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Opinión
El regalo que nos dio Alejandra Jaramillo
Mientras un país se pelea e insulta de cara a un proceso electoral que, a ratos, parece ring de boxeo, una chica que llora la muerte de su novio, nos regaló a todos un poco de amor.
Estaba escuchando Slide Away, de Oasis, cuando frente a la pantalla de mi laptop apareció la publicación de Alejandra Jaramillo. “I need you now, you've knocked me off my feet (Te necesito ahora, me has derribado)”, cantaba Noel Gallagher en una versión acústica y lenta de esta canción, que la vuelve más conmovedora. Era el soundtrack con el que yo iba leyendo, uno a uno, los chats románticos de ella con su novio Efraín Ruales, asesinado a tiros el 27 de enero. Creo que no derramé una lágrima porque frente a mí estaban mis compañeros de trabajo.
Cuando me enteré de la muerte de su novio, el también presentador y actor, en lo primero que pensé fue en ella y en su mamá. Miré a mi propia madre, que estaba acostada junto a mí en la cama en ese momento. A los grupos de WhatsApp de EXTRA llegaron los vídeos de Alejandra, vestida con ropa deportiva, llorando a unos metros del carro de Efraín, donde aún estaba aún su cadáver.
Pensé en cómo carajos se digiere esa noticia. Incluso, inventé en mi mente la conversación telefónica que pudo tener Alejandra con quien le informó sobre el atentado, minutitos después de darle el último beso a Efraín, luego de entrenar juntos. “Aló, ¿con Alejandra Jaramillo? Lamentamos informarle que mataron a su novio”.
Solo imaginar esa conversación ficticia me heló la sangre. No hace falta tener novio para entenderlo, todos amamos a algún ser con intensidad, como la mujer que me parió que, en ese instante -cómo habré tenido el rostro- me preguntó que qué me pasaba.
“Creo que mataron a Efraín Ruales, mamá. El novio de Alejandra Jaramillo”, le dije como si ambos fueran amigos de la familia, como si los conociéramos, con esa familiaridad que se tiene cuando se habla de los panas. Muchos recibieron la noticia así, como si al que mataron fuera un amigo.
Mi mamá, que es más dulce que la miel, solo alcanzó a gritar un: “¡Mentira!”. Le dije que todavía tenían que confirmarlo, casi al mismo tiempo que mi compañera -que estaba en el lugar donde sucedió el crimen-, confirmaba que, efectivamente, los cuatro tiros que le dieron habían acabado con su vida.
Ha pasado una semana de su muerte. Una semana también del silencio de Alejandra, un silencio que rompió con amor. Las decenas de capturas de pantalla que difundió estaban cargadas de sueños, de planes, de hijos, de su futura boda, de incontables “te amo” que ambos se lanzaban.
¿Soy yo o la muerte de Efraín fue un puñetazo en la cara? Fue como leer a Shakespeare en Romeo y Julieta. Como leer el final de Adiós a las armas, de Hemingway. Fue como leer una novela romántica que, de repente, se vuelve una historia de terror.
“I dream of you and all the things you say (sueño contigo y con las cosas que dices)”, seguía cantando el mayor de los hermanos Gallagher. Quizá es lo que más hace Alejandra ahora. Luego de su publicación, los mensajes de solidaridad hacia ella reventaron en redes sociales e, incluso, en mis grupos de WhatsApp familiares. Tengo primas que también lloraron por esta historia.
Finalmente pensé en la empatía, una palabra que he usado de manera recurrente en estos días. Un sentimiento que, quizá, Alejandra despertó en muchas personas y del cual se pueden desprender otras sensaciones maravillosas. ¿A cuántos no nos puso a pensar en el último beso que le vamos a dar a nuestros seres amados?
Quizá estos últimos meses, con tanta corrupción y muerte a nuestro alrededor, nuestros sentimientos han estado tan a flor de piel que a veces nos han lastimado. Cuando empezó la pandemia, varias frases que se repetían eran: “esto nos hará mejores personas”, “aprenderemos a valorar los abrazos”, “nos acercaremos a nuestros seres amados”. ¿Será cierto? ¿Realmente la muerte tiene esa capacidad de hacernos reflexionar o nuestros anhelos se evaporarán tan rápido como la vida misma?
La muerte de Efraín fue un golpe en la nuca de los que estamos vivos. Un golpe que, ojalá, a los que estamos aletargados, nos haga despertar. Nos haga entender que hay que disfrutar de lo que amamos para no sentirnos en deuda si esto se va. Ojalá estemos a tiempo.
Alejandra y Efraín puede ser cualquiera. La visibilidad de ambos también puede ser una gota de color en este océano gris. Visibilizaron la injusticia, el dolor, la rabia, pero también el amor y la empatía. Hay decenas de Alejandras y Efraínes en nuestro país, gente que no puede dar un beso, que no puede abrazar, que tiene que lidiar con la nostalgia, con la pena. Gente que simplemente no tuvo una despedida. Gente que se seca los ojos y sigue.
¿No sienten ustedes que quieren más de esos chats con incontables “te amo”, “vámonos de viaje”, “quiero una vida contigo”, “eres importante para mí”? ¿No sienten ustedes que es mejor eso a “boto a todos mis empleados si no gana mi candidato”? Mientras un país se pelea e insulta de cara a un proceso electoral que, a ratos, parece ring de boxeo, una chica que llora la muerte de su novio, nos regaló a todos un poco de amor.