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Mis Historias Urbanas: La selva de cemento

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Me da urticaria. Los perros babosos de las esquinas, que lanzan piropos en adoquines, me caen mal. Los zorros narcisistas que critican a las gordas y a las feas, me caen mal. Los buitres que andan al acecho de las faltas de los ciudadanos, me caen mal. Y no es que sea intolerante.

Tuve un can llamado Scooby que supo ganarse mi respeto, pero a estos animales, simplemente los detesto. Odio a los monos maleducados que botan basura en la vereda, a los que pitan cuando el semáforo está en rojo y a los que imitan conductas cuestionables. 

Me dan alergia las cotorras que vigilan y susurran mi andar, igual que los sapos, los sabidos y los sufridores, en todas sus categorías, son los peores; aunque no más que las ratas. Los lagartos también son criticables, por egoístas y miserables, además de babosos son los más asquerosos. 

En el amor, me caen bien los bagres y les tengo pena a los venados. No así a los parásitos, que suelen volverse insoportables, aunque en principio se fijan agradables. La selva de cemento es de temer. Anden con cuidado. Y no se fijen mucho en lo que hace el de a lado.