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Opinión

Editorial: Posorja perdió su paz

Posorja fue durante décadas una tranquila parroquia rural de Guayaquil, un llamativo balneario al que antes se llegaba por vía fluvial. Por sus condiciones geográficas se convirtió en un importante puerto de aguas profundas, lo que trajo consigo no solo mayor actividad productiva para sus pobladores, sino también la presencia de bandas delincuenciales que han impuesto el terror y amenaza para sus habitantes.

Una de las actividades laborales que se incrementó fue la pesca, multiplicando el número de personas dedicadas a esta faena. Sin embargo, lo que debió favorecer notablemente a quienes buscan de esta manera la riqueza del mar, también produjo que los narcotraficantes aprovecharan de esta nueva realidad. Las víctimas son algunos pescadores que, bajo intimidaciones, deben llevar en sus pequeñas naves la ‘merca’ hasta las embarcaciones de gran calado que luego viajan a puertos de Asia o Europa.

Y mientras esta ilícita actividad crece a pasos agigantados y extiende sus tentáculos por todo el país, muchas veces con sangrientas y dolorosas consecuencias, queda en evidencia que todos los planes de lucha contra este ‘cáncer’ y los operativos para frenar a las organizaciones locales que realizan el trabajo sucio han sido un rotundo fracaso.

Los gobiernos se consumen entre acusaciones de corrupción mientras los narcos siguen dañando el tejido social. Hay persecución penal para los más débiles, pero los ‘pesos pesados’ del narcotráfico son intocables.