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Mis Historias Urbanas: Pollo traidor
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11 de octubre, 2020
Era linda. Mi segundo enamoramiento del año. Nos gustábamos, nos entendíamos y todo iba bien hasta que ese infeliz mensaje de texto llegó a mi celular para separarnos.
Era mi ex. “Hola, estoy cerca de tu trabajo, ¿almorzamos?”, decía. Respondí que estaba ocupado, que había traído comida; pero ella insistió. “Es solo para conversar un rato, hace tiempo que no te veo. Yo invito”.
Mandé el poquito de saliva que quedaba a la boca del estómago. ¿Qué tan grave puede ser? Contesté un inofensivo “ok”.
Vi de nuevo a mi chica, hermosa, le di un beso. Le dije que me encantaba y me despedí para ir a trabajar. Ella me dio un beso en la boca. El último que me dio en la vida.
Otro mensaje. “Ya estoy cerca. Te espero en la esquina”.
No es que mi ex levantara pasiones ni que este encuentro me cause alguna emoción. Fui, más bien, por educación.
Por educación también le agarré la mano al encontrarnos y caminé con ella hasta el mall, hacia un restaurante de pollo frito conocido por su comida barata.
Ya en caja, el celular. Un mensaje de mi novia. “Seguro mi princesa ya llegó a casa”, pensé. Y dibujé esa sonrisa que aún me atrapa cuando la pienso, pero no lo leí. Algo, alguien, una mirada sobre mí rompió el momento. (Sí, tal como si fuera una novela romántica, donde mi personaje era el villano que se ubica en tiempos y lugares más inapropiados).
Volteé. Mi novia atrás. Sus ojos encantadores mirándome como con sed de sangre. Mi alma en el piso.
Como si de un robot se tratase, empecé a correr en el centro comercial, hasta salir de allí y volver a mi trabajo.
Ya en mi puesto, dos llamadas de dos números celulares diferentes perdidas. Y, por supuesto, el mensaje que no leí. “Buen provecho y hasta nunca”.
Ese día apagué el cell, no almorcé y dos días después me volví a enamorar de otra mujer, pero esa es otra historia.
Mandé el poquito de saliva que quedaba a la boca del estómago. ¿Qué tan grave puede ser? Contesté un inofensivo “ok”.
Vi de nuevo a mi chica, hermosa, le di un beso. Le dije que me encantaba y me despedí para ir a trabajar. Ella me dio un beso en la boca. El último que me dio en la vida.
Otro mensaje. “Ya estoy cerca. Te espero en la esquina”.
No es que mi ex levantara pasiones ni que este encuentro me cause alguna emoción. Fui, más bien, por educación.
Por educación también le agarré la mano al encontrarnos y caminé con ella hasta el mall, hacia un restaurante de pollo frito conocido por su comida barata.
Ya en caja, el celular. Un mensaje de mi novia. “Seguro mi princesa ya llegó a casa”, pensé. Y dibujé esa sonrisa que aún me atrapa cuando la pienso, pero no lo leí. Algo, alguien, una mirada sobre mí rompió el momento. (Sí, tal como si fuera una novela romántica, donde mi personaje era el villano que se ubica en tiempos y lugares más inapropiados).
Volteé. Mi novia atrás. Sus ojos encantadores mirándome como con sed de sangre. Mi alma en el piso.
Como si de un robot se tratase, empecé a correr en el centro comercial, hasta salir de allí y volver a mi trabajo.
Ya en mi puesto, dos llamadas de dos números celulares diferentes perdidas. Y, por supuesto, el mensaje que no leí. “Buen provecho y hasta nunca”.
Ese día apagué el cell, no almorcé y dos días después me volví a enamorar de otra mujer, pero esa es otra historia.