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Mis Historias Urbanas: Pillada en día de reyes
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3 de enero, 2016
Fui a la cocina. Me escabullí como ratón. Allí estaban mi abuela paterna, mi mamá, mi tía... Era común que se llene la casa de la abuela para el Día de Reyes. El calentado de medio pavo que sobró el 31 estaba pagando piso sobre el mesón cuando ya habían ellas servido el chocolate a su ‘prole’. Yo, que nunca fui flaca, me hallaba frente a lo que un guayaco llama una ‘jama monstruosa’. No me importaba haber ya comido la rosca de reyes.
Agarré un hueso y me fui de allí. Las damas ni se inmutaron, estaban en el chisme, y cuando una mujer está en el chisme no hay quién la saque del letargo. Me fui con hueso en mano a la sala. Uno de mis tíos, el mayor de los hermanos de mi papá, estaba leyendo el periódico. Mordidas van, mordidas vienen, ese hueso quedó peladito. Mi tío seguía en lo suyo, imperturbable.
Sin quitarle la mirada de encima, empuñé el hueso y bajé el brazo, lentamente, vigilante de que no notara mi intención: poner la sobra debajo del mueble. Tenía que hacerlo, si lo llevaba al tacho me descubrían. Un movimiento más y... listo. Estaba hecho el asunto. Me paré triunfante. Era un crimen perfecto. Lo fue hasta que la voz gruesa de mi tío me sorprendió: "Sobrina, vaya deje ese hueso en la basura".
Sin quitarle la mirada de encima, empuñé el hueso y bajé el brazo, lentamente, vigilante de que no notara mi intención: poner la sobra debajo del mueble. Tenía que hacerlo, si lo llevaba al tacho me descubrían. Un movimiento más y... listo. Estaba hecho el asunto. Me paré triunfante. Era un crimen perfecto. Lo fue hasta que la voz gruesa de mi tío me sorprendió: "Sobrina, vaya deje ese hueso en la basura".