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Mis Historias Urbanas: El purificador de agua

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Wladimir llama a la víctima. Cuadra la cita y anuncia su propuesta: charlas alarmantes, pero algo exageradas sobre la contaminación del agua hervida, del agua de los grifos, de la de los botellones de las casas que visita. Pide que todos estén presentes. Es una condición para llegar allí a hacerles creer que es su salvador.

Acude de gala, lleva una laptop, un proyector y una labia de esas que solo tienen aquellos que son capaces de vender hasta las piedras. Wladi empieza: "El agua es vida". Pide que le traigan dos vasos de cristal llenos del líquido y acto seguido horroriza a su víctima: en cuestión de minutos, su glorioso producto deja al descubierto residuos de heces, bacterias y otras porquerías comunes en cualquier tipo de agua. 

Si no hay suciedad, no importa. Wladi tiene otra estrategia: "el cloro con que fue purificada es cancerígeno. No vuelvan a tomar eso", suelta su última carta con tono tétrico, como quien anuncia a un desahuciado que su fin está cerca. Logra atraparlos. Difiere a 24 meses la ‘salvación’, deja instalado el equipo purificador y advierte que este tiene que recibir mantenimiento anual. 

Se va feliz. Cuando llega a casa siempre tiene sed; sed de las que agobian a aquellos que son capaces de vender hasta las piedras. La calma con un buen vaso de agua de la llave. Después de todo, él sabe que tomarla no lo matará.