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Desgarradores relatos: enfermeras cuentan cómo fue vivir la pandemia en Guayaquil
Caminaban por pasillos repletos de cadáveres. Antes de ser intubados, ellas les leían a los pacientes las notas que sus familiares enviaban. Nunca recibieron implementos de protección donados.
Patricia* no recuerda en primera persona. Sus manos se enredan entre sí, hablan, gesticulan; su mascota, un perro french poodle, la acompaña en ese ejercicio de rememorar.
Fácilmente, las imágenes que transmite podrían ser una adaptación de un apocalipsis zombi a la realidad: cuando entraba a su turno de enfermera al Hospital del Guasmo, sur de Guayaquil, y caminaba desde la avenida Cacique Tomalá hasta la puerta de emergencias, una horda de gallinazos revoloteaban en aquellas torres, esperando a encontrar su carnada.
Cada vez que se acercaba, el hedor empezaba a hacerse más y más denso: aquella putrefacción de cadáveres entraba por sus orificios nasales y llegaba directo a los pulmones.
-El olor a muerto era impresionante. Todos los pasillos del hospital tenían cadáveres y a veces se apilaban dos o tres, uno encima del otro. Todas pasábamos por los mismos corredores llenos de muertos-, recuerda Patricia.
El 29 de febrero de 2020 diagnosticaron el primer contagio por coronavirus en Ecuador, en el Hospital del Guasmo. En ese entonces, la enfermera salía de turno en emergencias.
“Fue algo que se manejó desde la madrugada, pero se dio a conocer en horas de la mañana. Le mostré a mi esposo y sentimos temor porque no sabíamos a qué nos íbamos a enfrentar”, dice.
El 11 de marzo, el expresidente Lenín Moreno declaró la emergencia sanitaria en el país. El 13 se confirmó la muerte de la paciente 0 y el Gobierno anunció el cierre de fronteras. Para el 17 del mismo mes y con más de 100 casos confirmados, se inició en Ecuador el confinamiento. Guayaquil era el foco de la pandemia.
Pelear contra un enemigo invisible
En el caso de un boxeador sabe a qué atenerse cuando se sube a un ring; conoce a su contrincante, lo ha podido estudiar. Sabe de sus debilidades.
Pero para los médicos y enfermeras, las enfermedades son intangibles. Los nocauts son con antibióticos y medicinas; el enemigo se lee en exámenes y los males, por lo general, tienen un tratamiento a seguir.
“Con la COVID cambiaron las reglas. No había un tratamiento al inicio. Solo recibíamos pacientes y si con uno funcionaba algo, lo intentábamos con otro, pero luego ese moría, entonces no sabíamos qué hacer”, comenta Patricia, apretando de vez en cuando los labios como rastro de impotencia.
Además de la incertidumbre de no saber cómo pelear contra el virus, otra desventaja era no tener insumos suficientes para todos. Los médicos tenían que pedir a los familiares que compraran los medicamentos.
"En muchas ocasiones nos pasó que nos mandaban la medicación con alguna carta o nota hacia su familiar. Les recordaban lo mucho que lo amaban. Nosotros se las leíamos antes de ser intubados y muchos de ellos morían en ese proceso”, recuerda.
“Entre todos nos revisábamos cuando alguien se sentía mal, nos dábamos apoyo y fuimos como una familia. En mi casa, el mayor miedo junto a mi esposo era contagiar a nuestras dos hijas y por eso, dentro de la misma casa, nos dividimos: ellas dormían en el segundo piso y nosotros abajo. No nos abrazábamos ni teníamos contacto por unos meses”.
Pero todo ello la quebró. “Ella llegaba a casa luego de los turnos de 24 horas y era otra persona. A veces lloraba y ahora hay cosas que no recuerda. Admiro mucho su valentía y todo lo que tuvo que pasar, con la finalidad de ayudar a otros”, dice su esposo Esteban, mirándola con orgullo.
La memoria del corazón es así, diría Gabriel García Márquez. La única manera de continuar es eliminando los malos recuerdos y magnificando los buenos.
Por ello, cuando recuerda que abrazó a sus dos hijas luego de varios meses sin hacerlo, lo hace en primera persona.
