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Mis Historias Urbanas: Torta para la tía
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1 de mayo, 2016
De niños, Moisés y Andersson se creían chefs. Son primos y en ese entonces vivían en la casa de la tía querida (todos los niños tienen una). Armaban en la cocina todo un huracán. Preparaban tortas, o al menos creían que lo hacían cuando lo intentaban. Harina por aquí, harina por allá. Agua, leche, azúcar, huevos. Eran libres de tomar todo lo que quisieran para lograr su objetivo.
La tía aplaudía. Para no cortarles las alas, amagaba: "¡Qué rico!", y se justificaba para no seguir con el sufrimiento de probar la obra: "Ya estoy llena, voy a guardar para luego". Y los niños, felices, se iban a jugar. Un día, años más tarde, Andersson y Moisés, visitaron a su tía querida y notaron cómo los nuevos niños de la casa heredaron sus dotes de cocineros.
La misma escena: huracán en la cocina, ingredientes por todos lados y un intento de pastel imposible de digerir. "¡Qué rico! "Ya estoy llena, voy a guardar para luego", oyeron a su tía en un macabro déjà-vu. Los nuevos niños, felices, salieron a jugar. La tía, desesperada, agarró todo el pastel y les pidió a sus sobrinos ahora adultos: "Bótame esa pendejada malísima antes de que regresen los muchachos". Andersson y Moisés descubrieron la verdad ese día.
La misma escena: huracán en la cocina, ingredientes por todos lados y un intento de pastel imposible de digerir. "¡Qué rico! "Ya estoy llena, voy a guardar para luego", oyeron a su tía en un macabro déjà-vu. Los nuevos niños, felices, salieron a jugar. La tía, desesperada, agarró todo el pastel y les pidió a sus sobrinos ahora adultos: "Bótame esa pendejada malísima antes de que regresen los muchachos". Andersson y Moisés descubrieron la verdad ese día.