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Fe que sana: Devota agradece por un milagro en cada Semana Santa
Elvira Mosquera cuenta que por su devoción superó un diagnóstico terminal. Dios la bendijo
En medio del recogimiento y el fervor que envuelven las eucaristías en esta Semana Santa, muchos creyentes rememoran y meditan los misterios de la Pasión y Muerte de Jesús, pero también viven estas jornadas de agradecimiento. En la iglesia Sagrado Corazón, en Quinindé, provincia de Esmeraldas, Elvira Mosquera, con las manos entrelazadas y la mirada fija en el altar, reza con mucha gratitud.
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A sus 78 años esta mujer, de rostro surcado por los años, expone su testimonio conmovedor. Ella dice que por su fe inquebrantable en Dios, fue sanada de un cáncer terminal.
Sus ojos oscuros y brillantes tienen una mezcla de ternura, sabiduría y paz interior. Su rostro irradia una luz serena, y cada arruga parece contar una parte de su historia.
Conmovedora historia de fe inquebrantable
Hace más de dos décadas, Elvira recibió una noticia desconcertante: padecía de cáncer de cuello uterino en un estado avanzado. Los médicos le dijeron que había poco por hacer. La operación no logró contener la enfermedad. Las células malignas se habían expandido. Con los resultados de los exámenes posteriores le dieron seis meses de vida.
“Me dijeron que era cuestión de tiempo”, recuerda la creyente y con voz firme pero cargada de emoción cuenta lo que hizo. “Me fui a mi casa, me arrodillé y le dije a Dios que, si me sanaba, le iba a agradecer todos los años de mi vida en Semana Santa”.
Fue en víspera de la Semana Mayor cuando ella recibió el diagnóstico e hizo la promesa de asistir a misa y dar gracias cada Semana Santa por el resto de su vida si Dios le concedía el milagro de seguir viviendo.

El poder de la oración y el agradecimiento
La devota cuenta que un mes después de aquel diagnóstico desolador, en medio de oraciones, súplicas y una entrega total a la voluntad de Dios, acudió nuevamente a realizarse estudios médicos.
“Me hicieron otra vez los exámenes, y todo estaba limpio”, cuenta. “No había rastro del cáncer. Ni una célula. Como si nunca hubiese estado ahí. Fue un milagro. No hay otra forma de decirlo. Fue Dios”.
Los especialistas que la atendieron quedaron perplejos. No había explicación científica, pero sí una certeza para Elvira: su oración fue escuchada.
Desde entonces, en cada Semana Santa, con puntualidad casi ritual ella acude al templo desde el Domingo de Ramos, con el mismo fervor del primer año, para orar y dar gracias. “Ahora le pido que me dé tiempo para seguir agradeciendo. Porque esa fue mi promesa”.
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