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Crónica
Artesanos con discapacidades dan lecciones de vida en este 2022
EXTRA comparte las historias de dos ‘guerreros’ que la han tenido difícil en la vida. En ellos solo hay un gratitud, buen mensaje para cerrar el año.
Rolando Macías, de 54 años, y Roberto Grave, de 18, pasan entre hojas de periódicos, pinturas y almidón. Spiderman, Mario Bros, Sonic, son sus compañeros hasta que aparece un comprador y se los lleva. Dos generaciones distintas, un mismo arte: la elaboración de monigotes.
Rolando vive en Salitre y Roberto en Guayaquil. No se conocen, pero sus vidas tienen ciertas similitudes; ambos artesanos han pasado por duras pruebas, las cuales los ha llevado a trabajar en sillas de ruedas. El primero quedó parapléjico por un tiro; el segundo tiene insuficiencia renal crónica.
Se demoran un poco más que sus colegas en hacer sus obras, pero a sus muñecos no solo los cubren de pintura, también de esfuerzo y pasión. Son extrovertidos, de buen humor. No reniegan, antes agradecen por cada día de vida y por sus familias que los sostienen, literalmente.
Aprendió en la 6 de marzo
El salitreño hace monigotes desde 1983, empezó con aserrín y madera, pero hace 17 años los realiza con moldes.
“Estudiaba en el colegio José Vicente Trujillo (Guayaquil), en las calles 6 de Marzo y Letamendi. Me quedaba viendo cómo los fabricaban, a veces no entraba a clases, con solo ver aprendí”, dice.
Luego, en la capital montuvia del Ecuador, barrios organizaban concursos de años viejos y casi siempre ocupó el primer lugar. Hacía a la persona de relevancia en el pueblo y a veces hasta la llevaba al evento”.
Su labor de albañil fue reemplazada por la de artesano, luego de que el 15 de enero de 2003, cuando viajaba en un bus de Salitre para Guayaquil, recibió tres disparos de unos pasajeros ebrios. Uno de los tiros se alojó en su columna, dejándolo parapléjico.
Al ver las armas, él se agachó, con su cabeza hacia la ventana (no había nadie al lado). De no hacer eso, otra bala le hubiese quitado la vida, pues un proyectil traspasó a su asiento y mató al pasajero que iba atrás.
“Los médicos me dijeron que no iba a caminar, que podían operarme, pero podía quedar vegetal. Le dije a mi esposa: “Me quiero quedar así, si me vas a acompañar, con la bendición de Dios llegaré a donde Él quiera”.
Su pasatiempo se volvió su sustento, aunque afirma que es su terapia. Para poder hacer sus obras pasa sentado de dos a tres horas, allí cubre de periódicos los moldes, luego pasa al sofá donde les da los acabados a sus creaciones. En Salitre es conocido y la venta de sus productos es ‘caída y limpia’, ayudando a la economía de su casa. Seguir produciendo le llena el ‘wacho’.
Milagro viviente
Grave es su apellido, como su situación de salud, pero la insuficiencia renal crónica que padece Roberto no apaga el brillo de sus ojos ni opaca su sonrisa.
Según su tía Isabel, la afección se la detectaron a los 15 años, cuando no paraba de vomitar agua; allí los médicos les comunicaron que sus riñones eran como los de un niño de dos años. Por ese motivo, sufre un retraso en su crecimiento y el joven de 18 tiene aspecto de adolescente; está perdiendo la audición de los oídos, su columna se está desviando, al igual que sus rodillas.
“Desde este año camina con ayuda de nosotros o con una silla de ruedas, que es prestada. Cuando no se siente bien, lo ayudamos a hacer los monigotes, sino solito los hace”, cuenta la tía, quien confiesa que él también pinta cuadros y hasta teje. Le sobra talento.
Tres veces por semana se hace las diálisis, pero eso no impide que siga ‘camellando’. “Desde chiquito ha sido trabajador, acompañaba a mi esposo al ‘mall del piso’ y con sus ventas se pagó sus estudios de electrónica. Ahora anhela vender sus muñecos porque quiere seguir estudiando”, indica su tía.
Ella revela que a su sobrino le dio un infarto en una diálisis, que sus pulmones se le han llenado de agua, que lo han intubado y ha estado hospitalizado por 4 meses. Cuando siente dolor, llora, lo hace a escondidas, no quiere preocupar a nadie.
“Es un milagro viviente, Dios lo ha librado varias veces de la muerte. Ha cuidado su corazón del bullying (acoso) y mantiene su fe firme. De sus labios jamás ha salido alguna queja, solo existe el: gracias, Señor, por estar vivo”.
Ellos nacieron para ser artesanos, su arte los sana, se sienten útiles, pues sus ingresos sirven para quienes hoy los mantienen de pie, sus familiares.