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El animero que vela por las almas en pena, en Tumbaco
En un recorrido tradicional, Luis Mediavilla rezó por los espíritus que no han encontrado el descanso. Un grupo de Yumbos también lo acompañó.
Luis Mediavilla se pone un camisón blanco, un rosario en el cuello y una campana en su muñeca izquierda. Y no olvida, especialmente, a su fiel calavera. Está listo para recoger las almas en pena de la parroquia de Tumbaco, al nororiente de Quito.
Con 52 años, es el último heredero de los animeros. Este personaje fue representado por su abuelo hace varias décadas y en el feriado por el Día de los Difuntos los vecinos le pidieron que retomara esas ‘actividades’. Sobre todo, sus hijos.
“Estoy contento de que se rescaten estas tradiciones, aunque nunca pude ver a mi abuelo”, comenta Luis.
Patricio Andrade, gestor cultural de Tumbaco, explica que entre él y otros vecinos se dedicaron a investigar sobre las costumbres funerarias de la zona y se encontraron con este personaje que data de la época de la Colonia.
“El animero reza por las almas que no han encontrado descanso”, relata Andrade.
Sin embargo, estas tradiciones se perdieron, pues los más jóvenes no las aprendieron.
Ancestralidad
Pero el homenaje a los muertos no nació con la venida de los españoles. Antes de que ellos llegaran a esta parroquia estaban los Yumbos, quienes llevaban a cabo procesiones mortuorias con sus cánticos y acompañados de un pingullero, adulto mayor que toca el pingullo (una especie de flauta) y el tambor.
“Esto también se está perdiendo, en Quito quedan ya unos pocos”, lamenta Andrade.
Se encaminan desde la iglesia hasta el cementerio. Con el animero a la cabeza, rezan un padrenuestro y un avemaría. Así en cada esquina.
Los Yumbos hacen una representación. Uno de ellos, el más viejo, realiza unas preguntas a cada uno. “Averigua por el muerto”, aclara uno de los participantes.
Cuando lo hallan, arman una especie de camilla para cargarlo, mientras le soplan licor de pies a cabeza. El animero sigue rezando y claro, como en la región hubo una simbiosis entre las culturas ancestrales y la española, los Yumbos también elevan los avemarías. Se santiguan.
Tenebroso
Ana Vallejo, moradora de la zona, cuenta que cuando era muy niña sí logró ver a los últimos animeros. “Era tenebroso, con esa edad no se sabe de qué se trata y la procesión era a la medianoche”.
Pero apenas escuchó la convocatoria de sus vecinos por altoparlante, salió de su casa para revivir esos momentos. “Por mucho tiempo se perdió todo esto, sobre todo cuando uno de los padres (cura) falleció. Él organizaba”, recuerda.
Otra de las funciones de los animeros era recoger dinero durante la procesión para entregarlo al párroco. “Con ello se aseguraba que durante las misas del resto del año se pidiera por las almas”, concluye Andrade.