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Los Caseritos: La venta de allullas tiene a su representante en Latacunga
Inés Bedón ha elaborado este producto durante 70 años y quiere que este quede como legado para sus hijos y nietos. Vendía cada pancito en 2 reales
Inés Bedón se ha convertido en una de las comerciantes de allullas más emblemáticas de Latacunga. Durante 70 años ha elaborado este manjar que se parece a un pan, pero con la consistencia de un bizcocho.
Tiene su negocio en el occidente de la capital de Cotopaxi, en la calle Gatazo. Sentada cerca de una mesa, donde amasa el ingrediente principal de este producto, se le viene a la memoria sus inicios en este oficio.
Ella tenía 7 años -ahora tiene 80- cuando acompañaba a su tío a elaborar las allullas. Su principal tarea diaria era limpiar las latas donde se pone la masa y se las mete al horno para cocerlas.
Con el paso del tiempo, doña Inés no solo aprendió los secretos de su pariente, sino también de los panaderos locales. Durante muchos años, la comerciante amasaba dos quintales y medio de harina por día.
Cada mañana se levantaba temprano y mezclaba los ingredientes. Luego, en la mesita de madera, que la ha acompañado durante 70 años, ha dado forma a las allullas. Después prende el horno de leña y mete el producto hasta que toma la consistencia del bizcocho.
La rutina ha cambiado
Ella recuerda que su producto era uno de los más apreciados por la gente. Cuando los buses interprovinciales circulaban por el centro de Latacunga, los pasajeros hacían una parada obligada en el local de doña Inés para llevarse sus allullas.
La comerciante rememora que cada pancito valía dos reales y ella vendía cinco a un sucre (antigua moneda ecuatoriana que duró hasta el 2000). Actualmente, cada uno cuesta 10 centavos.
Pero el tiempo ha hecho mella en su vida y de la cantidad de harina que amasaba en su buena época, ahora solamente hace la mitad. Sin embargo, eso no es impedimento para seguir laborando todos los días.
Con orgullo cuenta que durante su vida, la venta de las allullas permitió sostener económicamente a su hogar. Con esfuerzo obtuvo ganancias y con eso pagó los estudios de sus tres hijos. Ellos ahora son oficiales de la Policía Nacional, su mayor orgullo.
No se rinde
Doña Inés cuenta que ahora las allullas no se venden como años atrás. Esto porque han surgido diferentes competidores que ofrecen una variedad de este producto en diversas partes de Latacunga.
Además, la gente ya no pasa por el centro de la ciudad con frecuencia porque se desvían por rutas menos congestionadas. Aun así, la octogenaria mantiene la tradición artesanal de su tío y sus ‘maestros’ panaderos.
Eso ha hecho que su allulla no solamente se quede en esta ciudad, sino que han llegado hasta Riobamba, Guayaquil, Quito, Ambato, Salcedo, entre otros lugares.
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