Mis Historias UrbanasPor Blankimonki

Mis Historias Urbanas: veinte latas

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El agente de tránsito está parado en el exterior de la camioneta, en medio de la carretera a Naranjal, tal y como lo hará cuatro horas después, pero en Durán, luego de una travesía que está a punto de empezar.

El chofer de la doble cabina sabe que venía a exceso de velocidad y que no tiene la matricula al día. Está consciente de que esta transacción solo se salva con un guiño a la histórica forma de sacarse de encima el peso de una multa: un canguil al buitre.
Despliega la solapa que lo protege del sol del espejo, cuida que no se caigan los papeles vencidos y saca de allí el verde. La cara de Andrew Jackson parece saber qué ocurrirá.
El expresidente de Estados Unidos se convierte en la primera transacción del día del agente de tránsito, que sonríe complacido y da una seña con la mano para que el de la camioneta avance a su destino.
El chofer sonríe también. Tenía casi un mes intentando liberarse de ese billete falso de veinte dólares que le chantaron en una de las tantas transacciones de su negocio de piezas de vehículo. Filtrarlo en un acuerdo de este tipo sería fácil, por aquello de la prisa que suelen tener los momentos poco éticos que protagonizan los agentes de tránsito.
Llega a Naranjal a hacer lo suyo y vuelve rumbo a Durán por la misma carretera. En una esquina, como fantasma, el buitre aquel. Acelera el paso y lo pierde. Sonríe de nuevo, pero se le borra de la cara la corona de dientes cuando ve que una camioneta lo sigue. “Oríllese a la derecha”, mandó el megáfono.
No le pide la licencia ni la matrícula esta vez. El agente, gordo, de piel color cartón mojado, se acerca con el ceño fruncido a la doble camina. Estira el billete de veinte falso y escupe: “Estas cosas no se hacen, mi estimado, y menos a la autoridad”.
El chofer agarra el billete, pide disculpas, finge no haber sabido y lo cambia por uno de diez, su único efectivo. Al menos le cuesta menos que la multa.