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Drama

Según la víctima, sus agresores la golpearon y abusaron sexualmente de ella sin parar.Juan Faustos / Extra

Maestra en Guayaquil vivió un infierno al ser secuestrada y violada durante cuatro días

Todo comenzó en un mercado de la entrada de la 8. La mujer de 55 años contó su terrible drama a EXTRA para que otras mujeres no sufran lo mismo

El color negro que viste denota cómo está su alma: de luto. Le cuesta hablar, pero sus lágrimas y silencios lo hacen por ella. María, de 55 años, fue víctima de asalto, secuestro y violación. Vivió cuatro días de horror.

Salió de su casa, en Cristo del Consuelo, sur de Guayaquil, a las 11:00. Estaba feliz porque recibiría el pago de tres meses adeudados de las clases particulares que daba. Es maestra.

Se trasladó en bus al cantón Durán, al cerro del Carmen, Mapasingue y Florida Norte. Recaudó 800 dólares, por eso fue al mercado del sector conocido como ‘la entrada de la 8’, al noroeste, para hacer compras, sitio al que ha acudido por más de 10 años, sin pasar ningún inconveniente.

Cuando iba por choclos, uno de los alimentos favoritos de su unigénita de 15 años, un hombre apareció por detrás y le puso un trapo sobre la boca que, al parecer, contenía alguna sustancia alucinógena, pues afirma que empezó a desorientarse. La metió en un auto, le hizo agachar la cabeza y luego vendó sus ojos.

María asegura que perdió el conocimiento, solo recuerda que la despertaron con agua y golpes. Ocurrió el 22 de agosto.

Se frota las manos, le cuesta hablar. No puede porque el llanto se lo impide. Su hermana Ana continúa con el relato: “La violaron por cuatro días, las veces que quisieron, ella perdió la cuenta. La obligaron a tener sexo oral, anal y vaginal”.

María se repone y cuenta entre sollozos que trataba de defenderse, pero eran varios agresores. Supone que fueron de cuatro a seis. No los veía, pero escuchaba diferentes timbres de voz.

María dice que fue secuestrada en un puesto de verduras del sector conocido como la entrada de la 8.Jimmy Negrete /EXTRA

Golpe tras golpe

“Me pidieron información de mi familia, pero no revelé nada y me pegaron. Quisieron quitarme el celular, no me dejé y caí con el aparato, que se abrió, tanteé en el piso, hallé el chip y lo partí, por lo que me patearon. Como los aruñé, me cortaron las uñas, me ataron de manos y pies”, narra.

En los cuatro días que estuvo con sus agresores, no comió ni bebió nada. Sus necesidades biológicas las hacía en el sitio donde estaba recostada.

“Señor, ¿me van a matar?, ¿qué será de mi hija?”, preguntaba la madre soltera a Dios en medio de la incertidumbre.

Suplicó que la dejaran ir al baño y alguien la llevó hacia una pampa. María aprovechó un descuido de aquella persona para quitarse las amarras y correr por una zona deshabitada del noroeste.

“No pensaron que podría escapar, pues estaba adolorida por las violaciones y golpes, y no había comido”, dice Ana.

Corrió sin parar, solo veía tierra y monte, hasta que llegó a una calle. No sabía dónde estaba, pero pudo llamar a su familia desde una cabina de un ciber.

“No me acordaba de los número, pero Dios me hizo acuerdo del de mi hija. La llamé y le pedí el número de Ana. Timbré y le dije: “Ñaña, auxíliame, ven rápido, estoy por una panadería, en la avenida Casuarina”.

María temblaba, tenía miedo de cada hombre que se le acercaba, pues no identificaba a sus atacantes. Presentía que la buscaban.

Tras una hora un joven la sacudió, pero ella no lo reconoció. Se trataba de su sobrino, quien fue a socorrerla. Era el jueves 26 de agosto, 21:30.

Fue llevada a la casa de su hermana, donde ella la ayudó a bañarse. “Dios me borre esas imágenes: tenía su cuerpo golpeado, lacerado. Sus partes íntimas mordidas y sangrantes, sus senos con cortes y las piernas aruñadas”, rememora con dolor Ana.

