Teníamos un solo carro, y yo siempre le decía a mi esposo futbolista que mi sueño era ir a dejarlo y verlo al estadio Capwell, donde entrenaba; pero él me decía que eso se veía “feo” porque sus compañeros lo iban a molestar.

Yo tenía mis dudas, por ciertos comentarios de una amiga mía, de esas que están en toda la ‘sapada’. Según el esposo de esta amiga, había una reportera que solo entrevistaba a mi hombre.

La incertidumbre me daba vueltas la cabeza, pero yo trataba de convencerme de que solo eran cosas mías. Mi amor no era titular, jugaba de vez en cuando. Igual, le reclamé a mi esposo, quien me dijo que a él no le gustaba dar entrevistas. Incluso me aseguró que los periodistas eran “sapos”.

Eso, en vez de dejarme tranquila, me puso más ‘pilas’. Un día me llené de valor y me fui a verlo media hora antes de que termine el entrenamiento.

Los otros jugadores comenzaron a salir, y al rato mi esposo apareció en la puerta del estadio. Dos reporteros le pidieron una entrevista y él aceptó. Luego, como por arte de magia apareció una chica que parecía reportera y se quedó coqueteando con él. Pensé que era parte del preámbulo del reportaje, pero pasaron cinco minutos y no hubo nada de entrevista.

Luego caminaron hasta el carro de ella. Mis celos estaban encendidos, no sabía qué hacer. Ella ya se había subido al auto cuando comenzó mi show. Me les presenté y les dije que lo entendía todo, que era con ella que estaba vacilando. El muy mentiroso me dijo: “Amor, ella me va a hacer una entrevista, pero se le quedó la grabadora en la radio y vamos a verla”.

Desde aquel momento mi esposo me prometió que nunca más iba a dar entrevistas a reporteras ‘resbalosas’. Al final me quedé con la duda: ¿habrá sido verdad que iba a buscar la grabadora o no?