, así sea con el vecindario me peleo”, confiesa valiente.

“Los gatos vienen a buscar comida y yo no les puedo negar”, comenta. De su bolsillo ha sacado billete para esterilizar a algunos y evitar que se reproduzcan, pero no tiene los recursos para costear dichas intervenciones a todos.

Los vecinos no colaboran con un centavo para ello, pero sí van a dejarle cajas llenas de cachorros. Eso enoja a Karina. Menciona que la gente es “cómoda” y no quiere asumir responsabilidades.

En su amada Martha de Roldós, en cambio, Karina es la ‘doc’. Ella niega serlo, pues no es veterinaria, pero se ganó ese calificativo por ir de casa en casa curando a los inquilinos de cuatro patas. “Me saludan y me dicen, ‘doctora, usted salvó a mi perrito’”, explica.

Quien sí tendrá ese título académico es su hija, de 22 años. Estudia en la Universidad Agraria y heredó de su madre el amor por los animales. Le ayuda a cuidar a las especies que tienen en casa.

A Karina, su hija la ayuda a cuidar las mascotas. La joven se prepara para ser veterinariaChristian Vásconez / EXTRA

Los 64 discípulos

El día para Karina empieza con ruidos en su puerta. Con sus rasqueteos, sus “príncipes” la despiertan a las 06:00. Lo curioso es que no la buscan para comer sino para verla, pues reciben la primera ración de alimento a las 09:00.

En total tiene 43 gatos, 20 perros y un conejo, ¡todo un ejército! Aún adormilada, la progenitora va al área del refugio a limpiar. A ratos evita que sus engreídos se peleen. Los separa como si fuera árbitro de boxeo.

Su mañana transcurre entre ver que todo esté bien entre ellos y atender su emprendimiento de venta de artículos para mascotas.

Ya en la tarde, alrededor de las 16:00, les cocina a sus canes una sopa de hígado de pollo, el plato fuerte que consumen en la noche. En el día solo se alimentan de pepas, igual que los gatos.

Karina dice que le ha tocado esterilizar con su dinero a muchos animales del sector donde vive.Christian Vásconez / EXTRA

Luchar contra la corriente

A la quincuagenaria sus padres y abuelos le inculcaron el respeto a estos seres vivos. A Cristina Freire, otra rescatista de la urbe, no toda su familia la apoya.

La fémina, quien habita en el norte de la urbe, cita que hay parientes que le dicen “la madre Teresa de Calcuta de los gatos” y que no están de acuerdo con su actividad. Una de sus hermanas es con quien comparte su labor.

Uno de los mayores retos de hacer labor social para los animales es no contar con las personas allegadas al círculo íntimo.

Al principio le fue complejo aceptar el rechazo. Con el tiempo entendió que debe “luchar contra la corriente”, sin depender de toda su familia o sus amigos.

De entre sus nueve mascotas (siete gatos y dos perros), Amoshi es su favorita. Se trata de una gata color caramelo que la acompaña desde hace 15 años.

“Pasé por una etapa difícil de mi vida, tenía una depresión fuerte y mi gata como que percibía eso. Se ponía a maullar”, narra.

Freire dedica parte de su día a cocinarles hígado a sus felinos, uno de los alimentos que ingieren.Jimmy Negrete / EXTRA

Dice, además, que su gatita y sus otros animales son como una terapia para ella. Su conexión con ellos es tal que aprendió a identificar lo que les pasa, según la forma en que mueven la cola.

Por eso Cristina no escatima ningún sacrificio por ellos, aunque implique cocinarles como acostumbra Karina con los suyos, o llevarles la comida en recipientes dentro del carro a otro grupo de animales que tiene en un refugio e, incluso. Destina unos 300 dólares al mes en todo lo que necesitan, tanto los de su casa como los del sitio de acogida. Presupuesto similar al de Karina.

Controlar la conducta de los 'peludos' es un factor determinante para mantener una buena convivencia con ellos. 

Maltrato, reflejo de cada uno

Para Freire y Murillo ser incomprendidas no es una novedad. Aseguran que es una muestra más de que hay quienes no tienen consideración con los animales. Esa interacción, a veces hostil que les ha tocado ver entre una persona y un cachorro las volvió exigentes para conceder una adopción.

De entre la familia de Cristina, su hermana (de rojo) es con quien comparte la misión de rescatar animales.Jimmy Negrete / EXTRA

Gabriela Mesías, abogada voluntaria de la fundación Rescate Animal, refiere que este comportamiento agresivo queda expuesto, principalmente, en dos tipos de abusos: el envenenamiento de gatos y el maltrato y violencia contra los perros; desde dejarlos encadenados hasta golpearlos.

La experta indica que la oenegé, en lo que va del 2020, registra 150 denuncias de este tipo de casos. La problemática aumentó durante la pandemia.

Mesías agrega que para evitar estas situaciones, no solo basta con tener empatía a las mascotas, sino que es necesario denunciar a los abusadores. Para ello hay dos vías, la administrativa y la penal (ver infografía).

El primer proceso debe cumplirse con una denuncia en el Municipio. En tanto, el otro trámite debe realizarse ante un juzgado competente, ya que se trata de un delito de acción privada.

De acuerdo al Código Orgánico Integral Penal, si una persona lesiona a un animal permanentemente, puede ir presa de dos a seis meses; si hay agravantes, la pena privativa de libertad puede ser de hasta un año.

Si alguien mata al animal puede ser sancionado de seis meses a un año; de existir agravantes, de uno a tres años.