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Día de las Madres: Catalina cumple el rol de madre sin compartir sangre ni apellido con su hijo
Dicen que una madre lo es todo, no solo porque cuida y da amor incondicional, sino porque entrega todo, sin esperar nada a cambio. ¡Feliz día, mamá!
Uno de los momentos más sublimes de una madre es cuando sus hijos la ‘coronan’ con ese título. Que esa palabra tan cortita pero con una carga emocional tan grande sea dicha por esa persona en crecimiento, es como para dejar todo y celebrar.
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A Catalina, de 60 años, le sucedió hace poco menos de 15, cuando Juan, el último de sus hijos y con quien no comparte ni sangre ni apellidos, se la dijo. “Él tenía ocho meses de nacido y no pronunciaba ni una sola sílaba de esa palabra. Pero un día, de la nada, él me la dijo y yo lo amé aún más de lo que ya lo hacía”, relata.
Y es que Catalina adoptó a Juan (nombre protegido) a sus tiernos tres meses, luego de que la madre del ahora adolescente no podía criarlo por problemas personales.
Volver a empezar desde cero
“Cuando ella me lo cedió, nunca más me despegué de él. Hubo momentos en los que se me hizo difícil haber empezado de cero porque mis hijos, cuando Juan estaba recién nacido, tenían 22, 18 y 15, y yo había decidido criar a un bebé”, dice con nostalgia, ya que ahora él, que al nacer tenía ojitos que parecían verdes y su cabellito era ‘colorado’, está por graduarse del colegio.
Juan conoce que su madre biológica, quien es sobrina de Catalina, no pudo estar a su lado en su crecimiento, y que Catalina junto con su esposo son sus padres. “A mis hijos mayores, él los ve como sus hermanos, son sus hermanos y ellos lo consideran a él de la misma manera”.
Aunque los recursos económicos no abundan en su familia, ha podido atender como se debe a su ‘conchito’. “En este regreso a clases le dije que los primeros días debía ir con el uniforme del año pasado, ya que estaba complicado el presupuesto. Él me contestó: ‘No importa, igual las chicas me ven’. Él sabe que eso me molesta y lo dice solo para reírse”, admite entre risas.
Y el amor de Juan hacia Catalina es igual de grande que el de ella hacia él. Desde que era un pequeño de unos tres o cuatro años, él la ‘mezquinaba’. “Si me tenían que poner algún suero, él no se despegaba de mí. Y ahora que es un joven, si oye que le digo ‘papito’ a otro niño, me corrige y me dice que es solo él”, finaliza Catalina y abraza al joven.
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