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Mis Historias Urbanas: Sorpresita

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Parecía un zombi hambriento. Eran las seis de la mañana y los primeros rayos de sol le iluminaban el rostro trasnochado. Se tambaleaba sobre sí en el portal de la casa, inspeccionando un manojo de llaves para dar con la correcta.

El marido se asomó, indignado ante sus movimientos torpes. "¡Entra!", gritó después de abrir él la puerta. Ella apenas podía hablar. Se suponía que la fiesta debía terminar a las dos, máximo, pero la madrugada se le esfumó de las manos y de la percepción del tiempo, entre el vodka, el vino, la cerveza y todo lo que mezcló, a su pesar. 

Intentó dar una excusa y lo besó. Él accedió, algo renuente al principio. La besó también, primero en la boca, luego en los senos. La desnudó y la echó en la cama. Ella sonreía. No podía creer que el enojo se le haya ido tan rápido. Los hombres son tan básicos a veces. 

Empezó por arriba, de los senos al ombligo, apasionado. Abrió sus piernas y adentro. Lo que parecía el inicio de un orgasmo se convirtió en una cara de terror. Sintió algo allí dentro, algo incómodo, perturbador. Se apartó un momento y bajó la mirada. 

Era un plástico del tamaño de un globo. Era, ¡diablos!, un maldito condón usado dentro de la vagina de su mujer. Quiso vomitar. La empujó, histérico. La golpeó hasta casi dejarla muerta. Los hombres son tan básicos a veces.