Las pieles son ‘lienzos’, y sus artistas son los tatuadores, quienes tienen que plasmar desde ideas sencillas hasta las más estrafalarias. Como la que le tocó ‘camellar’ al guayaquileño Jonathan Párraga (36 años), quien tuvo que dibujar sobre los glúteos de una sesentona.

Tuvo que hacerle un corazón formado por rosas. ¿Y cómo lo hizo? En cuatro, como la canción. “Tuve que estar como perrito con la cabeza agachada. Ella con sus propias manos abría sus glúteos”, cuenta el artista, quien indica que donde hay más carne no duele el paso de la aguja y que en su clienta no usó anestesia. Fue ‘pelo a pelo’.

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Y no solo le tocó dibujar. Incluso debió hacer de videógrafo, porque su clienta le pidió que la grabe, pues quería un ‘recuerdito’, más allá de la piel, donde no le llega el sol...

Este arte a Jonathan le ha representado satisfacciones y también escobazos, pues a sus 15 ‘primaveras’ le realizaron su primer ‘tatú’, en el hombro izquierdo. Hizo que le entintaran un vampiro, por su amor al rock, género musical que le agrada.

Él tuvo que esconder su tatuaje por dos años, y cuando lo ‘cacharon’ ya tenía tres. Su madre, aparte de que se lo ‘sonó’ con la escoba, no le habló por tres meses, mientras que su abuelita lo amenazó con pasarle la plancha caliente si le veía otro ‘garabato’.

Con el tiempo, su familia fue aceptando su amor por este arte y vieron su talento, el cual convirtió en su fuente de ingresos. Hoy tiene su propio establecimiento, en el suroeste de Guayaquil.

Es más, parte de su ‘family’ ha sido 'garabateada' por él: ñaños, primos, sobrinos, tíos. Y en su propio cuerpo tiene 60 grabados. Incluso se ‘rayó’ el ‘mate’. Varias de sus obras son hechas por él; otras, por sus colegas.

Debido a la ola de violencia registrada en el país y la lucha entre bandas narcodelictivas, Jonathan afirma que ya la ‘pípol’ no se plasma en la piel ciertos animales, como águilas, leones, tigres. Y si los tuvieron se los borran, porque no quieren ‘marchar’.

Para el sociólogo y catedrático Juan Salazar, los tatuajes se han normalizado en países europeos, Canadá y Estados Unidos.

“Uno puede ver a policías, médicos, bomberos llenos de estos dibujos, pero no se lo contextualiza como un posible delincuente. En cambio, en nuestra sociedad se crean estereotipos y se lo hace ver como perversos, malos, ilegales”, manifiesta Salazar.

Según el experto, las sociedades de antes (las de nuestros padres y abuelos) “rechazaban estos gráficos porque consideraban que los lucían los malandros, drogadictos; pero ahora muchos jóvenes se los realizan porque representan algo en su vida (se escriben una fecha, nombres, se realizan retratos de un ser querido, etc.). Sí hay un cambio, pero se sigue discriminando”, opina el catedrático.

Samuel Merlano, especialista en psicología social, dice que cualquier ciudadano que vea a alguien con tatuajes asociados a las narcobandas, va a sentir temor o ansiedad.

Asimismo, Merlano sostiene que hay tatuajes que elevan la autoestima. Tal es el caso de mujeres a las que por cáncer de seno les han extirpado los pezones y recurrieron a un tatuador para que este se los dibuje y con su obra les dibujaron una sonrisa.

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