Dios protegió a su hija

Ese 22 de agosto, su hija la iba a acompañar, pero prefirió quedarse en casa. “Dios la protegió”, indica María, quien luego de pasar por esa experiencia traumática tiene pesadillas e intentó irse de su vivienda.

“Dice que me ama, que Dios la dejó aquí para que esté conmigo y así quiere dejarme sola”. La confrontación de su hija la hizo llorar y reflexionar.

Ya ha pasado un mes y medio, varias heridas de su cuerpo han cicatrizado, pero las de su alma están abiertas. Solo desea que el nombre de su barrio sea una realidad en su vida y que Cristo... sea su consuelo. 

Presentar denuncia

María teme denunciar el presunto hecho, debido a las posibles represalias. Tampoco quiere pasar por un examen médico, siente vergüenza. Y sin rostros que identificar, ve complicada la captura y sanción a los agresores.

“Si no denunciamos por miedo, el hecho del derecho vulnerado queda en la impunidad. Una vez que se denuncia, tenemos que dar todo ese contingente y no es el ánimo de revictimizarla, sino de tener elementos en el campo jurídico para establecer la infracción penal y la presunta participación”, explica la doctora Yoli Pinillo, coordinadora de la Unidad de Delitos de Violencia de Género de la Fiscalía del Guayas.

La funcionaria aconseja el reconocimiento médico pericial, que lo efectúa un profesional de la salud, que recabará indicios sobre los agresores, como la presencia de líquido seminal o alguna célula masculina que permita confirmar lo que la víctima expone. “En este caso hablamos de presunto delito de robo, tortura, secuestro y violación reiterada por diferentes actores”.

Una cosa es recibir atención médica y otra someterse a un reconocimiento médico pericial. Este último debe de ser inmediato para demostrar la existencia material del delito (toma de muestras de fluidos corporales, lesiones externas e internas, etc.).

La fiscal Alexandra Castro cree que se podría tratar de una peligrosa banda de violadores y considera necesario alertar a las autoridades y a la Policía Nacional. Por eso sugiere denunciar. “A la víctima se le puede tomar un testimonio anticipado y único y tiene derecho a no participar en el proceso penal o a dejar de hacerlo en cualquier momento”, aclara Castro.  

Reacción de víctima: Parálisis, mutismo y más

Los niveles de violencia contra las mujeres y sus cuerpos están creciendo con actos crueles e inhumanos, sostiene el Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer Guayaquil (Cepam).

La colectividad no hizo nada al respecto por dos razones: el individualismo o por miedo a la posible banda que operaría en ese sector.

La institución también menciona otro punto: el desconocimiento de la gente, no se sabe qué hacer. Ana nunca fotografió las marcas de las supuestas agresiones a su hermana.

Cepam insiste en que, aunque no haya denuncia, las autoridades investiguen la zona, para determinar si esta banda existe y cuántas mujeres han vivido este horror. Asimismo, sostiene que los agresores son seres que funcionan en la sociedad. Su perversidad quizás no se les note en el rostro, incluso puede que tengan familia y saben lo que hacen.

La psicóloga clínica Luisa Villamar asevera que la confusión emocional, mutismo, parálisis y el miedo son respuestas comunes en las víctimas.

“Hay un daño de memoria a corto plazo, propio del suceso, que en ocasiones genera un bloqueo a los hechos experimentados; situación que se vuelve compleja cuando se reexperimenta el trauma en escenarios jurídicos. Por eso se recomienda el uso de cámaras de Gesell y psicólogos para realizar la toma del testimonio, sin caer en una doble revictimización”, detalla Villamar, quien aconseja que la familia la acompañe y tome la iniciativa de denunciar.

En caso de ser exploradas por un médico, deberá estar con la persona de su confianza y solicitar la intervención de profesionales de género femenino para generar seguridad en la víctima, puntualiza la experta. 

“No se ponen las cifras de los agresores sexuales por los instrumentos internacionales suscritos por el Ecuador”.Yoli Pinillo, Fiscal del Guayas
Los atacantes le cortaron las uñas a la víctima, para que no pueda usarlas como instrumento de defensa.Juan Faustos / Extra
“No hay un sistema integrado preventivo que permita informar a la población de qué hacer o cómo actuar en estos casos”.Luisa Villamar, psicóloga clínica