Era un Clásico del Astillero y mi exmarido sería parte del partido. Jugaba en uno de los equipos. Aquel fin de semana, para no cambiar el ritmo de nuestras vidas, estábamos peleados.

Fue a entrenar toda la semana, pero el viernes salió de la casa y solo vi que se llevó tres camisetas más en su pequeño bolso, eso lo noté raro, sabía que no volvería hasta después del partido.

El sábado no se reportó para nada, pero como estábamos ‘piteados’ pensé que era normal.

Llegó el domingo y nunca jugó el partido. Tampoco entró al cambio y en ese momento me quedé con muchas dudas.

Sabía que era ‘brinquillo’, pero le daba crédito que había cambiado. Recién apareció al mediodía del lunes.

No perdí tiempo y le reclamé, le pregunté “con quién andaba” y muy suelto de huesos me dijo que después del encuentro se quedaron concentrados hasta el lunes, porque era una determinación del cuerpo técnico.

Reñimos de nuevo, pero su ‘labia’ fue tan convincente que otra vez le creí.

Pero todas las verdades se saben tarde o temprano. Tres meses después una amiga me dijo: “el tuyo estuvo acá en la ciudadela, desde el sábado hasta el lunes, encerrado con una fulana”. La verdad es que este falso nunca había sido concentrado ni fue al estadio. Recién el lunes fue a entrenar y me hizo creer que había estado con sus compañeros.

Han pasado cuatro años de aquel Clásico desagradable en mi vida, ahora al que sabemos lo tengo lejos de mí. Pero cuando juegan Barcelona y Emelec, aquel amargo recuerdo me ronda, porque fue el comienzo de nuestra separación.

Por cierto al equipo de mi ex lo golearon.