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Buena Vida

Mis Historias UrbanasPor Blanca Moncada

Mis Historias Urbanas: La pizza

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La carta no pasa a sus manos esa noche. El mesero la entrega a su acompañante y él elige la pizza que cree que ella quiere. Pésima primera impresión en este primer encuentro con el migrante que conoció por teléfono meses atrás, el tipo del que no conoce mucho más que su pésimo gusto para vestirse como acompañante de meretriz de los setenta y esa particularidad para dar detalles tan locos como un rompecabezas hecho con una foto suya vestido de chef.

Ella no tiene grandes esperanzas en este encuentro. Ahora sabe que no le gusta y que además le cae chancho por aquella malcriadez de pedir pizza sin consultarle. Será debut y despedida. Al llegar el mesero con el pedido, le sirve él un pedazo y ella empieza a separar el tomate de la masa. "Te comes todo. Yo estoy pagando esto y no voy a permitir que desperdicies nada".

Ella, estudiante de Derecho en ese entonces, lanza una sonrisa burlona. "Cómetelo tú", le grita, y le tira la pizza encima. Se levanta de la silla, sale sobre las dos piernas, toma un taxi y se pierde para siempre. 

El migrante, con mozzarella, harina, tomate, piña y todas las aberraciones que trae una pizza hawaiana encima, no tiene tiempo a reaccionar. "La culpa fue suya", cuenta ella casi treinta años después. "¿Quién lo manda a ser patán?".