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Buena Vida
El último pailero de Chimbo ‘colgó’ el martillo
Por 64 años se dedicó a elaborar pailas, vasijas, olletas. Por las restricciones con la pandemia se le complicó hacer su labor
Entre nostalgia, Manuel Pinos Espinoza regresa a su taller, donde tiene ordenadas sus herramientas y la imagen de Jesús del Gran Poder que lo acompañó por varios años. Cada vez que recorre el que fue su lugar de trabajo por 64 años lamenta que no queden herederos para continuar con esta tradicional labor.
A sus 76 años de edad, Pinos decidió ‘colgar’ el martillo y otros implementos con los que elaboraba pailas, alambiques, vasijas, olletas y otros objetos. Él se jubiló del oficio de pailero que empezó a los 12 años.
El septuagenario y los demás artesanos paileros son parte de la historia y tradición del cantón Chimbo, en la provincia de Bolívar. Hasta hace unas cinco décadas era una de las actividades más reconocidas de esta ciudad y la fama de sus artesanos se extendió por el país.
Para el historiador Víctor Navas, este oficio está presente en este terruño bolivarense, desde 1870. Los primeros maestros perfeccionaron la técnica con herreros europeos.
De aquella primera generación de artesanos salió José María Pinos, quien le dejó este legado a su hijo Manuel Luciano Pinos.
“Inicié muy joven como ayudante y cuando mi papá murió tomé la responsabilidad. De mi padre aprendí la técnica, pero también me fui perfeccionando”, narró Manuel Luciano, quien tiene dificultades para escuchar. Su esposa, Bertha Silva, explicó que perdió un poco la audición por las largas jornadas en las que debía golpear el cobre con el martillo.
Con la llegada de la electricidad, el trabajo se volvió más ligero porque podían utilizar la suelda para pegar las piezas, pero con el pasar de los años el trabajo fue menguando para los artesanos, por lo difícil de conseguir el cobre. Era costoso por ser importado.
En el silencio del taller, a Manuel le entristece que el oficio vaya a morir. Ni los suyos, ni los hijos de los demás artesanos se interesaron en seguirlo.
Manuel Pinos mantenía esa historia que forjó en el barrio La Merced cercano a la catedral de Chimbo, pero el año pasado, cuando iniciaron las restricciones por la pandemia, él optó por descansar de las largas jornadas de moldear utensilios. Ahora es recordado como el último artesano del cobre de la ciudad.
En su taller, en un orden singular, Manuel Pinos conserva todas las herramientas que usó en su oficio, incluso conserva aquellas que heredó de su padre.
Sostenidas en la pared lucen variadas pinzas, sujetadores, cinceles, limas. También están el martillo de madera, el fuelle, la fragua y muchos otros objetos con los que confeccionó no sabe cuántas pailas. Todos son considerados como su mayor tesoro.