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Mis Historias Urbanas
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Mis Historias Urbanas: Robamarido
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19 de agosto, 2018
Una niña nacida, un departamento grande, un marido guapo. Era la envidia de sus amigas y enemigas, la materialización de la felicidad que nos venden los cuentos de hadas.
Como le gustaba trabajar, se puso un negocio de comida rápida, ingresos extras de distracción, como la Gabriela Pazmiño con sus hamburguesas. Besos van, besos vienen. Aquel esposo bellísimo era caballero y abnegado, un ejemplo de hombre.
De vez en vez la ayudaba en el puesto; otras, como esa noche, debía trabajar. Entonces la asistía un amigo cercano a la familia en quien confiaba mucho. Calentadas las sartenes y acomodados los tomates, una nueva jornada se ponía en firme en el local.
Pensaba en lo afortunada que era cuando vio a aquel hombre de terno elegante en la puerta. "Ni bien abro y ya hay clientes", pensó. Se acercó cordial. "Buenas noches, bienvenido", saludó. Una mirada de odio la inspeccionó de pies a cabeza.
Estaba mudo, hablaba su ira. "Me robaste a mi marido", dijo al fin. Tenía aliento de haberse bebido un tanquero de cerveza y tambaleaba sobre sí mismo. Intentó explicarle que estaba equivocado, que era una mujer felizmente casada, con una niña de casi un año, que de seguro la confundía con otra mujer, que ella no le había quitado el marido a nadie.
Su amigo asistente la apartó un instante. "Déjame, yo me encargo", y se llevó al tipo afuera otra vez. En el terno cargaba fotos de su esposo.
Ella había sido la otra durante todo el tiempo del noviazgo. En realidad se había robado un marido, un marido de cuento de hadas.
De vez en vez la ayudaba en el puesto; otras, como esa noche, debía trabajar. Entonces la asistía un amigo cercano a la familia en quien confiaba mucho. Calentadas las sartenes y acomodados los tomates, una nueva jornada se ponía en firme en el local.
Pensaba en lo afortunada que era cuando vio a aquel hombre de terno elegante en la puerta. "Ni bien abro y ya hay clientes", pensó. Se acercó cordial. "Buenas noches, bienvenido", saludó. Una mirada de odio la inspeccionó de pies a cabeza.
Estaba mudo, hablaba su ira. "Me robaste a mi marido", dijo al fin. Tenía aliento de haberse bebido un tanquero de cerveza y tambaleaba sobre sí mismo. Intentó explicarle que estaba equivocado, que era una mujer felizmente casada, con una niña de casi un año, que de seguro la confundía con otra mujer, que ella no le había quitado el marido a nadie.
Su amigo asistente la apartó un instante. "Déjame, yo me encargo", y se llevó al tipo afuera otra vez. En el terno cargaba fotos de su esposo.
Ella había sido la otra durante todo el tiempo del noviazgo. En realidad se había robado un marido, un marido de cuento de hadas.