Mis Historias UrbanasBlankimonki

Mis Historias Urbanas: Vicioso y patán

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La empleada entra a limpiar a la oficina. Él cierra la puerta, entra al baño y sale desnudo. Se sienta en el escritorio sin decir una palabra. Ella finge no ver nada.

Algo nerviosa. Muy enojada. No dice una palabra. ¿Para qué? Si el mundo sabe que en estas cosas siempre el pueblo es el que pierde.

Al salir, lo cuenta al mundo. El mundo le cree; pero cuando un superior indaga el hecho, el desnudo del escritorio lo niega. Y ahí muere el asunto. O eso cree él.

Al superior se le ha metido en la cabeza que, quizás, la empleada dice la verdad. Sabe perfectamente que no hay manera de comprobarlo, porque no hay cámaras en esa oficina, pero sabe también que este tipo de gente tiene mañas. Lo sabe porque es apasionado por los perfiles psicológicos. Empieza la cacería.

Los abusadores, a veces, son adictos a la pornografía. Esa es la base de la hipótesis. Manda a Sistemas a escudriñar la máquina del sospechoso. Gol. Un historial tan largo como su infamia se abre allí. Empieza el plan.

El superior bloquea el acceso a todas las páginas para adultos conocidas y no de la máquina que usa el patán. Y deja que fluya la desesperación.

Cuando un adicto sufre abstinencia, busca cualquier forma de saciar esa adicción. Todo estaba debidamente estructurado. De toda la oficina, solo una quedaría libre, porque un contador debía irse de viaje.

El superior sonríe. Ha mordido el anzuelo. Cuando sale de su oficina ve al patán sentado en la silla del contador. Se excusa por querer unos archivos. Y se queda allí el resto de la tarde.

Al día siguiente. La máquina del contador, que no tiene bloqueo alguno, tiene mensajes que lo inculpan por abrir sitios con videos sexuales. Ha quedado al descubierto.

La renuncia llega al despacho del superior a media hora del escándalo. Al mediodía, la empleada entra al despacho del gran jefe. “Nunca creí que podía haber justicia”, le dijo llorando.