Finalmente, habla por ella y no por un colectivo. Ese recuerdo la mantiene a salvo de la pandemia; recorrer los callejones de muertos, las despedidas de los pacientes por cartas enviadas en botella de agua o suministros, pese a que son un recuerdo nostálgico, la hacen esbozar una de las pocas sonrisas en más de una hora de conversación con EXTRA.
Largos turnos
Por la emergencia sanitaria, los directivos tomaron la decisión de realizar turnos de 24 horas y, posteriormente, dar cuatro días de descanso.
Cuando finalizaba aquellos turnos, llegaba derrotada a casa. “Era una carga sentimental muy difícil de procesar”, reconoce.
Su esposo, quien está sentado en un sofá frente a ella, la mira en silencio. “A veces lloraba de la nada, se quebraba o le costaba levantarse. Cada vez que regresaba a la casa, intentaba acompañarla lo más que podía”, expresa Esteban.
La pandemia ahora vive como recuerdo en ellos.
Incentivos, aunque no a todas
Luego de haber batallado tres años contra la pandemia, Patricia asegura que no recibió el bono de $ 200 que el Gobierno dispuso en 2021 para los trabajadores en la primera línea contra la COVID-19.
“En el único hospital donde faltaron esos bonos fue acá. No sé si solo fueron algunos a los que no nos dieron o a todos”, comenta.
En cuanto a otros países, el homenaje realizado al personal de salud fue similar al ecuatoriano; un acto realizado por parte de los ministerios de Salud de Colombia, Chile y Ecuador, en los cuales anunciaban esta bonificación para los trabajadores de salud.
En Colombia, por ejemplo, dispusieron pagos entre $ 200 a $ 750; en Chile fue de $ 250; Argentina realizó pagos mensuales de $ 30 durante tres meses y en Brasil, entre 26 a 66 dólares durante cuatro meses.
Delfina Jimbo Balladares, vicepresidenta del Colegio de Enfermeras y Enfermeros del Guayas, indica que, adicionalmente al anuncio de ese bono, que “a muchas no les llegó”, también hubo la promesa de otorgar nombramientos a las que habían laborado en favor de los pacientes infectados en la época más dura de la pandemia. Otra promesa que, según dice, no se cumplió totalmente.
“Las enfermeras fueron las más discriminadas con respecto a ese beneficio, porque cuando se empezó a dar nombramientos, los primeros grupos en recibirlos fueron los médicos y otras profesiones relacionadas”, asegura.
Agrega que muchas de sus colegas tuvieron que interponer demandas para obtener ese derecho mediante la vía legal. En el caso del Hospital del Guasmo, se interpuso demandas en favor de unas 50 enfermeras que buscaban un nombramiento, pero apenas 15 lograron concretar el propósito, refiere. Un número similar consiguió ese objetivo en el hospital Teodoro Maldonado Carbo, del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social.
Efectos y limitaciones
Delfina menciona que las enfermeras quedaron emocionalmente afectadas con todo lo que vivieron al inicio de la emergencia sanitaria. La mayoría se sentía impotente al ver morir a las personas, pidiéndoles ayuda hasta lo último, mientras ellas no tenían las herramientas suficientes para atenderlos y protegerse.
“El Estado no se preocupó de la parte emocional del equipo. Muchas enfermeras quieren olvidarse que existió el año 2020. Acudieron por su cuenta a consultas de psiquiatría, psicología, estuvieron con medicamentos y fármacos porque llegaron a un estado de depresión”, cuenta la dirigente.
Andrea, una de las enfermeras más jóvenes en el Hospital del Guasmo, menciona que el trabajo en la época crítica de contagios le dejó problemas de sueño y ansiedad.
Delfina refiere que, como gremio, pidieron ayuda a la Organización Internacional del Trabajo, pues a algunas de sus colegas pretendían despedirlas por contar lo que sucedía, que no tenían todo lo necesario para atender a los pacientes, además de las afectaciones emocionales.
También buscaron aliados internacionales con instituciones colegas en países como Chile y Colombia, para que les manden equipos de bioseguridad, pero cuando llegó el envío, no se los entregaron a ellas.